¿Acaso el Oriente Medio es África?, por José Ramón Echeverría

28/11/2023 | Bitácora africana

 

Han pasado casi cincuenta años desde mi primera estancia en Jerusalén. Entre mis múltiples recuerdos, una marcha de árabes cristianos en favor de Monseñor Hilarión Capucchi, obispo auxiliar de Jerusalén de los Greco-Melkitas, detenido y condenado en 1974 por haber transportado armas para la resistencia palestina. Otra marcha muy distinta, la de árabes musulmanes y cristianos que junto a un nutrido grupo de judíos se manifestaban en favor de los habitantes de dos pueblecitos cristianos del norte de Palestina, Ikrit y Biraam. Habían sido expulsados en 1948 por la Haganah (organización paramilitar integrada eventualmente en Tzáhal), aduciendo razones de seguridad, y se pensaba que podrían volver a sus hogares una vez terminada la guerra. El retorno nunca tuvo lugar. El gobierno israelí se negó a aplicar las decisiones de los tribunales que daban la razón a los habitantes cristianos. Y “Septiembre Negro” escogió el nombre de los dos pueblecitos para su operación terrorista durante las Olimpíadas de Múnich de 1972. La manifestación de la que fui testigo tuvo lugar en 1974, siendo Golda Meyer primer ministro. Ese mismo año un grupo palestino colocó en la Plaza de Tzáhal, en Jerusalén, no lejos del Ulpán (escuela de hebreo moderno) al que yo acudía, un frigorífico repleto de explosivos. No recuerdo las cifras exactas, pero sí el meollo de la conversación con otro alumno del Ulpán, un palestino cristiano que necesitaba aprender hebreo para su trabajo en el banco: “¿Qué dicen tus amigos palestinos?” “Están encantados” “¡Pero si han muerto tres palestinos!” “Sí, ¡pero también seis judíos!”. Recuerdo igualmente cómo en el mismo Ulpán los miembros de una simpática familia judía de origen ruso me decían bromeando, pero sólo a medias: “Mejor que nos enseñes inglés y nos vayamos todos a Estados Unidos”. Y la tristeza de una compañera judía, ya mayor, que venía de Francia, y que, disgustadísima, no aprobaba el futuro matrimonio “mixto” de su hija. Era “mixto”, según ella, porque su hija, de familia sefardí, se iba a casar con un askenazí. Tener que asumir, sin comprenderlo, el puzle del Oriente Medio en general, y el de Jerusalén en particular, ha sido siempre la condición para poder apreciar la grandeza de la que las religiones monoteístas consideran como “Tierra Santa”. En 1983, Félix Houphouët-Boigny, el primer presidente de Costa de Marfil, sí que pensó que se podría resolver el puzle, y propuso que, siguiendo una costumbre tradicional africana, judíos y palestinos se reunieran bajo el “árbol de la palabra”, para hablar y resolver sus diferencias. La idea, acogida cortésmente por muchos, nunca se puso en práctica. Al fin y al cabo, Oriente Medio no se identifica con ninguno de los tres continentes que en él confluyen, y ni árabes ni judíos se sienten realmente “africanos”.

Han pasado cuarenta años, y leo con asombro lo que Ngala Killian Chimtom, corresponsal en Yaoundé (Camerún) de la prestigiosa agencia de noticias católica norteamericana “Crux”, escribió este martes 21: “Un grupo de inspiración católica en Nigeria plantea una idea radical para poner fin al conflicto en Oriente Medio”. En efecto, la Sociedad Internacional para las Libertades Civiles y el Estado de Derecho («Intersociety»), una respetada voz defensora de la democracia y los derechos humanos en Nigeria, dirigida por un destacado investigador católico, Emeka Umeagbalasi, propone una separación física, con Israel reubicándose efectivamente en Canadá, y Palestina en Argelia. El territorio actual de los dos Estados estaría bajo administración internacional con acceso garantizado para todos. Intersociety argumenta que existe una grave escasez de tierra y espacio para los ciudadanos tanto de Israel como de Palestina y que se ha vuelto fundamental encontrar nuevos espacios para ellos. Argelia y Canadá serían, según Intersociety, los candidatos más adecuados. ¡Ver para creer!

Eso opina Intersociety en Nigeria. Pero no es que las opiniones en Sudáfrica, el otro gigante africano, sean más equilibradas. “`Partidista o simplista´: la cobertura mediática de la ocupación israelí en Sudáfrica `carece de matices´”, opinaba ya hace dos años Ngala Killiam Chimton, escribiendo desde Cape Town para la agencia de noticias ubicada en Londres, aunque de influencia qatarí, “Middle Easte Eye”. Y sin embargo los sudafricanos deberían poder comprender, mejor que otros, dos de los factores que atizan en Palestina el fuego de la confrontación.

En las elecciones legislativas que tuvieron lugar en los territorios palestinos en 2006, Hamas obtuvo 74 escaños (de 132), y Fatah, entonces en el poder, 45 escaños. Vendría luego la guerra civil en Gaza, en donde Hamás asentaría su poder tras expulsar y asesinar a numerosos dirigentes de Fatah. Un amigo palestino, observando la corrupción y la vida suntuosa de los dirigentes de Fatah, no dudó entonces en dar su voto a Hamas, aunque hoy se arrepiente, testigo de las brutalidades de los islamistas. Ante el desplome de Fatah, los periodistas sudafricanos deberían preguntarse por qué los movimientos islamistas atraen tanto a los jóvenes. O por qué en Sudáfrica está subiendo tanto la cuota de Julius Malema, presidente de la Liga Juvenil del Congreso Nacional Africano entre 2008 y 2012 y fundador del “Economic Freedom Fighters” en 2013.

Pedagogía del Oprimido”, del pedagogo y filósofo brasileño Paolo Freire, fue publicado en 1968. En él se analiza, entre otras cosas, la tendencia del oprimido a convertirse en opresor. El de Sudáfrica es un ejemplo típico. Para internar a los Boers, los británicos “inventaron” los primeros campos de concentración. Cristianos fervientes, los Boers se identificaron con los Hebreos oprimidos en Egipto. Llegó finalmente su liberación… y le siguió la institucionalización del Apartheid. Terminó éste en 1992, y son hoy los trabajadores extranjeros, mozambiqueños, zimbabuenses y zambianos principalmente, los que se sienten discriminados. Y no debiera ser difícil para los periodistas sudafricanos comprender cómo, una vez más, un pueblo oprimido, el pueblo judío, se está convirtiendo en un terrible opresor.

José Ramón Echeverría

CIDAF-UCM

 

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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