Parece ser que vamos a asistir al nacimiento de un nuevo país en África. Los últimos fueron Namibia [1993], y Eritrea [1993], ambos independizados de Sudáfrica y Etiopía respectivamente. Si bien es cierto que Namibia nunca llegó a formar parte de Sudáfrica, ya que pasó de ser colonia alemana, a convertirse en un territorio administrado tras la Primera Guerra Mundial; siendo posteriormente anexionado por Pretoria. Ambos casos tienen en común un proceso de independencia respaldado por las armas; con el particular que la de Namibia fue causa umbilical del desmoronamiento del Apartheid. Que la división de lo que hoy es Sudán se lleve a cabo bajo el veredicto de un sufragio, es una bendición sin parangón para un continente convulso y de por si imberbe en sus nacionalidades contemporáneas, que ha visto como el advenimiento de nuevas entidades nacionales siempre se ha anunciado bajo el estruendo de los kalashnikovs; imaginen hasta que punto, que tal arma incluso forma parte de la bandera mozambiqueña.
Sudán es un inmenso secarral de más de dos millones de kilómetros cuadrados, cuyas fronteras se trazaron con la escuadra y el cartabón de la avaricia colonial. Al incidente de Fashoda les remito. El desaparecido estado Mahadista [actual Sudán] era pieza codiciada por británicos y franceses. Los primeros ansiaban un imperio colonial desde Dakar al mar Rojo; mientras Rhodes soñaba con una vía férrea que uniese El Cairo con Ciudad de El Cabo. Sudán era así el anhelado cruce de intereses donde colisionaban las carreras expansionistas e imperialistas de ambas empresas coloniales; siendo finalmente la Union Jack la que ondearía sobre el territorio. Para el gran público, Sudán es la imagen de las hambrunas; de los campos de refugiados de Darfur; de la ley islámica o Sharia que gobierna el país impuesta por Omar Al Bashir; líder golpista que ha sumido la nación bajo un régimen cuasi feudal; sospechoso de ser santuario de Al Qaeda; en resumidas cuentas, uno de los países ya no sólo del continente africano, si no del mundo con menor índice de desarrollo humano. Que Sudán se divida en dos naciones obedece a un sur animista, cristiano, y sobre todo rico en hidrocarburos; en contraposición a un norte sunita, radicalizado en torno a la religión, y aislado de la comunidad internacional. La raíz de la causa secesionista no difiere en demasía del resto de las problemáticas africanas. El anacrónico epicentro del problema se localiza en las fronteras dibujadas por el colonialismo europeo. Aquel que bajo su desconsiderado reparto trazó una geometría ligera, que despreció variables como etnias, sociedades desiguales, estructuras sociales, creencias religiosas, y costumbrismo o derechos consuetudinarios tribales. “De esta línea hacia poniente es tuyo, y hacia el Este es mío”. A causa de tales males les aventuro que tal vez no sea la última aspiración separatista, división, o nacimiento nacional que veamos. Los tambores de guerra que retumban en la antaño ejemplar Costa de Marfil no son nada halagüeños para su unidad nacional; los hoy tranquilos Congos, hasta hace bien poco eran una inmensa y frondosa finca llamada Zaire, cuyo administrador vivía al otro lado del océano, se apellidaba CIA, y confiaba en su medianero, un tal Mobutu devoto de los Mercedes, vestido con un abacost, y un gorrito de leopardo a juego; la intentona de Biafra de separarse de Nigeria; el de la provincia angoleña de Cabinda y sus ricos campos petrolíferos, Somalilandia respecto al vacio gobernativo que reina en Somalia; o el mismísimo Sahara Occidental ocupado por la fuerza por Marruecos. El referéndum sudanés se puede erguir como un útil o peligroso precedente para muchas aspiraciones independentistas africanas, o cuestiones territoriales aún por discernirse. Buena parte de las premisas planteadas son herencia de los dispares procesos de descolonización tras la II GM; de las atropelladas soluciones que ofreció la Conferencia de Berlín [1884-1885] para repartirse Africa y sus recursos; y de las naciones que accedieron a su sillón en la ONU como una creación post-colonial, más que como una entidad africana estable y viable [casos de Etiopia, Ghana, o Liberia]. Resumen breve y conciso del porqué de la actual situación de Sudán, y buena parte del continente.
Las cifras son demoledoras. Un 71 ‰ de mortalidad infantil; una esperanza de vida no superior a los 55 años; y una tasa de analfabetismo que asciende a más de un 60% para la población masculina, disparándose hasta un 91% para las mujeres. Razón por la que se ha optado por una campaña electoral gráfica; donde las papeletas a emplear además de texto, muestran unas manos unidas, o separadas, como indicación para votar a favor o en contra de la independencia. Históricamente el sur de Sudán ha sufrido una agresiva política de arabización e islamización, que condujo a la expulsión de los misioneros cristianos a medidos de los 60. El país desde su independencia en 1956 ha sido un claro ejemplo de los más habituales pecados africanos. Una concatenación de golpes de estado; graves hambrunas [1984, 1997,1998]; durante la Guerra Fría acercamiento a ambos bandos; desplazamiento de la población civil a campos de refugiados; imposición de códigos penales amparados en la Sharia; y varios acercamientos a Libia para sofocar las revueltas independentistas del sur. En 1998 sufrió un embargo absoluto por parte de los EE.UU., que incluso llegó a bombardear zonas sospechosas de albergar instalaciones relacionadas con el aún entonces en estado embrionario terrorismo islámico. Realidades que han tornado el actual Sudán en uno de los santuarios de Al Qaeda. Lo cierto es que el panorama no ha sido nada halagüeño hasta hoy en día; por lo que deseamos a la nueva nación que parece ser está a punto de ver la luz, un futuro fructífero. Un proyecto nacional viable, y en resumidas cuentas, a pesar que el panorama parece poco o nada proclive, un desarrollo estatal estable, y libre del norte si su población así lo decide.