La ONU recoloniza África

11/01/2011 | Opinión

Pobre África. Ayer, le imponían sus dictadores, hoy, le escogen sus “demócratas”. Los raperos, estos Prévert(1) de los tiempos actuales, acaban de inventar un neologismo que hace furor de un extremo al otro del continente: la democradura. Entiéndase, ese sistema híbrido (la cara de la democracia, el cuerpo diabólico de la dictadura) que tiene el don de dar rienda suelta a las pasiones y de añadir confusión.

¿Quién ha ganado las elecciones en Costa de Marfil, quién las ha perdido en Guinea? Esta pregunta que parece inflamar el universo, no tiene ningún sentido en los suburbios de Conakry y Abidjan(2), donde, año tras año, la vida política tendrá siempre un solo régimen, la hambruna, y una única ley: “todo lo que no es obligatorio está prohibido”, citando las famosa palabras de Léon Campo. Allá, por experiencia propia se prefieren las malas elecciones a las guerras civiles bien logradas. ¡Más vale otra vez Bokassa y Mobutu que los dramas de Liberia y de Sierra Leona! ¡La bestia humana se acostumbra al infierno del despotismo, de ninguna manera a las masacres a la ruandesa!

Ahora bien, los demonios de la violencia y del odio atormentan de nuevo Costa de Marfil. Como en 2000, el país se va a escindir en dos partes, va a arder como la paja, ya nada puede impedirlo. ¿Culpa de quién? Del mundo entero, pero primero y ante todo de esa famosa comunidad internacional que nunca está mejor en su papel como cuando vuelve a encender los incendios que se supone debe extinguir.

Formalmente, este “chisme” tras el cual se ocultan las fuertes garras de Estados Unidos y de la Unión Europea no tiene mayor relevancia que la de un árbitro. Su papel se limita a prevenir los conflictos y a proponer una solución negociada cuando tales conflictos se convierten en inevitables. Ninguna circunstancia excepcional le permite sobrepasar ese marco. Eso al menos creían los neófitos, los brujos de la diplomacia, a los que nunca les faltan argumentos para justificar lo injustificable.

Digámoslo claramente: La ONU no tiene que decidir quién es elegido y quién no lo es a la cabeza de un país (el asunto marfileño apenas cuenta en este caso). Si lo hace, se extralimita en sus derechos, que es lo que está ocurriendo cada vez más y más. Hasta tal extremo, que tras el lenguaje aterciopelado de sus diplomáticos se percibe el ruido de las botas coloniales. Del modo en el que Barak Obama, Nicolas Sarkozy o Ban Ki-Moon tratan a ese pobre Laurent Gbagbo(3), parece que volvemos a ver a Gaznate de Pájaro (famoso personaje de “El viejo negro y la medalla”, novela del camerunés Ferdinand Oyono) sudando bajo su casco abroncando a sus negros en una plantación de Oubangui-Chari.

No apoyamos a Laurent Gbagbo, nos contentamos con recordar un principio. Además, el apestado de Abidjan no necesita nuestro apoyo: la arrogancia de las cancillerías y la histeria de los medios de comunicación trabajan para él. La demonización de la que es objeto ha terminado por hacerle simpático a los ojos de sus peores detractores. “A fuerza de tirar una rana cada vez más lejos, se termina por arrojarla a un estanque”, reza un refrán fulani(4)

Tampoco ponemos en duda la elección de Alassane Ouattara(5) (estamos incluso convencidos de que psicológica y técnicamente está mejor equipado para gobernar que cualquiera de sus rivales). Simplemente decimos que el papel de la comunidad internacional no consiste en tomar posiciones partidistas ni en prorrumpir en declaraciones intempestivas, menos aún en una situación tan explosiva como la de Costa de Marfil. ¿Por qué el desafío y la amenaza de los cañones allí donde la discreción, la astucia, la prudencia y el tacto, en resumen, el arte de la diplomacia, hubiesen bastado?

No vamos a enseñar a geopolíticos profesionales que Costa de Marfil es la piedra angular de la sub-región, y que si se hunde, corre el riesgo de arrastrar a sus vecinos, mientras Guinea Conakry intenta una peligrosa experiencia democrática y Al-Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) ya tiene sus santuarios en Burkina Faso y Mali. La situación resulta tanto más preocupante, que se cierne sobre la región un “tácito” tribal cargado de amenazas para el futuro: todo menos un dioula(6) al poder en Abidjan; todo menos un fulani al poder en Conakry.

¿Se merece Costa de Marfil arder por necesidades estadísticas o por la cara bonita de Laurent Gbagbo o de Alassane Ouattara? ¡No, ciertamente no! Henri Konan Bédié, Laurent Gbagbo, Alassane Ouattara, ¿dónde está la diferencia? Conforman el trío maléfico que ha arruinado el país de Houphouët-Boigny. De Bédié, el veneno de los marfileños, de Ouatta el de la secesión, de Gbagbo el de la incautación del poder. Cada uno de estos cabecillas ha demostrado hasta qué punto estaba dispuesto a sacrificar su país en provecho de su poder personal. Desde este punto de vista, no tienen nada de excepcional.

Casi todos los jefes de estado africanos han llegado al poder tras un sangriento pucherazo o tras elecciones amañadas. Una ley no escrita permite que cualquiera pueda matar, robar y engañar para llegar al poder. La novedad son los “escrúpulos” con los que los grandes de este mundo observan esto. Congo, Ruanda, Somalia; hasta el momento han animado el fraude electoral y los pucherazos y mirado hacia otra parte ante las peores atrocidades en función de sus intereses. ¡Y ahora de repente estos señores son presa de un arrebato emocional!

Entonces, si se han vuelto tan virtuosos como pretenden, ¿Por qué no van a hurgar en los trasteros electorales de Burkina, Túnez o Egipto? ¿Están seguros que las dinastías presidenciales de Gabón y Togo han surgido de la veracidad de las urnas? ¿Se habrían comportado de este modo si se hubiese tratado de Irán, Birmania o China?

El alboroto creado en torno a Ouattara es tal que se vuelve sospechoso. Finalmente, ¿Qué quiere salvar la comunidad internacional? ¿Costa de Marfil o uno de sus protegidos? Ouattara y Gbagbo son los lobos gemelos de la política marfileña: la misma tez, la misma sonrisa depredadora, el mismo peso electoral (uno controla la Comisión Electoral y el otro la Corte Suprema de Justicia). Sin embargo, entre ellos existe una diferencia considerable: la agenda personal. En este mundo mezquino y corrompido que es el nuestro, ya no hay necesidad de fórmulas mágicas, este juguetito basta para abrir los sésamos más secretos.

Antiguo director adjunto del Fondo Monetario Internacional (FMI), Ouatta se halla en el centro de la compleja red que gobierna este mundo, mientras que el modesto profesor de historia Gbagbo, aparte de un breve exilio en Paris, nunca ha salido de su casa. Este pequeño detalle explica mejor que cualquier otro (las largas cantinelas sobre la democracia, por ejemplo) por qué un sencillo proceso electoral africano ha tomado una dimensión mundial. La aldea global está bien presente: ¡el planeta de los amigotes y de los pícaros! Y sus leyes se aplican en cualquier parte, tanto en Costa de Marfil como en la vecina Guinea donde, Alpha Conde, el presidente “electo” es un amigo de los presidentes africanos y un asiduo de los ministerios parisinos.

“No me veo fracasando en estas elecciones”, afirmó el nuevo presidente guineano al día siguiente de la primera ronda a pesar de ir casi 25 puntos por detrás de su rival. No sabía cuánta razón tenía: las elecciones se prolongaron cinco meses, sin duda el tiempo para que el candidato “correcto” estuviese preparado gracias al incendio de la Comisión Nacional Electoral Independiente, los robos del archivo informático, todo ello seguido de una verdadera limpieza étnica. No hubo ninguna investigación y los arrogantes jurados de la comunidad internacional no tuvieron nada que criticar.

Como para confirmar lo que todo el mundo ya sabía: para ser elegido en África, no es necesario sudar la camiseta. Con un poco de suerte y algunos amigotes bien situados en la ONU, en la Casa Blanca, en el Palacio del Eliseo o en el Quai d´Orsay(7), estás seguro de pasar incluso con un 18%.

Tierno Monénembo

Tierno Monénembo: escritor guineano, Premio Renaudot 2008 por “El rey de Kahel” (Seuil).

Publicado en Mwinda Journal, Congo, Brazzaville, el 3 de enero de 2011.

(1) Jacques Prévert, famoso poeta, autor teatral y guionista cinematográfico francés (1900-1977)

(2) Conakry, capital de Guinea. Abidjan(Abiyán), capital de Costa de Marfil

(3) Laurent Gbagbo, presidente saliente de Costa de Marfil

(4) Fulani, pueblo nómada más grande del mundo, viven en África Occidental

(5) Alassane Ouattara, presidente electo de Costa de Marfil

(6) Dioula, una de las lenguas autóctonas de Costa de Marfil, Malí y de Burkina Faso principalmente

(7) Quai d´Orsay, nombre popular del Ministerio de Asuntos Exteriores francés

Traducido por Juan Carlos Figueira Iglesias, para Fundación Sur.

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