Recientemente ha salpicado la actualidad, y nunca mejor dicho, la noticia que la top model británica Naomi Campbell, se sentaba en el banquillo de la Corte internacional de La Haya, para declarar por la posesión de diamantes, no precisamente de Tiffany, si no de sangre. Presuntamente obsequiados por el ex dictador de Liberia Charles Ghankay Taylor, juzgado en la Corte de la Haya.
El señor Taylor fue, por decirlo de alguna forma, presidente de la República de Liberia entre 1997 y 2003. Aunque la realidad es diametralmente opuesta. Taylor se convirtió en un tirano; en el señor de Liberia; puso los recursos del país a los pies de sus caprichos, y paradójicamente la segunda nación libre más joven de Africa (1847), tierra de reacojida de los esclavos liberados por la abolición de la esclavitud, con una independencia vertebrada en el apoyo económico de grupos religuiosos y filántropos estadounidenses, se hundió en el abismo.
En resumidas cuentas, una nación nacida ni más ni menos que del constitucionalismo norteamericano, enarbolando el estandarte que clamaba contra la erradicación de la trata se vio sumida en el caos. El origen de Liberia es romántico e idealista, lástima que se tornase en una pesadilla presidida por Taylor, quedando de su libertario nombre sólo eso. Es surrealista que Naomi Campbell, uno de los iconos del glamour, del culto a la imagen, de la sociedad de consumo, y de la más atroz frivolidad; pues conocido es su genio; sus caprichos sin fin; sus «saliditas de tono»; y si no que se lo pregunten al director de algún hotel de Gran Canaria, donde su soberbia alcanzó límites insospechables; calificando de poco digno para su merced el establecimiento donde se hospedaba, se vea envuelta en tal escándalo; mostrándose como ingenua víctima y desconocedora de la realidad, y es que cuando no se vive en ella suelen pasar estas cosas.
Es grotesco que el señor Taylor con semejante currículum, acusado de varios crímenes de guerra y contra la humanidad, de tráfico de armas financiado con diamantes, de ser el padre intelectual de la segunda guerra civil liberiana, del reclutamiento de niños soldado, de abusos sexuales, y otras muchas aberraciones, se sentase a cenar con la modelo en un acto benéfico en la residencia ni más ni menos que de Nelson Mandela; y que la top model sin más, como al parecer ha declarado, aceptase unos diamantes mancillados con la sangre de los pueblos de Liberia y Sierra Leona, sin tener la menor sospecha de su dudoso origen. En su generosa defensa, tal vez podríamos argumentar que el estratosférico nivel de vida de la prestigiosa modelo, tan legítimo como totalmente alejado de la realidad mundana del ciudadano corriente, encumbrado en la cresta del derroche y la opulencia, la hiciesen desconocedora del conflicto liberiano, del denominado tráfico de diamantes de sangre a cambio de fusiles kalashnikovs, de quien era realmente Taylor, e incluso quien sabe si a ciencia cierta sabía donde estaba Liberia, o si pensaba que Sierra Leona era una nueva fragancia.
Pero lo realmente grave e incomprensible es que Mandela, uno de los iconos de la historia mundial, ante cuya presencia todos nos empequeñecemos, que tanto luchó por la libertad, y que pasó un tercio de su vida encarcelado por defender sus ideales de un hombre un voto, se haya prestado a compartir mesa y mantel con Taylor. Con tal panorama, y antes que se me haga añicos la jerarquía de valores, no me queda más remedio que hacer peripecias reflexivas. O yendo más allá, terminar por reconocer que el evento gastronómico, incluyendo el postre a base de mousse de diamantes servido fuera de carta, es difícilmente defendible desde el punto de vista ético.
Afortunadamente siempre nos queda la opción del considerablemente más amable Desayuno con diamantes; donde los simpáticos Audrey Hepburn y George Pepperd son bastante más digestivos que el señor Taylor. Y vuelvo a preguntarme, ¿sabrá la señora Campbell que muy posiblemente sus antepasados tal vez son originarios de Africa?.