La huelga de metro que los madrileños hemos padecido durante los últimos días ha puesto de manifiesto que cuando nos tocan el bolsillo y tenemos los medios para hacer presión –ya saben incluso hasta “hacer reventar la ciudad”- estamos dispuestos a llegar a donde sea con tal de defender nuestro dinero. Y esto ha sido sólo el preludio de lo que veremos en la huelga general programada para el próximo 29 de septiembre. El que se puede quejar sobre los efectos que la crisis tiene en su presupuesto, está dispuesto a poner el grito en el cielo para rechazar cualquier recorte salarial y a no dejar que le arrebaten aquello de lo que él está convencido que es suyo.
Lo peor del caso es que en el mundo en que vivimos hay mucha gente que no podrá quejarse, entre otras cosas porque aunque lo hiciera nadie les haría ningún caso. Digo esto al hilo de otro tema que no suele merecer mucha atención por parte de los españoles: los recortes de ayuda oficial al desarrollo. A los recortes de la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (más de 600 millones de euros a partir de este año) se unen ahora los tijeretazos dados por ayuntamientos y comunidades autónomas. Lo más sonado ha sido la decisión por parte del Ayuntamiento de Madrid de no ejecutar el presupuesto municipal de ayuda al desarrollo previsto para 2010 y la supresión total de las ayudas en 2011. En un pleno municipal celebrado el pasado 29 de junio, el gobierno municipal reafirmó la medida tomada por el alcalde Ruiz Gallardón, que supone la supresión de las partidas destinadas a la Ayuda al Desarrollo para este año y el próximo.
Esta medida del Ayuntamiento de Madrid supondrá eliminar al menos 60 proyectos anuales en más de 15 países y con cientos de miles de beneficiarios directos. Para los que hemos vivido en el África más pobre sabemos lo que esto significa: proyectos destinados a mejorar la educación, la salud, el acceso al agua potable, la seguridad alimentaria, o la búsqueda de medios de vida, no van a tener continuidad o ni siquiera se van a poder iniciar. Adiós Objetivos de Desarrollo del Milenio, adiós declaraciones sobre la solidaridad realizadas hace meses o años. Después de todo, los ciudadanos no vamos a pedir cuentas a nuestros gobernantes por estas minucias y ningún partido político va a ver en peligro sus votos por decisiones sobre dar menos dinero a países pobres. Si nos tocan el bolsillo a nosotros, eso es otro cantar. Todos somos muy sensibles a la hora de defender nuestros derechos, pero parecemos perder esa sensibilidad si se trata de defender los derechos de otras personas más débiles que nosotros.
Me da pena, porque cuando me encontraba en Uganda yo mismo recibí un buen pellizco –durante 2005 y 2006) del Ayuntamiento de Madrid: unos 83.000 euros, gracias a los cuales pudimos ampliar el ambulatorio de la parroquia donde yo trabajaba, tener unas instalaciones decentes para consultas antenatales, un laboratorio y viviendas para el personal sanitario, y tener un suministro constante de medicinas. Gracias a estas ayudas atendíamos a unas 80 personas al día que de otro modo hubieran tenido que caminar al menos 20 kilómetros para acudir al centro de salud más cercano, y esto en una zona donde la gente vivía en campos de desplazados a consecuencia de la guerra. Ese dinero (que fue íntegramente para los beneficiarios) salvó muchas vidas e hizo que miles de persona tuvieran un mejor acceso a la salud básica, y esto es sólo un ejemplo de lo que se puede hacer con el dinero de la cooperación internacional cuando se emplea bien. Entonces me sentí orgulloso del ayuntamiento de mi ciudad, cosa que no puedo hacer ahora.
Durante los dos últimos años he viajado a África tres veces. Cada vez que voy allí en estas épocas de crisis me doy cuenta de lo que la recesión económica mundial supone para ellos: familias que dejan de enviar a sus hijos al colegio, y personas que pasan de comer tres veces al día a comer sólo una. Además de que ahora llegan menos ayudas al desarrollo y que inversores internacionales hacen sus maletas y se van, hay que tener en cuenta que en los países africanos una gran parte de las familias sólo pueden salir adelante gracias a las remesas que les envían sus familiares en Europa, y éstos mandan cada vez menos dinero porque los inmigrantes suelen ser los primeros en perder sus puestos de trabajo.
Claro, que de nada valdrá que la gente que vive en África y otras regiones pobres del mundo se quejen. Ellos no tienen ningún medio para hacer ningún tipo de presión. Algunas ONG levantarán aquí la voz sin que los medios de comunicación les presten mucha atención ni sus protestas tengan ningún calado en la opinión pública.