(En España estamos acostumbrados a oír que “hay que regular la inmigración”. La palabra “regular” hace referencia a poner orden y hacer las cosas con lógica, evitando –en este caso- un flujo migratorio sin criterio que traería consecuencias muy negativas para el país de acogida, como aumentar el paro de los nacionales o abrir las puertas a personas que vienen a dedicarse a la delincuencia. Hay, sin embargo, un aspecto de la inmigración del que casi nunca se habla y que, bajo la apariencia de “regular” resulta un desastre para los países de donde proceden los inmigrantes, creando incluso condiciones que provocan la muerte de seres inocentes. Me refiero a la inmigración de profesionales bien preparados que salen de países pobres atraídos por buenas condiciones laborales en países desarrollados y cuya fuga termina siendo un verdadero robo perpetrado a los países más pobres. ¿No se lo creen? Pues escuchen esto.
La Asociación Nacional de Comadronas de Uganda dio el pasado 27 de abril una conferencia de prensa en Kampala con motivo de la próxima celebración del Día Internacional de las Comadronas, efemérides cuya existencia yo desconocía y que me provoca una gran simpatía. Pues la portavoz de este grupo, citando datos recientes del ministerio de Sanidad de su país informó en dicha ocasión que cada día mueren en Uganda 14 mujeres durante el parto; “algo así como si cada día murieran todos los ocupantes de un mini-bus en un accidente de tráfico”, señaló poniendo este ilustrativo ejemplo. La señora dijo que la causa de esta tragedia es “la falta de comadronas en el país”. En un lugar donde cada mujer tiene un promedio de siete hijos, siguió explicando, para asegurar un mínimo de servicios harían falta 2000 comadronas más.
No es que Uganda no tenga escuelas para preparar personal sanitario cualificado que atienda a las mujeres durante los partos. Las hay, y de muy buen nivel, tanto gubernativas como de instituciones privadas, particularmente la Iglesia Católica. En una de las misiones donde yo trabajé varios años existía y sigue existiendo una escuela de comadronas que desde hace 50 años ha preparado a varias promociones de personal sanitario muy competente para ocuparse de los pabellones de maternidad de los hospitales de todo el país. Siempre me impresionó la disciplina que se vivía en esa escuela, dirigida por las misioneras combonianas y más tarde por una congregación de religiosas ugandesas, y el orgullo con que las chicas terminaban sus estudios y se aprestaban a ir a cualquier rincón del país donde hicieran falta sus servicios. En el dispensario de la parroquia rural donde trabajé durante mis últimos años en el norte del país tuvimos dos comadronas que todos los días atendían a una legión de madres encintas evitando complicaciones durante el embarazo y ayudando a reducir los riesgos para la salud maternal. El problema no es la falta de escuelas, ni la poca moral del personal. El problema viene de las políticas migratorias de la Comunidad Europea, que favorecen la inmigración de médicos, enfermeras y comadronas de países africanos hacia países ricos donde hay pocos nacimientos pero donde queremos que las mujeres que vayan a dar a luz tengan unas atenciones de lujo.
Ahí está la causa de que cada día mueran en Uganda 14 mujeres durante el parto por falta de medios, sobre todo humanos y profesionales. Yo mismo he visto en los tablones de anuncios de embajadas europeas en Uganda tentadores ofertas de empleo para comadronas ugandesas a las que se prometen salarios y condiciones de trabajo que nunca soñarían con tener en su propio país. La lógica parece ser la siguiente: como nosotros en Europa tenemos dinero y podemos gastarlo en lo que nos dé la gana, pues vamos a países africanos donde tienen personal sanitario bien preparado, ofrecemos sustanciosas ofertas de empleo, nos llevamos a su personal sin importarnos hacer esto en países donde la mayor parte de la población no tiene acceso a la sanidad básica, y de paso nos ahorramos los costes de formación. Así funciona el capitalismo salvaje puro y duro. Después lo llamamos “regular la inmigración” y todos tan contentos. Hay casos extremadamente llamativos –y preocupantes- que ilustran esta fuga de cerebros en África, como el hecho de que en la ciudad inglesa de Manchester haya más médicos de Malaui que en todo Malaui, que es uno de los países más pobres del mundo y donde desde luego sus habitantes no suelen tener acceso a la sanidad más básica en condiciones aceptables.
Aunque yo, desde luego, no estoy contento ni me parece que esto sea regular ni poner orden, sino causar un desbarajuste muy serio que llega a producir muerte. Durante los 20 años que he pasado en Uganda he visto a demasiadas madres morir por complicaciones en el embarazo y el parto. Y me indigna pensar que esto sucede porque en Europa queremos tenerlo todo aunque sea a costa de quitar a los africanos lo poco que tienen, ya sean sus recursos naturales o sus mejores profesionales.