Los granjeros urbanos de África

20/11/2009 | Crónicas y reportajes

NAIROBI – Cuando conocí a Eunice Wangari hace poco en una cafetería de Nairobi, me sorprendió lo que decía mientras hablaba por el móvil con su madre y le insistía sobre el progreso de un campo de cultivo de maíz en su pueblo natal, situado a unas horas desde la gran ciudad. Wangari, enfermera, utiliza las ganancias de la agricultura para conseguir dinero y, así, comprar más tierras y cultivarlas.

Aunque Wangari vive en la capital de Kenia, es capaz de cosechar cientos de dólares al año de las ganancias que le proporciona el cultivo con la ayuda de su familia. Su presupuesto inicial, proveniente de los sueldos de enfermera consistentes en unos 350 dólares al mes, se ha recuperado de sobra desde entonces. Wangari es una de los miles de trabajadores urbanos de Kenia y de los cientos de miles de toda África que están aumentando sus ganancias gracias a la “agricultura ausente”. Con los precios de la comida hoy en día, que están al nivel más alto de las últimas décadas, muchos urbanitas se sienten bien recompensados por la agricultura.

La “agricultura ausente” también refuerza el orgullo nacional (y el orgullo de la gastronomía nacional) porque se especializa en las verduras típicas de la región. “Durante mucho tiempo, nuestro país ha sido invadido por la comida importada de occidente”, dice Wangari. “Este es nuestro momento para defendernos y cultivar la nuestra”.

Los políticos de África, que se mostraron indiferentes ante los asuntos rurales durante mucho tiempo, se han despertado ante la importancia de la agricultura y el papel que la gente con estudios, incluso los que viven en las ciudades, puede desempeñar en la agricultura. En Nigeria, Olusegun Obasanjo, antiguo presidente, tiene una granja diversificada enorme e introdujo políticas para ayudar a los “granjeros ausentes” a prosperar. En Uganda, el vicepresidente Gilbert Bukenya viaja a menudo por el país para promocionar el valor de la agricultura y de la producción láctea.

Tal vez el ejemplo de apoyo político más visible hacia la “agricultura ausente” se encuentra en Liberia, un pequeño país del oeste de África donde la guerra civil destruyó la agricultura y causó la dependencia de la importación de comida, incluso hasta hoy en día. La presidenta Ellen Johnson-Sirleaf, reconociendo que la gente con estudios podía contribuir mucho a la resurrección de la agricultura, lanzó la campaña Back to the soil (“Regreso al cultivo”) en junio de 2008, en gran parte para animar a los residentes de la ciudad a involucrarse en la agricultura. Para ser sinceros, la “agricultura ausente” llevada a cabo por la élite y por la gente de ciudad no puede solucionar todas las necesidades de alimentos que tiene África. Además, los “granjeros ausentes” se enfrentan a problemas inesperados, ya que no visitan los campos de cultivo muy a menudo y confían profundamente en sus familiares y amigos. Cuando decidí cultivar trigo por primera vez la pasada primavera en campos arrendados en mi pueblo natal, mi madre aceptó supervisar el arado, las plantaciones y la recolección. Sin su ayuda, puede que nunca me hubiera involucrado en la agricultura.

Aunque cuento con la ayuda de mi madre, me preocupo. A pesar de haberme criado entre campos de trigo, mi conocimiento sobre agricultura es vago. Los fertilizantes y los aspersores son más caros de lo que pensaba y, aunque los tallos de mi cultivo están brotando a tiempo según lo previsto, ahora tengo miedo de que en la época de recolección (noviembre) los precios bajen y no recupere lo que he gastado.

Una de las claves es el teléfono móvil. Mis esperanzas de prosperar se mantienen a través de mi posibilidad de llamar a mi madre y hablar sobre la granja. Incluso decidimos por teléfono qué tipo de insecticida usar y qué compañía de tractores contratar.

Muchos granjeros están prosperando gracias a su conocimiento sobre los gustos de la gente que vive en la ciudad y sobre las condiciones rurales. De hecho, algunos residentes en la ciudad no se preocupan ni siquiera de adquirir tierras o conseguir ayuda externa. Algunas cosechas se pueden cultivar en sus propias casas. James Memusi, contable, cultiva champiñones en una habitación que tiene libre en su casa y los vende a los hoteles y supermercados de la zona.

Sin embargo, la mayoría de la gente que vive en las ciudades africanas tiene acceso a las tierras del campo, razón por la que el gobierno de Liberia subraya el potencial de la expansión agrícola. En una nueva campaña publicitaria que llevó a cabo este verano, las autoridades declaraban: “El terreno es un banco: invierta en él”.

En Liberia, la política principal es reducir las importaciones de alimentos básicos como el arroz o tomates. En los países más prósperos, la élite africana está motivada por la compleja interacción del orgullo nacional, los asuntos de la alimentación y la búsqueda de la ganancia. En Zambia, por ejemplo, Sylva Banda inició la moda de la comida tradicional auténtica hace dos décadas a través de una cadena de restaurantes muy famosa. Ahora, los habitantes de Lusaka, capital de Zambia, quieren cocinar menús similares en sus propias casas, aumentando la demanda a los granjeros que producen manjares como calabaza seca, hojas de la planta Quercus marilandica y okra fresca.

En Nairobi, Miringo Kinyanjui, otra mujer empresaria, suministra maíz y harina de trigo. En otro intento por diferenciar sus ingredientes de las versiones occidentales, Kinyanjui también vende harina con sabor a amaranta, una verdura que crece en la zona de Kenia.

La resurrección de la comida tradicional ha atraído a muchas empresas multinacionales. El año pasado, la sede keniata de la compañía Unilever realizó una campaña llamada Taste our culture (“Pruebe nuestra cultura”) para apoyar su línea de especies y hierbas provenientes del este de África.

Estas campañas conducen a la expansión de la agricultura, ya que los vendedores de estos alimentos prefieren a los granjeros de la zona, incluso si, cada vez más, viven en la ciudad.

Escrito por Juliet Torome.

Juliet Torome, escritora y productora audiovisual, fue galardonada por la revista Cine-Source con el primer premio anual Flaherty al mejor documental.

Publicado en The Namibian, el 30 de octubre de 2009.

Traducido por Arantza Cortázar, para Fundación Sur.

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