En el diario empujón de afilados codos para abordar los daladalas, los escolares se encuentran al final de la cola.
Cada mañana de la semana, Basilisa Isaka Ishengoma, de 15 años, se despierta con la alarma a las 4:45 a. m. y se prepara para ir a la escuela. Cuando sale de casa todavía está oscuro, por lo que su madre o uno de sus hermanos mayores la acompañan por su seguridad a la parada de autobús, a 400 m de distancia. Sin embargo, es en este punto cuando su viaje se vuelve más, en lugar de menos, complicado.
Ishengoma es una de los miles de alumnos en Dar es Salaam, Tanzania, que tienen que viajar en daladala a sus escuelas públicas. En teoría, se requiere que cada uno de estos autobuses privados para pasajeros transporte una cierta cantidad de estudiantes, quienes pagan 200 TZS ($ 0,09) por un solo viaje en comparación con 600-750 TZS ($ 0,26- $ 0,32) para adultos, pero los operadores a menudo ignoran esta directiva, especialmente durante las horas punta.
“Es posible que los daladala no se detenga cuando el conductor y su ayudante ven que hay más escolares que adultos en la parada del autobús y si se detienen, la mayoría de las veces se niegan a recogernos”, dice Ishengoma. “Es tan desgarrador vivir con el hecho de que levantarme tan temprano no me garantiza que llegaré a tiempo a la escuela”.
Las luchas de los estudiantes no se limitan solo a la mañana. Después de la escuela tienen que esperar de nuevo y empujarse con otros pasajeros con la esperanza de que un conductor misericordioso eventualmente los deje subir.
“Los asientos son para adultos y para aquellos que están dispuestos a pagar tarifas de adultos”, dice Neema Mbande, de 17 años. “Normalmente, los estudiantes somos retenidos para subir los últimos a los autobuses, después de que están llenos. Algunos directores de daladala desearían que no existiéramos”.
Las luchas de los escolares con los operadores de transporte se atribuyen a menudo al dinero. Los daladalas son de propiedad privada, y los conductores y ayudantes pagan a los propietarios de los autobuses una suma fija, según la capacidad y la ruta, por alquilar el vehículo, por día o por semana.
“El dinero que obtenemos [de las tarifas] tenemos que dividirlo en combustible, comidas, servicios mecánicos y multas de tráfico. Al final del día, el jefe quiere su tajada y nosotros no podemos volver a nuestras familias con las manos vacías”, dice Razak Tamba, un conductor de 30 años. “Si decidimos coger a todos los estudiantes que vemos, entonces no haremos ningún negocio”.
Los impactos en los estudiantes pueden ser graves. Frank Chotingule, maestro de la Escuela Secundaria Buza, señala que los escolares que tienen problemas para llegar a clase tienen a menudo dificultades para concentrarse después de sus agitadas mañanas: “Como maestro, debes ir más allá para ayudar a estos niños a desempeñarse bien en clase, o se atrasarán”.
Algunos escolares informan también que son castigados por llegar tarde, lo que también afecta su estado de ánimo y sus ganas de aprender. Zahirina Mamuya, de 17 años, recuerda que fue castigada por llegar tarde un día después de haber tenido problemas para abordar un daladala: “Ese día lloré mucho y no quería quedarme en la escuela, pero tampoco podía irme, sobre todo después de las dificultades que encontré en el camino a la escuela esa mañana”.
Algunos estudiantes evitan ir a la escuela por miedo a ser castigados. “Buscan refugio en las calles, donde fuman marihuana y apuestan”, dice Ummy Msoffe, maestra en una escuela pública.
Los estudiantes jóvenes, en particular las chicas, que dependen del transporte compartido, también son vulnerables al abuso sexual, ya sea una vez a bordo de los daladalas o si se ven obligadas a aceptar ser llevadas en coche por extraños. Zuwena Shabani, de 17 años, tiene compañeras de clase que tienen relaciones sexuales con hombres mayores y recuerda un día en que un hombre de treinta y tantos años les ofreció llevarla a ella y a una amiga y pidió a su amiga, también de 17 años, su número de teléfono.
“Mi amiga dijo que no tenía un número de teléfono, pero el hombre insistió en que tomara el suyo, así que ella accedió, sacó un libro de su bolso y anotó el número de teléfono del hombre”, explica. Shabani descubrió meses después que su amiga y el hombre tenían una relación secreta.
Este tema del flirteo y del abuso sexual ha sido reconocido durante mucho tiempo como un problema en Tanzania y fue discutido en el parlamento en 2018, cuando el entonces viceministro de educación admitió que las niñas en edad escolar enfrentan abuso, violación y embarazo. Según el Instituto Guttmacher, una organización de derechos sexuales y reproductivos, 360.000 niñas y jóvenes mujeres de 15 a 19 años dan a luz en Tanzania cada año.
“Dar es Salaam lidera las violaciones de derechos de los pasajeros y son los escolares los que más las sufren”, dice Hassan Mchanjama, presidente de la Asociación de Protección de Pasajeros de Tanzania (CHAKUA).
Mirando atrás
Ante estos desafíos, los estudiantes de Tanzania no se han quedado pasivos. En 2016, por ejemplo, Modesta Joseph, que entonces tenía 15 años, creó la aplicación móvil Our Cries a través de la cual los escolares podían denunciar fácilmente los abusos a la policía y a las autoridades de transporte. Según informes, el sistema recopiló alrededor de 200 denuncias pero desde entonces ha sido descontinuado.
La presión local también ha empujado a las autoridades a responder. En 2018, por ejemplo, el entonces Comisionado Regional de Dar es Salaam, Paul Makonda, anunció la compra de 20 vehículos especiales para estudiantes. Esta política parece haberse quedado también en el camino pero, más recientemente, la Agencia de Tránsito Rápido de Dar (DART) asignó cuatro de sus grandes autobuses, cada uno con una capacidad para 150 adultos, para transportar escolares en apoyo de los esfuerzos del gobierno para asegurar que todos los niños sean educados.
Esta iniciativa ha sido transformadora para estudiantes como Mwajuma Mohamed, quien cursa su primer año de secundaria: “Soy muy afortunada de haber evitado la lucha que enfrenta la mayoría de los estudiantes”. Su madre, que es muy consciente de los desafíos que enfrentan los estudiantes, también está tranquila. “Ella es mi tercera y última hija, y estoy muy aliviada de que no tenga que luchar para llegar a casa”.
Los autobuses DART, sin embargo, solo benefician a estudiantes de 34 escuelas. Para abordar los continuos desafíos que enfrentan otros estudiantes, CHAKUA está colaborando con policías de tráfico para educar a los conductores y revisores sobre la importancia de proporcionar a los estudiantes transporte a la escuela. “Todos debemos trabajar juntos para asegurarnos el facilitar a nuestros niños solventar las dificultades a las que se ven obligados a enfrentarse a diario”, dice Mchanjama. Mientras tanto, el Programa de Redes de Estudiantes de Tanzania (TSNP, por sus siglas en inglés) hace un llamamiento a todos los miembros de la sociedad para que defiendan a los estudiantes cuando vean que son tratados injustamente. “Todo el mundo debe proteger a estos jóvenes como si fueran suyos”, dice el Secretario General Robert Majige.
Se espera que estas iniciativas cambien actitudes. Pero muchos, como Ishengoma, se muestran escépticos de que sus problemas de transporte se resuelvan mientras son aún estudiantes:
“Espero que cuando ingrese al quinto grado pueda asistir a un internado. Por el momento, debo mantenerme fuerte y terminar los dos años que tengo por delante de manera segura. Todos los días, mi madre me dice que tenga paciencia porque estos problemas no durarán para siempre”.
Fuente: African Arguments – Imagen: Luganosamwel – Wikimedia
[Traducción, Jesús Esteibarlanda]
[CIDAF-UCM]