El futuro de la Universidad de Stellenbosch no depende de si los blancos pueden trascender estereotipos y prejuicios individuales. Depende de si pueden articular el antirracismo como una genuina posición política.
El informe sobre racismo en la Universidad de Stellenbosch (SU), de Sudáfrica, realizado por Sisi Khampepe, juez emérito del Tribunal Constitucional, ha recibido una amplia cobertura mediática. Gran parte de la reacción era predecible: por un lado, presentaba como una prueba más de que la SU es la última institución de educación superior de apartheid que queda; por el otro, los críticos del informe argumentaron que es una forma, apenas disimulada, de acabar finalmente con el afrikaans como lengua académica y coloquial en el campus.
El informe Khampepe deja en claro que la SU no es simplemente una reliquia del apartheid y que sus existentes esfuerzos de transformación son sinceros; que ha elaborado una política sofisticada y está trabajando para implementar esa política, no solo en la alta gerencia, sino a nivel de facultad y departamental donde se está trabajando para abordar las históricas injusticias y desigualdades Decir que SU aún no ha superado la década de 1980 es injusto. El problema con la narrativa de una mítica Stellenbosch, con míticos afrikaners atrapados en el pasado, es lo que dificulta comprender adecuadamente los intereses y contradicciones que impulsan el racismo en el presente.
Ciertamente, hay mucho que decir sobre el papel del idioma en la descolonización de las universidades en Sudáfrica, incluida la SU. Hasta la fecha, ninguna de las instituciones terciarias de Sudáfrica ha presentado una política lingüística que sea práctica o que anule significativamente el orden lingüístico colonial. Los idiomas africanos como xhosa o zulú no se destacan en absoluto, y es ingenuo pretender que el inglés no viene con marcadores sociolingüísticos que son sutilmente movilizados para excluir gente o hacerles sentir que no están del todo «a la altura«. Recientemente, una de mis estudiantes de honor, que es morena y habla inglés, escribió en una tarea sobre cómo su forma de pronunciar la «r» (la «r» rodada o el golpe alveolar) la marca a ella y a otros estudiantes como diferentes sociolingüísticamente. El resultado es que estos estudiantes internalizan la idea de que deben tragarse las erres cuando hablan inglés para parecer sofisticados y ser tomados en serio académicamente.
En mi propia experiencia, es muy raro que personal y estudiantes negros sean hostiles hacia el afrikáans y sus usos. A lo que se oponen es a las muchas formas explícitas y sutiles en que el idioma, específicamente el afrikaans en la SU, puede ser utilizado como una barrera institucional, académica y social.
Sin embargo, la SU, precisamente porque aún no ha optado por completo por el Inglés, es, irónicamente, de todas las universidades de Sudáfrica, la que actualmente pudiera ser la mejor situada para hacer algo nuevo y transformador en términos de crear una cultura académica terciaria e institucional multilingüe. Se invierte mucho dinero en SU en una infraestructura que soporta traducción e interpretación a gran escala, e incluso si en la práctica las clases se imparten cada vez más en inglés y luego son traducidas en afrikaans y xhosa, sería absolutamente posible con la ayuda y tecnología existente que un profesor enseñe no solo en afrikaans, sino también en xhosa, con traducción a inglés y afrikaans. Piensen solo cuán radical y descolonizador sería si se ofreciera en SU un módulo en xhosa.
Los estudiantes experimentarían un idioma africano como un idioma académico. Se colocaría a la mayoría de los estudiantes blancos en la posición en la que tienen que encajar y adaptarse a una situación y un entorno que no es simplemente una imagen especular del mundo del que provienen. Puede ser más fácil hacer que los demás se sientan bienvenidos cuando a veces tú mismo necesitas que te den la bienvenida; cuando la posibilidad de enajenación está un poco más uniformemente distribuida.
Pero no quiero escribir aquí sobre el idioma y “el debate sobre el idioma”. Es inaceptable que la discusión sobre el racismo se subordine una y otra vez a la discusión sobre el idioma, y específicamente a una discusión sobre el afrikaans, con el «multilingüismo» convirtiéndose solo en una retórica maniobra conveniente para estabilizar la posición del afrikaans. Reacciones como la del diputado de Alianza Democrática, Leon Schreiber, solo refuerzan la idea de que, al final, se debe elegir entre el antirracismo y el afrikáans. Esto es moralmente injustificable, dada la historia de la SU, y está también socavando cualquier posición que realmente quiera tomarse en serio el multilingüismo y la descolonización de nuestra universidad. Si quiere negociar un lugar para el afrikaans negando o relativizando el racismo, no logrará nada excepto fortalecer la percepción de que el afrikaans es parte del problema. Lo que hace posible esta relativización es la errónea suposición de que el racismo hoy solo existe en forma de aislados casos individuales de prejuicio, discriminación o lenguaje hiriente.
Lo que deja claro el informe del juez Khampepe, y lo que el personal negro y los estudiantes han estado informando durante años, tanto de manera informal como en informes de investigación, en conversaciones privadas con colegas blancos y en plataformas públicas, es que la SU sigue siendo un espacio alienante: uno en el que el personal y los estudiantes negros a menudo sienten que son tolerados en lugar de saberse realmente parte de la institución y donde puedan decir sin reservas: “Esta es mi universidad, mi campus”. Aquí la SU y todo su personal blanco merecen una dura crítica. ¿Por qué fue necesario que otro escándalo de racismo y una comisión de investigación tomaran nota de la implacable naturaleza del racismo en la SU y en la ciudad de Stellenbosch? No solo de los casos «de interés periodístico» de flagrante racismo, no solo de los incidentes en los que estudiantes blancos orinaron sobre estudiantes negros o sus propiedades, sino también de los cientos de ejemplos diarios de menosprecio y humillación que dan a conocer los estudiantes y el personal negro, y que la SU y especialmente la ciudad de Stellenbosch, trata muy a la ligera.
¿O nuestros colegas blancos y la universidad lo sabían, pero solo estamos siendo informados por exposición nacional y daño a nuestra reputación y «marca» para que actualmente hagamos algo?
Por supuesto, lo sabíamos.
El racismo en la SU y en Stellenbosch no es un secreto. A nivel personal conozco a muchas personas (colegas negros, exalumnos y amigos) que tienen experiencias con evidente racismo en la SU y en Stellenbosch. Pueden decir cómo las palabras K y H les son gritadas al azar desde los autos que pasan. Para ellos, SU es un lugar que puede darte un título o un salario pero la ciudad de Stellenbosch debe ser evitada lo más posible. El informe Khampepe confirma lo que ya sabemos. La SU, su personal blanco, la ciudad, deben hacer mucho más para entender cómo se mantiene esta intolerancia y, más a menudo, sobreprivilegiada indiferencia.
Es necesario decir que con la palabra racismo no solo me refiero a conflictos o prejuicios o sospechas mutuas. Me refiero, especialmente, a la normatividad blanca, la superioridad blanca y la resistencia blanca a los cambios sustanciales que se dan en la SU.
El primero puede ser abordado con relativa facilidad trabajando en relaciones personales a través de fronteras de grupo y construyendo cohesión y objetivos compartidos. Este es un trabajo importante, pero no suficiente.
El segundo es mucho más difícil de abordar y requerirá más honestidad, coraje e imaginación política. Uno de los mayores obstáculos es que tendemos a despolitizar y reducir problemas sociales a cuestiones interpersonales e incluso psicológicas; lo que desafortunadamente significa que pueden ser fácilmente secuestrados por oportunistas políticos de todos los sectores. El racismo es un problema político, y también es un problema político para los blancos, y no solo para aquellos que lo sufren. Nuestra realidad racista fue el principal marco ideológico dentro del cual nosotros, como personas blancas, nos constituimos políticamente y establecimos un mundo social y cultural.
El futuro de SU y de Stellenbosch no depende de la medida en que los blancos aquí puedan trascender nuestros estereotipos y prejuicios individuales sobre los demás. Ese futuro dependerá de hasta qué punto los blancos puedan articular el antirracismo como una genuina posición política y, de acuerdo con eso, repensarnos fundamentalmente a nosotros mismos, nuestro entorno y nuestra relación con el continente y aquellos con quienes lo compartimos.
Se necesitará más que tomar una posición contra los actos individuales de racismo. Lo que requiere es una reinvención fundamental de quiénes somos.
Traducción: Sean Jacobs
Fuente: Africa is a Country
[Traducción al castellano, Jesús Esteibarlanda]
[CIDAF-UCM]