Cambiar los nombres, por Ramón Echeverría

19/12/2022 | Bitácora africana

En Pamplona, ciudad en la que escribo estas líneas, un corto pero concurrido “Paseo de Sarasate” une la sede del Gobierno regional con la del Parlamento. Sarasate (1844-1908), violinista y compositor internacional, es una de las glorias locales. Pero gente de mi edad (¡una cierta edad!), aún habla del “Paseo Valencia”, como se llamó hasta que en 1903 el ayuntamiento le dio el nombre actual. Fue de nuevo Paseo Valencia en 1974 durante un corto período. Siempre en mi ciudad, la avenida que une la Plaza de la Paz con la Avenida de Pío XII se ha denominado desde su construcción en los años 60 “Avenida del Ejército”, en reconocimiento a esa institución que cedió a la ciudad los terrenos anexos a la Ciudadela. Avatares de la política, en abril 2019 la avenida cambió oficialmente su nombre al de “Avenida de Catalina de Foix” (Catalina de Navarra, 1468-1517), para recuperar de nuevo su primer nombre en junio de ese mismo año. En Pamplona, el premio se lo lleva la Avenida de Baja Navarra: Avenida de Francia tras su construcción en 1923; Avenida de Alfonso XIII durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930); Avenida de Galán y García Hernández (militares republicanos alzados en favor de la república en 1930); Avenida de Franco desde 1937 a 1979, y Avenida de la Baja Navarra (la Navarra actualmente francesa) desde 1979.

manenberg_el_cabo_sudafrica_cc0-2.jpgEl caso de mi ciudad no es único, ni en España, ni en Europa… ni en África. “Tutto il mondo è paese”, dicen los italianos. En todo el mundo se intenta olvidar el pasado, ese pasado nuestro que no nos gusta, cambiando los nombres de calles y ciudades. En África, Sudáfrica se lleva la palma. Según el Consejo de Nombres Geográficos de Sudáfrica, entre 2003 y 2017 han cambiado su nombre 849 áreas residenciales, suburbios y lugares geográficos: 318 en Limpopo; 136 en Mpumalanga; 134 en El Cabo Oriental; 127 en Noroeste; 54 en KwaZulu-Natal; 35 en El Cabo Occidental;31 en Gauteng 31; 8 en el Estado Libre y 6 en El Cabo Norte.

Rehacer la historia cambiando nombres conlleva gastos. Cuando en 2016 el Tribunal Constitucional falló a favor del Municipio Metropolitano de Tshwane en su campaña para eliminar 25 nombres de calles de la era del apartheid en Pretoria (renombrada a su vez Tshwane, como el Municipio Metropolitano al que pertenece, dentro de la provincia de Gauteng), un estudio de IData Southafrica indicó que los cambios en el nombre de las calles iban a afectar directamente a más de 27 000 empresas y propietarios. Los títulos de propiedad tendrían que ser reemitidos con las nuevas direcciones, y las empresas deberían hacer ajustes administrativos significativos, también en el terreno de las comunicaciones y de la publicidad.

Pero para los políticos, los inevitables gastos económicos tienen poco peso frente a la carga ideológica de los cambios de nombres. En junio de 2020, la Asamblea Legislativa del Estado de Lagos pidió al Gobernador Babajide Sanwo-Olu que ordenara al Comisionado de Turismo, Arte y Cultura que se pusiera en contacto con el Fiscal General y el Comisionado de Justicia para examinar la Ley de Sitios Listados 2015, con miras a eliminar todos los vestigios de trata de esclavos y colonialismo. Presentando la moción, el líder de la mayoría, Noheem Adams, se refirió a la muerte de George Floyd a manos del policía blanco Derek Chauvin; a las demostraciones contra el racismo en Estados Unidos y Europa; a la destrucción de estatuas racistas y colonialistas; y al racismo que persiste a pesar de la abolición de la esclavitud. Y comentando la moción, Mudashiru Obasa, presidente de la asamblea, insistió en que “No podemos destruir los edificios simplemente porque en otros tiempos los utilizaron los colonialistas, pero sí podemos cambiar los nombres”. “Esta moción nos concierne como africanos. Tenemos que contarle al mundo acerca de nuestra propia civilización”.

Pero ¿en qué medida pueden los nuevos nombres cambiar o reparar el curso de la historia? En Costa de Marfil, hace un par de años, los activistas atacaron los nombres de personajes franceses de varios bulevares de Abiyán. Comentándole la noticia a Julien Adayé, periodista de la Deutsche Welle, Séverin Konin, historiador y profesor en la universidad Félix Houphouët Boigny, decía: “Quienes nombraron estas calles y ciudades, lo hicieron simplemente por un deber de memoria. Hoy se debate. ¿Habría que cambiar el nombre de estas calles, de estos monumentos? Se trata de un hecho de sociedad. Pero no deberíamos politizar todo”. “Creo que es importante tener esos nombres en algunos bulevares porque nos permite conocer la historia de nuestro país. Es muy importante”, explicó al periodista otro marfileño. André Silver Konan, periodista y analista, defiende lo contrario: “En nuestros países, especialmente en Costa de Marfil, muchas calles siguen estando marcadas por la violencia de la colonización”, y ya es hora de que se promocione nombres de nuestro patrimonio cultural.

Ciertamente que Ousman Sonko, diputado opositor en la Asamblea Nacional de Senegal desde 2017, candidato a la Presidencia en 2019 y detenido por causar tumultos en 2021 cuando iba al tribunal para defenderse de la acusación de violación de una joven, estaría de acuerdo con André Silver Konan. Elegido en 2022 alcalde de Ziguinchor, la ciudad más importante de la Casamanza senegalesa, entre las deliberaciones y propuestas de su equipo en campaña, estaba la del cambio de nombres. Así por ejemplo la “Calle del general de Gaulle” se iba a convertir en “Calle de la Paz”; la “Avenida del capitán Javelier” (al mando de las tropas que masacraron 144 habitantes de Ziguinchor), se llamaría “Avenida de los Tiradores Africanos”, y la “Calle del teniente Truch” llevaría el nombre de Seleki, en memoria de una batalla ganada en 1886 sobre las tropas coloniales por los combatientes de la resistencia de este pueblo ubicado en la región. Pero este 8 de diciembre, el Tribunal Supremo de Senegal ha invalidado el cambio de nombres propuesto por Ousman Soko. El historiador marfileño Séverin Konin había pedido en su entrevista que no se politizara todo. Es, al parecer, pedirle peras al olmo.

Ramón Echeverría

CIDAF-UCM

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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