Lablassa, por Ramón Echeverría

17/10/2022 | Bitácora africana

la_place_lablassa_cubierta_revista.jpgPuede que para muchos Annie Ernaux, Nobel de Literatura 2022, fuera una desconocida. No así para las feministas argelinas. Publicó su primera novela en 1974, Les Armoires vides (Los Armarios vacíos, Galba 1976). En ella presentaba a una niña atrapada entre dos mundos, el de sus padres proletarios que se ganan la vida sudando, y el de los burgueses, que se ganan la vida bien trajeados. En La Place, publicado en 1983 (El Lugar, Tusquets 2002), la importancia del lugar que uno ocupa en la sociedad y la angustia asociada con él están en el corazón del relato. Annie Ernaux habla de sí misma, y lo hace evocando la vida de su padre, un trabajador convertido en pequeño comerciante, que le permitió estudiar y convertirse en mujer de letras. Y ello a pesar de un entorno en el que se exigía a cada uno “tenir sa place”, permanecer en su lugar. Siempre con el miedo de no estar a la altura, o de pasarse y de que le pusieran a uno “à sa place”, en su sitio, “en su lugar”. De ahí que me haya llamado la atención el comentario de Saadia Gacem en la presentación el pasado 8 de marzo, Día de la Mujer, de la nueva revista feminista argelina “La Place”, “Lablassa”, en dialectal argelino (El Lugar, o El Sitio), que apareció en el diario argelino Liberté del 9 de marzo: “Hablamos mucho de nuestro lugar, de quiénes somos, qué hacemos, el lugar de las mujeres en todos los terrenos y lugares públicos, también de nuestra pasión literaria, la mía y la de Maya, de la escritora Annie Ernaux, de su libro, La Place, que tanto nos ha marcado por su escritura accesible e íntima, también por lo universal que resulta, ya que en él yo me encuentro, aunque no hayamos vivido en el mismo periodo, ni el mismo espacio”.

Saadia Gacem, militante feminista e investigadora independiente, ha fundado “La Place” junto con Maya Ouabadi, editora y fundadora de “Fassl”, revista de crítica literaria. Su objetico es visualizar lo que crean en Argelia las mujeres, con su trabajo, su creación y su palabra en un espacio que realmente no existía y que han logrado construir gracias a años de investigación y a la contribución de muchas activistas, escritoras, poetas y periodistas, entre otras Fadhila Boumendjel Chitour, Souad Labbize, Louiza Ammi Sid y Meriem Medjkane.

El feminismo de las argelinas no es reciente. Participaron en la guerra de liberación, pero sus aspiraciones, supeditadas al objetivo más amplio del nacionalismo argelino, no fueron apreciadas suficientemente. De hecho, su situación se deterioró tras la independencia, cuando el régimen institucionalizó gradualmente la tutela de las mujeres sobre la base de una interpretación desigual de la jurisprudencia islámica. Así, en el Código de la Familia, promulgado en 1984, a pesar de las fuertes protestas de ex muyahidat (combatientes femeninas), las mujeres son consideradas como menores, sometidas a un tutor masculino. Tras la llegada del multipartidismo en 1989, surgieron organizaciones feministas apoyadas en los partidos políticos. Pero el auge del islamismo radical, los ataques del Frente Islámico de Salvación y la terrible y sangrienta guerra civil de la década de los 1990 hicieron tambalear al movimiento feminista. Durante la primera mitad de su mandato, Buteflika, presidente entre 1999 y 2019, queriendo contentar tanto a las presiones internacionales y a los movimientos feministas, como a los conservadores e islamistas de su país, permitió algunas reformas superficiales del Código de la Familia. En febrero de 2019 llegó el “hirak”, las manifestaciones populares que exigían un país libre y democrático. Fue la ocasión para que las mujeres, cansadas de la marginación sufrida desde los tiempos de la independencia, reaparecieran en el espacio público. “No habrá una Argelia libre y democrática sin la libertad de las mujeres”, se leía durante las manifestaciones en una pancarta sostenida por mujeres. No fue fácil, porque todavía hoy, y así lo mostraron los insultos que recibieron algunas manifestantes, muchos argelinos insisten en que la causa feminista distrae y hace olvidar objetivos más urgentes.

La participación de ancianas muyahidat en las manifestaciones del 8 de marzo de 2019 simbolizó el reencuentro con sus antiguas raíces de un feminismo argelino cada vez más activo en la nueva época de las redes sociales. Así lo explica Habiba Djahnine, ensayista, productora y directora de cine: “Cuando hablamos entre nosotras, nos damos cuenta de la fuerte presencia de madres y abuelas en nuestro itinerario. Si nos hemos hecho feministas es porque hemos entendido las demandas de estas”. De hecho, el Movimiento Nacional de Feministas Argelinas (MNFA) creado en junio de 2019, sigue exigiendo la derogación del Código de Familia adoptado en 1984. Busca “terminar con la relegación de las mujeres y su causa; aumentar su visibilidad; y fortalecer su resistencia colectiva ante la represión que padecen en el espacio público”.

Las exigencias han cambiado pues muy poco ya que la sociedad y la política del país siguen impidiendo la evolución de las leyes. Pero la importancia de los medios, la globalización y el uso de las redes sociales han hecho que la forma de expresar estas demandas, el contexto y las nuevas ideas que las acompañan sean diferentes de las de la época de las muyahidat. No sólo se ha desatado la palabra, también se ha hecho pública. Y ello explica la aparición de una nueva revista feminista en Argelia. “La idea de una revista feminista argelina”, señalan Saadia Gacem y Maya Ouabadi, “surgió después de muchas discusiones en torno a los temas que nos afectan como mujeres; nuestro papel, nuestros derechos, nuestros no derechos, nuestros problemas, nuestro lugar…”. De ahí el nombre de la revista: “La Place” (El lugar), o “Lablassa” en “derdja” (árabe argelino).

Ramón Echeverría

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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