El prestigioso cooperante repasa en los cursos sobre ‘La conciencia intercultural en la resolución de crisis y conflictos’ sus dos décadas de experiencia humanitaria en países como Tanzania, Nigeria o Zambia
Nació en Sevilla hace 45 años pero ha pasado más de veinte en África. Tanto se ha impregnado de la cultura de allí y tan a fondo ha aprendido sus idiomas, que hasta se le ha pegado el acento. Sólo al cabo de un rato de charla surge el deje andaluz. «Lo siento, se me está olvidando», se excusa.
-Da la impresión de que los que sólo conocemos los conflictos de África por lo que vemos desde aquí, tenemos una idea que no se ajusta a la verdad. ¿Es así?
– Desde fuera hay una idea distorsionada, fundamentalmente porque aquí pensamos que lo que hay en esos países son conflictos tribales y religiosos, cuando no es ni lo uno ni lo otro, son estereotipos que hemos creado los demás. Lo cierto es que la mayoría de los conflictos se derivan del reparto del poder y de los recursos económicos.
-Después de tantos años allí, ¿nota avances, cree que la paz se abre camino?
– No es fácil, pero sí. Poco a poco la propia sociedad africana se va dando cuenta de que, a través del desarrollo de los derechos humanos en sus países, se está produciendo un avance. A su vez, mientras se va en esa dirección, el nivel de los conflictos va bajando. Además, la comunidad internacional está haciendo bastante para que esos derechos humanos sean sostenibles y sostenidos por los gobiernos de esos países.
-¿El recién llegado se siente rechazado, como un intruso? Y, en ese caso, ¿cómo consigue que se le deje de tratar como a tal?
– La única forma de que no te tomen como un intruso, como alguien que viene a meterse en tus asuntos, es llegar con la intención de quedarte para un largo periodo, nunca con prisas. Estar allí, aprender su cultura, su lengua… El problema que tienen muchas ONG y cooperantes que trabajan en África es que van para poco tiempo, para pasar unos meses o un año como mucho, y no es hasta el tercer o cuarto año de convivencia con los de allí cuando realmente empiezas a conocer a fondo su cultura y a apreciar más profundamente a la gente que vive allí.
-A falta de enriquecimiento económico, es de suponer que estar en África le ha supuesto un amplio enriquecimiento personal, a pesar de que implique estar en zonas en conflicto peligrosas.
– Ir a un foco de conflicto es siempre peligroso. Yo he estado mediando en Tanzania y Nigeria y recuerdo que en ese último país, en 1994, mataron a un compañero de nuestro equipo. Aun así, es obvio que hay un enriquecimiento personal, que se nota desde el primer mes. Pero lo hay si existe por tu parte un compromiso a largo plazo para entender la cultura africana.
-Y para no echar de menos las comodidades de la sociedad europea, cosas como abrir un grifo y que salga agua…
– Es que, una vez allí, las privaciones económicas y de servicios se sienten menos. Allí, la calidad de vida humana es lo más importante, y desde luego yo prefiero tener un trato humano profundo con la gente de allí que agua corriente al instante. Se establece otro orden de prioridades, en el que las relaciones humanas cuentan más que el confort.
– Estuvo involucrado en un proyecto curioso, una escuela de fútbol del Sevilla en Tanzania. ¿Al final resulta que el fútbol, tan denostado por algunos, sí puede jugar un papel socializador?
– Es una herramienta para la socialización tan buena como otra cualquiera. Un trabajo en equipo como es el fútbol aporta entrenamiento, disciplina y una serie de valores que sirvieron de mucho a un montón de jóvenes que estaban en serias dificultades, que fracasaban en sus estudios y no sabían convivir. La experiencia ha funcionado. Yo he visto a niños que iban a ser expulsados del colegio por su comportamiento violento y que fueron capaces, gracias al fútbol, de convivir con otros y de acabar la escuela. Se notó en ellos un cambio de personalidad importante.
GUILLERMO ORTEGA / GRANADA | ACTUALIZADO 17.09.2009
Publicado en el diario de Granada, Granada Hoy, el 17 de septiembre de 2009.
0 comentarios