De la diamba al kush, de la marihuana al infierno, por Ramón Echeverría

18/02/2022 | Bitácora africana

En la primera escena, un joven enloquecido por una droga más o menos nueva que algunos llaman “kush” y otros “spice”, se deja caer en la zanja de aguas residuales que corren a cielo abierto. En la segunda, Tindem, otro joven, busca en esas aguas algo que pueda vender para procurarse droga. Luego aparecerá Isha, que ha visto morir a dos de sus amigas, embrutecidas por la droga, y que vende su cuerpo para obtener la preciosa kush, que querría abandonar, pero es incapaz. “En Freetown, está a la orden del día”, explica en otra escena un camello. “La llaman Mister More: cuanto más tienes, más quieres”. Esas son algunas escenas de un documental de 10 minutos producido para la BBC por Tyson Conteh, conocido reportero y cineasta sierraleonés, muy interesado por los problemas sociales de su país (En 2021 produjo “Sex workers at risk of trafficking in Sierra Leone”, Trabajadoras sexuales en riesgo de trata en Sierra Leona), y que repite a menudo: “El kush se extiende como un fuego incontrolado. Hay que hacer, tenemos que hacer algo”.

kush_close_cc0_droga_marihuana.jpgNo es la primera vez que Sierra Leona conoce el fuego del infierno. Entre 1991 y 2002, ese pequeño país marítimo de 8 millones de habitantes, rodeado por Guinea Conakry y Liberia, sufrió una brutal guerra civil que se saldó con más de 50.000 muertos y centenares de mutilados. La guerra comenzó cuando el Frente Unido Revolucionario (RUF), ayudado por las Fuerzas Especiales del Frente Patriótico Nacional de Liberia, de Charles Taylor, quiso derrocar al gobierno de Joseph Momoh. En realidad lo que estaba en juego era el control de amplias franjas de tierra ricas en diamantes aluviales, en el Este y Sur del país. Momoh moriría en 2003, exiliado en Guinea Conakry. Charles Taylor, condenado a 50 años de cárcel por el Tribunal Internacional de La Haya por delitos contra la Humanidad, cumple su condena en una prisión británica.

Ni tampoco es la primera vez que Sierra Leona tiene problemas con las drogas. Ya en 1851, escribiendo en una revista británica de Botánica, William Jackson Hooker constataba el uso del cannabis en Sierra Leona, desde donde se habría extendido a Ghana y Gambia. Declarando en 2003 ante la Comisión Verdad y Reconciliación, un médico afirmó que “El cannabis sativa es tan comúnmente utilizado y abusado en Sierra Leona… que ya no creo que la gente considere un delito usarlo… Como se puede ver, se cultiva en casi todas las partes de Sierra Leona”. Tal vez el consumo no fuera excesivo, porque investigadores suecos del “Fafo Institute for Applied International Studies” de Oslo, escribían en 2008 en “Alcohol and drugs in post-war Sierra Leone”: “Como revela este estudio, el patrón de consumo de alcohol y drogas en Sierra es el mismo que encontramos en otros países africanos que nunca han experimentado una guerra civil”. Sin embargo, según las autoridades la situación ya había empeorado en 2010. En una reunión sobre la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de drogas, el vicepresidente Samuel Sumana denunció que muchos agricultores estaban plantando cannabis y dejaban de lado el cultivo de alimentos esenciales como el arroz o la mandioca. Y la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito constataba cómo a través de Sierra Leona y otros países costeros transitaba hacia Europa la cocaína proveniente de América Latina. Efecto indirecto, estaba aumentando el consumo de cocaína y heroína en la misma Sierra Leona. “El tráfico de drogas alimenta la adicción en Sierra Leona” tituló Al Jazeera una de sus emisiones de enero de 2013, recordando que el 70 % de los jóvenes estaban en el paro o en situación laboral precaria. Y si uno no es traficante (y que por ello cobra en especie), ¿cómo pagarse la cocaína, la heroína, o el mismo tramadol, un analgésico opiáceo también usado para drogarse? ¿Qué hacer para sentirse en forma? La solución local: añadir productos químicos al “diamba” (vocablo local para el cannabis) tradicional. “Lo que dicen los jóvenes de que el ‘diamba’ es natural y cura enfermedades, es mentira. Destruye por completo vidas humanas”, declaró el Doctor Samai, del Ministerio de Sanidad, en una reunión con periodistas y responsables religiosos en julio de 2013. Y Hassan Koroma, que seguía la reunión para el Concord Times de Freetown afirmó en su artículo: “La droga prohibida pero de uso común, el cannabis, llamada localmente ‘diamba’, es muy dañina, ya que contiene más de cuatrocientos productos químicos venenosos que afectan a los adictos”. Añadiendo productos químicos, así es como nació lo que en el argot llaman ahora “kush”, y al que Tyson Conteh dedicó el documental para la BBC.

A la jerga popular no le importar retorcer, traicionar o cambiar el significado originario de una palabra. “Kush cannabis” era el que mejor se adecuaba a los terrenos de Afganistán, norte de Pakistán y noroeste de India, y le daba su nombre el macizo montañoso Hindú Kush o Hindukush. Ahora el “kush” sierraleonés, mezcla de “diamba” macerada y secada, mezclada con toda clase de productos “se encuentra en cada rincón de Sierra Leona, no solo en la ciudad. Ni siquiera el Tramadol es ahora una amenaza. Todos los jóvenes del gueto se han enamorado de Kush. «Es realmente una amenaza”, explicó a la BBC Andrew Ronko, jefe de la Unidad contra el Crimen Organizado Transnacional de la Policía de Sierra Leona. El Hospital psiquiátrico, el único de Sierra Leona, abrió el año pasado un pabellón de rehabilitación… que se llenó inmediatamente con víctimas de kush.

Ibrahim Kargbo, antiguo policía y miembro en la actualidad de la Agencia Nacional de Protección contra las Drogas, organiza sesiones de ayuda para las personas que buscan liberarse de la esclavitud del kush. Entre ellas, Tindem e Isha, que aparecen en el documental de la BBC. Y un camello, tras describir los efectos de una nueva mezcla, “Red Light”, y constatar que también él es víctima de un sistema que ya nadie controla, pedía angustiado: “Las autoridades tiene que destruir el comercio de kush. Tienen que destruir todas las mafias. Quiero que el mundo sepa lo mucho que todos sufrimos con esta basura

Ramón Echeverría

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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