Lesbos, la frontera de Ucrania, el Mediterráneo y los campos de millones de desplazados en África oriental son un espejo de nuestra indiferencia y falta de valores humanos ante la realidad inhumana que viven los desplazados en nuestras fronteras, en las fronteras de Méjico-USA y en las fronteras de Sudan-Uganda, Etiopia-Sudan, etc.
Sólo puede mantener la mirada de las víctimas inocentes que viven y mueren sufriendo quien es libre y a quien su conciencia no le acusa de cómplice y sangrienta irresponsabilidad. Algunos excepcionales líderes políticos como Merkel o religiosos, como el papa Francisco y el patriarca Bartolomé, caminan hacia ellos con la dignidad de quien se siente solidario con los más empobrecidos y olvidados.
También existen miles de voluntarios y profesionales entregados a cuidar de estos millones de hermanos que sufren el abandono y abuso cruel por parte de los poderosos.
Agradecemos a estos líderes valientes que denuncian la inhumana conciencia de nuestras opulentas sociedades y sus gobernantes, que deberían avergonzarse del genocidio que están perpetrando por su ceguera y su cobardía.
Estamos ante un reto global que trasciende las fronteras de África y de Europa. Los graves problemas humanos de los desplazados requieren soluciones valientes, justas e internacionales. Seguir abandonando a tantas personas que buscan sobrevivir desesperadamente nos deshumaniza a nosotros mismos.
Qué rápido nos olvidamos de la imagen del pequeño Aylan Kurdi, de tres años, que apareció ahogado en una playa turca y que nos permitió, por un momento, ver como en un espejo la crueldad de nuestra pasiva indiferencia. Durante su visita a Chipre y Grecia (Lesbos), estos líderes religiosos nos han pedido que no dejemos que el “Mare Nostrum se convierta en un desolador mare mortuum”, y nos han suplicado que “detengamos este naufragio de civilización”.
Está en juego nuestra propia humanidad. Si conseguimos despertarnos de nuestro letargo intelectual, afectivo y relacional para comprometernos personal y socialmente por una integración más solidaria y colaborativa de todas las personas en cada país, podremos construir una gestión más responsable y profesional de los recursos y tecnologías existentes para una vida más digna de todos.
De la mano, todos avanzamos. Separados, todos nos deshumanizamos.