Mercenarios, por Ramón Echeverría

6/10/2021 | Bitácora africana

Nunca las agencias de noticias han utilizado tantas insinuaciones y verbos en modo condicional como al hablar de la participación un tanto nebulosa de “mercenarios” en los conflictos de África y el Oriente Medio. “[En la República Centroafricana] la evidencia sugiere que los así llamados instructores incluyen a mercenarios rusos del grupo Wagner, compañía militar privada con experiencia de combate en Ucrania, Siria y Libia – aunque estos dos últimos gobiernos lo niegan” (BBC 23 de septiembre). “Las autoridades de Malí estarían a punto de firmar un acuerdo con el grupo paramilitar ruso Wagner” (AFP y Reuters el 14 de septiembre). Precisamente hablando de Malí, el sábado 2 de octubre el periodista keniano Moses Rono, que cubre para la BBC las cuestiones de seguridad en el continente africano, titulaba: “El proyecto maliense de utilizar mercenarios rusos en lugar de las tropas francesas desestabiliza el Sahel”.

La mayoría de los malienses parecen estar a favor de ese proyecto. En 2014 aceptaron aliviados la operación Barkhane por la que tropas francesas se unían a los países sahelianos en su lucha contra el terrorismo yihadista. Ahora se quejan de que la presencia francesa no ha hecho desaparecer la inseguridad. Y ha sentado muy mal el reciente anuncio del presidente Macron de retirar buena parte de los 5.000 militares franceses presentes en Malí. Su primer ministro, Choguel Maiga, ha acusado a Francia de abandonar a su país. “Francia interviene en el conflicto según convenga a sus intereses económicos y políticos”, ha criticado Oumar Cissé, conocido pacifista de la región de Mopti, para quien “Rusia, a diferencia de Francia, no intenta aprovecharse de la política maliense”. “[Rusia es] un país amigo con el que Malí ha mantenido un partenariado fructífero”, declaró el pasado 30 de septiembre el ministro de Defensa maliense, Sadio Camara, tras la llegada al aeropuerto de Bamako de un avión de carga ruso con cuatro helicópteros militares, armas y municiones. En 1994 Malí y Rusia firmaron un tratado de defensa, renovado en 2019. Varios miembros de la Junta en el poder, incluido Sadio Camara, han recibido formación militar en Rusia.

guerra_armas_cc0_2.jpgEl 25 de septiembre, durante la Asamblea General de Naciones Unidas, Sergei Lavrov, ministro de Exteriores ruso que aprovechó para reunirse con su homólogo maliense Abdoulaye Diop, confirmó que Malí había pedido a una compañía militar privada rusa ayuda para luchar contra los terroristas. “Coincide con que Francia quiere reducir de manera significativa su presencia militar en el país”, añadió Lavrov. A Cherif Mahamat Zene, ministro de Exteriores de Chad, cuyas tropas se han distinguido en la lucha antiterrorista, no le gustó la noticia, ya que, según él, los asesinos del presidente Idriss Deby habían sido formados por el grupo Wagner. También los países miembros de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS/CEDEAO) han denunciado el proyecto de contratar a compañías privadas de seguridad. Alemania y Estonia han amenazado con retirar sus tropas de la Takuba, la operación conjunta europea que asesora y acompaña a las fuerzas armadas malienses. Florence Parly, ministra de Defensa francesa, pareció resumir el sentimiento de los países de la zona al decir: “No seremos capaces de cohabitar con mercenarios”. Pero ¿por qué esa desconfianza? ¿Porque son mercenarios? ¿Porque son rusos? ¿Cuánto hay de hipocresía en la actitud de la ministra?

Se nos enseña a odiar a los mercenarios por pecadores, y amar a los soldados por santos” (Sean McFate en “Mercenaries and War: Understanding Private Armies Today”, National Defense University Presse 2019). Esa actitud es fruto de la ignorancia, ya que la historia muestra que ambos han actuado algunas veces noblemente y otras de manera horrorosa. Durante siglos no existió una frontera clara entre “mercenarios” (así llamados inicialmente porque recibían una “merces”, una paga) y “soldados” (que recibían un “solidus”, moneda de oro romana de la que también procede el término “sueldo”). Los mercenarios, especialistas del guerrear que luchaban por dinero y no necesariamente por amor a la patria, aparecen en la mayoría de las guerras “serias” de la antigüedad. Eran más eficaces que los aldeanos y los pastores, y costaban menos que mantener en pie un ejército inactivo. La Biblia los menciona, aunque el hebreo sâkir designa también a jornaleros y domésticos. Jeremías habla de los mercenarios de los egipcios (Jer. 46,21), y 2 Samuel cuenta cómo el rey David mando matar a uno de ellos, Urías el hitita, para poder robarle su mujer, Betsabé. Y más cercano ¿no fue de hecho un mercenario el Cid Campeador? En Occidente, a partir del siglo 18 el patriotismo militar se relacionó cada vez más con los soldados y los ejércitos de leva nacionales, y la fama, en general mala, con los mercenarios, especialmente los ingleses y belgas (los “Mad” Mike Hoare, Robert Denard, etc.) que aparecieron en África tras las independencias. Quedaron prohibidos en 1977 por los Protocolos de Geneva I y II. A pesar de esa prohibición, han vuelto con fuerza desde que los Estados Unidos los utilizaron en Irak y Afganistán (una parte de los mismos en tareas civiles). Pero, gracias a una filigrana jurídica, ya no son “mercenarios” sino empleados de las “compañías militares privadas”. Estas son cada vez más numerosas. Algunas se cotizan en bolsa. Las más conocidas son las británicas “G4S” y “Aegis Defense Services”; las americanas “Patriot Defense Group”, “Fort Defense Group Corp” y “Academi” ––antes “Blackwater” ––; y, sobre todo ahora en Africa, la rusa “Grupo Wagner” a la que las autoridades de Malí quieren encargar la lucha contra los yihadistas.

Tanto Francia como los países del Sahel deberían alegrarse si los mercenarios rusos ayudan a eliminar el terrorismo yihadista. Es muy probable, por no decir casi seguro, que la presencia rusa no ayudará a estabilizar la situación política en el país. Tampoco lo han conseguido Francia ni los miembros de la ECOWAS. Cabe pues pensar que el motivo principal del enfado de Francia y de sus aliados sea la posibilidad de que Malí conceda a los rusos, como contrapartida a su ayuda militar, facilidades para explotar el subsuelo maliense, rico en oro y uranio.

Ramón Echeverría

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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