Mejor en manos de la mujer, por Ramón Echeverría

29/04/2021 | Opinión

En un artículo publicado en Fundación Sur en noviembre de 2017, tras mencionar el fenómeno de las “Mamas-benz” de África Occidental, y el de las empresas “Jua Kali” de Kenia, sugerí que, para que mejorasen las economías africanas, habría que incentivar la economía informal. Y que en lugar de gastar dinero y energías en concebir proyectos “de arriba hacia abajo”, más ajustados a los deseos de la burocracia que a la realidad sobre el terreno, se tendría que aplicar la fórmula propuesta ya en 1993 por el tunecino Moncef Bouchrara: “Buscad empresas pequeñas que funcionen bien y ayudadlas. Pronto habrá quien las imite”. Muchos africanos, principalmente urbanitas, utilizan hoy sus móviles en todo tipo de pequeñas transacciones financieras locales, otra muestra más de su capacidad de innovar y adaptar sin que se les imponga desde lo alto un programa estatal. No es pues extraño que me hayan llamado la atención dos ejemplos recientes de adaptación de la economía local a las nuevas realidades. Las protagonistas son en ambos casos mujeres, sin duda porque como numerosas observaciones y estudios confirman, en tiempos de evolución socio-económica rápida, ellas suelen ser más flexibles, realistas y prácticas que los varones.

El primer ejemplo es lo que está ocurriendo en Sudáfrica, en donde algo más de 6 millones de hogares (el 38 % del total) están regentados por mujeres, que son casi siempre las únicas que contribuyen, o por lo menos las que más contribuyen, al mantenimiento del hogar. Ocupan a menudo puestos poco remunerados, por ejemplo como limpiadoras y sirvientas. Trabajan también en el sector informal. Y en todo caso cobran menos que sus compañeros varones en el mismo puesto. Si en la mayoría de los casos no hay un varón en sus casas, es porque se han divorciado o han preferido quedarse solteras tras haber sufrido violencias sexuales, físicas o emocionales. No han elegido ser las responsables económicas del hogar, pero, obligadas por las circunstancias, lo han asumido e intentan sacarle el mejor partido posible. Cómo eso influye en el concepto que ellas tienen de sí mismas, ha sido analizado por Bianca Parry, de la Universidad de Sudáfrica. Estas son algunas de las conclusiones de su investigación, publicadas en The Conversation del 21 octubre 2020:

feminismo_liberacion_mujer_emancipacion_2_cc0-3.jpgLa mayoría de esas mujeres se sienten más a gusto viviendo solas y siendo responsables del hogar, que casadas o en una relación estable. Son muchas las que opinan que el varón sudafricano no consigue asumir la crisis de identidad que está atravesando. Es emocionalmente incapaz de aceptar que su compañera o esposa pueda ganar más que él. Y esa inseguridad es uno de los motivos de su comportamiento violento hacia la mujer. En conjunto, la mayoría de las mujeres entrevistadas por Bianca Parry consideran que a pesar de las luchas y sacrificios que su situación conlleva, es gratificante dirigir solas el hogar. Las hace conscientes de su propia fuerza y poder o, con la palabra que se ha puesto de moda, las empodera.

El segundo ejemplo de adaptación económica a las nuevas realidades se está dando en Túnez. Lo descubrí gracias a un artículo aparecido en marzo de 2020 en la página web de la FAO, “En Túnez el gusto por las almejas está contribuyendo a que las mujeres sean más autónomas”. La almeja Tapes decussatus autochthonous abunda en las costas de Túnez, Libia, Egipto y Marruecos. Al parecer, sus cualidades gustativas y culinarias, debidas en buena parte a que todavía se recogen manualmente, la han hecho popular en los restaurantes italianos y son las preferidas para un buen plato de spaghetti alle vongole. Son en general mujeres quienes las recogen. Y solían venderlas a los intermediarios por 1 dólar el kilo. El año pasado la FAO hizo que se reunieran una asociación de mujeres, un importador italiano y los encargados de un centro de depuración de almejas de Sousa. Surgió así un proyecto en el golfo de Gabès, una de las principales zonas de recogida de almejas, gracias al cual ha disminuido el número de intermediarios, pueden las mujeres llevar las almejas directamente a la depuradora y conseguir mejores precios, a veces el triple de lo que obtenían antes de iniciarse el proyecto.

Es cierto que las mujeres tunecinas juegan con ventaja, no porque tengan más libertades que las sudafricanas, sino porque desde 1956 en que se promulgó el Código del Estatuto Personal, la sociedad tunecina acepta que la posición social de la mujer mejore paulatinamente. Y la legislación ha ido llevando hasta sus últimas consecuencias (a pesar de la oposición de los tradicionalistas musulmanes) el artículo 6 de la constitución promulgada en 1959, que reconoce la total igualdad ante la ley entre hombres y mujeres. También se ha evolucionado en lo económico. Ya en 1992, estaban dirigidas por mujeres el 6’5 % de las 230.000 empresas pequeñas existentes entonces en Túnez (el porcentaje era del 20 % en la zona más industrializada de Sfax). Y unos años antes, en 1988, el ya mencionado Moncef Bouchrara había propuesto al gobierno la organización de la Muestra del Empresariado Femenino en Túnez (FEMA 89).

Los dos ejemplos que he mencionado vienen del Sur (Sudáfrica) y del Norte (Túnez) del continente. No son los únicos, ni los primeros (antes estuvieron las Mamas-benz de África Occidental y los Jua Kali de Kenia), ni, esperemos, los últimos. Ya durante la presidencia del economista ruandés Donald Kaberuka (2005-2010), el Banco Africano de Desarrollo, reconociendo la importancia de la mujer en la economía y en las finanzas del continente, inició un programa de apoyo a las emprendedoras africanas. Decidió que había que apoyar económicamente y por separado los proyectos iniciados por mujeres, y fomentar la colaboración con la Femmes Chefs d’Entreprises Mondiales (FCEM), la asociación pionera de mujeres de negocios fundada en Francia en 1945. Pero una vez más, lo mejor puede ser enemigo de lo bueno, y volar tan alto puede impedir ver la realidad de lo cotidiano. Los ejemplos de Sudáfrica y Túnez sugieren que bastaría con asegurarse de que las mujeres gozan de libertad, libertad para tomar iniciativas también en lo económico, sin que la burocracia local les ponga zancadillas.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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