El revolucionario y la economista
Cuando los ricos se reúnen para hablar de ayuda
En la segunda semana de julio de 2009, los países más ricos del mundo se reúnen una vez más. Lo hacen en lugar simbólico, como lo es la ciudad italiana de L´Aquila, desvastada por un terremoto, para hablar de cambio climático, de soberanía alimentaria, de ayuda a los países más pobres. Es obvio que, sin ayuda muchos países pobres no podrán salir de la pobreza ni del subdesarrollo y que la ayuda es necesaria, pero, mi experiencia de muchos años vividos en África me ha llevado más de una vez a preguntarme si toda ayuda es buena, si no hay una ayuda que tiene efectos perversos porque no es la adecuada. Leyendo lo que se ha escrito en estos últimos tiempos, sobre el polémico libro de Dambisa Moyo “Dead Aid”, he recordado unas palabras que hace unos veinticinco años oí pronunciar a Tomás Sankara, palabras que asustaron a muchos y entusiasmaron a algunos. Palabras que animaron muchos debates mantenidos con los jóvenes estudiante de Bobo-Diulasso en torno al tema: ¿Es buena toda ayuda para África?
“La ayuda tiene que matar a la ayuda”.
Poco tiempo antes de ser asesinado, Tomás Sankara, presidente de la República de Burkina Faso ya había respondido con una frase provocadora y acertada a esta pregunta: “La ayuda tiene que matar a la ayuda”. Para él, la única ayuda buena era la que no crea dependencia y mantiene en ella, la que no se limita a ser una perfusión que mantiene la vida de un medio muerto, sino que la estimula y la hace crecer. Que “la ayuda mate a la ayuda” quería decir para Tomás, que la ayuda no puede ser pretexto de otros intereses, ni una ayuda que se eterniza, que se hace imprescindible, que no libera ni ayuda a crecer. La ayuda que no erradica de modo sostenible la pobreza, la que mantiene a los hombres doblegados sin que puedan ponerse de pie, no es buena, porque no crea libertad y ni dignifica: no aplasta con el peso de una deuda que no hace más que crecer y esclavizar sin erradicar de modo sostenible y durable la pobreza.
“Dead Aid”, “La ayuda está muerta”
Leyendo algunos artículos publicados con la ocasión de la publicación del libro de Dambisa Moyo: “Dead Aid” “La ayuda está muerta” he recordado las palabras de un joven revolucionario, que tanto me impactaron. Se asocian y hermanan en mi mente con las de esta economista africana.
Nunca había oído hablar de Dambisa Moyo y he leído con interés algunos artículos sobre ella y las reacciones que el libro ha provocado. Dambisa Moyo es una mujer zambiana, con una sólida formación universitaria en química y en economía. Tiene un doctorado en economía de la Universidad de Oxford y un Master de Harvard. Con esta formación no le ha sido difícil trabajar en la Banca mundial y ocupar en Londres el puesto de Directora de investigación económica, en Golman Sachs.
La publicación de este libro ha provocado un gran revuelo, echa por tierra ciertas ideas que pocas personas ponen en duda y va contra ideas preconcebidas y muchos intereses creados, bajo el manto de buenos samaritanos. El análisis que Dambisa hace del por qué del fracaso de la ayuda y las ideas que defiende sobre otras vías posibles para el desarrollo de África han suscitado bastante polémica mucha polémica. La idea de que, fuera de situaciones de urgencia, la supresión de toda ayuda a África, en los próximos cinco años, permitiría estimular el crecimiento del continente, no ha gustado, ni siquiera a personas que parecen estar de acuerdo con el fondo de sus ideas, como es el caso de Paul Kagamé:” “El ciclo de la ayuda y la pobreza perdura: mientras que los países pobres continúen centrándose en recibir ayuda, éstos seguirán sin hacer todo lo posible por mejorar su situación económica”,( pero) “ Algunas de las recetas de Moyo son un tanto agresivas, como finalizar el suministro de ayuda de aquí a cinco años cinco años”.
Para Moyo, la crisis económica actual es una oportunidad, para inventar su desarrollo sin esperar “un hipotético salvamento de su economía por las potencias mundiales, que ellas mismas buscan cómo salvarse”.
El análisis sobre la ineficacia de la ayuda en África, que hace Dambisa Moyo parte de una realidad que ha podido observar en su propio país y en otros países subsaharianos. Según el índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Zambia, está entre los 20 últimos países desde 1990. Por tanto, ha recibido en ayuda al desarrollo entre los años 1990 y 2005, más de 10 millares de dólares, es decir el 23 % de su PIB en el mismo periodo. Si los objetivos de la ayuda son estimular el crecimiento y reducir la pobreza, ¿Por qué a pesar de los millones de ayuda que África subsahariana ha recibido en los últimos 60 años, se observa una disminución del crecimiento y aumento de la pobreza? ¿No será por que el enfoque de la ayuda no ha sido el correcto y ha tenido efectos perversos como engendrar corrupción, burocracia, ahogar las iniciativas privadas? Las respuestas a estas preguntas las encontramos en su libro y resumidas en las declaraciones hechas a IRIN y la respuesta dada a las críticas que le hace su antiguo profesor, Jeffrey Sarchs. Veamos lo que dice:
“Crecí en Zambia, después marche al extranjero y he visto cómo el mundo parecía avanzar rápidamente. No obstante, cada vez que volvía al país, año tras año, la situación había empeorado. Para mí, era el reconocimiento continuo del hecho que la ayuda, no daba resultado” (entrevista IRN)
“Los dos objetivos de la ayuda son, por una parte, estimular el crecimiento y por otra parte reducir la pobreza. Pero, a pesar de los millones de ayuda acordados a África en esos 60 años, se observa una disminución del crecimiento y un aumento de la pobreza…La ayuda tiende a engendrar mucha corrupción, crea una importante burocracia, ahoga las iniciativas de empresariado…” “Sabemos que Los países que financian desarrollo y crean trabajos a través del comercio y animando la inversión extranjera (y doméstica) prosperan, también sabemos que no hay ningún país que haya reducido significativamente la pobreza y haya alcanzado niveles sostenibles de crecimiento confiando en la ayuda”.
También dice que si ayudas como la del plan el Plan Marshall en Europa o la Revolución Verde en la India tuvieron éxito y jugaron un papel importante en la reconstrucción de la economía es porque fueron cortas, sostenidas y terminadas, mientras las ayudas a África son acuerdos abiertos, de modo que “los gobiernos africanos no tienen incentivos para buscar otro modo mejor de financiar su desarrollo” (Ironías de la ayuda: una respuesta a Jeffrey Sachs de Dambisa Moyo, publicado el 15/6/2009 por la Fundación Sur).
No entiendo mucho de economía, pero ha visto fracasar muchas de las llamadas ayudas al desarrollo. He visto ayudas oficiales, que han servido para enriquecer a unos pocos sin disminuir la pobreza de la mayoría, he visto la ineficacia de otras ayudas, como por ejemplo los millones y millones enterrados en el Sahel en forma de cementerios de moto-pompas, “muertas a la primera avería”. Porque el interés de los donantes era dar salida a material, inadaptado. Transferir máquinas sin transferir saber hacer y tecnología, no es una buena ayuda. Son ayudas, de “pan para hoy y hambre para mañana”. Ayudas que podríamos también llamar de “dependencia-y-mano-tendida para mañana”, Sólo citaré dos ejemplos bien simples: envíos masivos de soluciones hidratantes para niños y de mosquiteras antimosquitos impregnadas de insecticida para evitar el paludismo. Esos envíos me irritaron especialmente por dos razones: por haber sido patrocinadas por organismos internacionales, cuando, sin problema, se hubieran podido fabricar inmediatamente localmente. Con a penas gastos de inversión en infraestructura, podrían haber creado puestos de trabajo para tantos jóvenes desocupados y cubrir unas necesidades sin depender del exterior.
La ayuda es necesidad y obligación moral. Podemos alegrarnos cuando libera de la pobreza y crea desarrollo sostenible. Pero nunca debemos de dejar de hacernos la pregunta: ¿toda ayuda es buena? Hoy, la repuesta que nos llega de una economista del este africano y la que hace, veinticinco años llegaba de un político visionario y carismático de oeste de África. Separados en el espacio y en el tiempo, pero coincidiendo, en algo que me parece una gran verdad. Verdad que no siempre se acepta y reconoce: La ayuda que después de un tiempo no se hace innecesaria, que no tiene fecha de caducidad y se prolonga institucionalizando la dependencia, no es una buena ayuda. Los efectos perversos de la mala ayuda, no deben ser un pretexto para cumplir la obligación moral de la ayuda para que se cumplan los objetivos de 2015.