Para entender el alcance de la fanfarronada de Trump en sus últimos momentos en la Casa Blanca y su repercusión sobre el continente africano, se puede partir de los memes que se han publicado en las redes sociales por los propios africanos. Uno por ejemplo decía en Facebook que el aferrarse al poder y la manipulación de las masas a favor de sus reivindicaciones electorales es una prueba irrefutable de que Trump tiene conexiones mentales en África. Cierto o no, es indudable que la actuación de Trump roza lo habitual en nuestro continente, dónde el que pierde las elecciones nunca reconoce al ganador y dónde algunos presidentes se creen investidos por Dios como mesías insustituibles, amparándose siempre en el pobre pueblo que usa y abusa para los intereses personales.
Bromas aparte, hay algo en Trump que puede ser divertido y de alguna manera positivo: es su coherencia. De alguna manera cumplió con sus promesas electorales hasta dónde el sistema le permitió. Nadie dirá que puso en marcha las medidas que no figuraban en su programa electoral. Por tanto, el pueblo americano que le eligió debe darle gracias porque no actuó como aquellos que de candidatos presentan una cara y de presidente otra. Por lo que se refiere a África, Trump dijo sin tapujos que era un continente de mierda. Sus análisis le habían llevado a esta conclusión. En el fondo, este hombre decía muy alto lo que los otros políticos de su esfera dicen muy bajo. Y en coherencia con su punto de vista, nunca pisó el suelo africano en todo su mandato. Juraría que nunca pisó África en toda su vida. Es un continente que no le interesa en nada. ¿Por qué poner sus pies en un agujero de mierda, pues?
Su política para con África queda invisible. Evidentemente, nadie puede acusarle de no interesarse por un continente por el que no había sido elegido. Tampoco se le acusará de haber iniciado o apoyado algún conflicto armado ni en África ni en ningún otro lugar. Sólo por eso, merece cierto respeto. Se dedicó a su país con sus métodos y sus mentiras, sus extravagancias y su supremacismo, pero eso no era nada nuevo porque justamente Trump no es un hombre que esconde sus convicciones, ni ahora ni antes.
El problema con África es que necesitamos una referencia y los EE.UU. lo deben ser por varios motivos: constituyen una democracia moderna más antigua, son una superpotencia mundial y suelen dar lecciones a la humanidad en casi todo. Solo por eso, necesitamos que den ejemplo, aunque sea por pura apariencia. Lo que hacen los EE.UU. repercute al resto del mundo. Su política no se restringe al interior de sus fronteras en la medida en que su posición de superpotencia proyecta todo hacia fuera.
La actitud de Trump en su manera de gestionar el poder, sus decisiones etc., fueron un apoyo indirecto a los dictadores africanos que creen que el país les pertenece en herencia. Los últimos momentos, al no reconocer la derrota alentando las masas a la insurrección, fueron particularmente dañinos a la imagen que el mundo tiene de los Estados Unidos. Ahora, los dictadores se frotan las manos diciendo que América no tiene nada especial que enseñarles en materia de elecciones. En esto, el trumpismo tiene que ver con África de alguna manera.
Puede ser que Trump esté convencido de haber sido víctima del sistema y que haya abandonado la Casa Blanca injustamente. Lo que pasa es que la democracia es un sistema que se parece a un juego en el que un jugador no elige ni el terreno, ni las leyes, ni el árbitro. Si el sistema en que ejercía el poder le ha dicho que se fuera, podría ser inmoral pero no será injusto. He aquí la grandeza de las instituciones fuertes frente a las personas fuertes.
Trump quiso ser el hombre fuerte y en eso también se parece a algunos presidentes africanos. La diferencia es que los EE.UU. funcionan por medio de sus instituciones fuertes mientras que África sigue pensando que necesita a los hombres fuertes. Es una lástima porque los países donde existen los presidentes fuertes, colocados por encima de las instituciones, también son los que están a la cola en el desarrollo y permanecen estancados en la pobreza y la corrupción.
Original en: Afroanálisis