El coronavirus fue protagonista a nivel mundial e impactó en el continente. Sin embargo, no todas las noticias giraron en torno a la pandemia.
En el primer trimestre de 2020 parecía que el coronavirus sería la gran (mala) noticia para el continente y de la que se hablaría el resto del año, pero la situación se fue modificando y en la agenda de temáticas africanas la covid-19 fue un tema más, entre varios, de tratamiento mediático.
¿Un antídoto contra el afropesimismo?
El primer caso africano de covid-19 se dio en Egipto, un extranjero, el 14 de febrero. El segundo fue argelino, el día 25 de ese mes. El 28 la enfermedad arribó en el África subsahariana, a Nigeria. El 1° de marzo se reportó el primero en Sudáfrica, el país más comprometido del continente por la pandemia, que al presente tiene casi el 40 % de los casos y que, por si no fuera suficiente, en diciembre reportó una nueva variedad de coronavirus, al igual que una nigeriana. Así llegó la covid-19 para quedarse, con más de 2,7 millones de contagios, por suerte en su gran mayoría de personas recuperadas, pero con 65.000 muertes a fin de 2020. Si se compara al resto del planeta, en números, el impacto continental del coronavirus no ha sido tan alto, pues las cifras representan apenas el 3,5 % del global. Por otra parte, han fallado estrepitosamente las previsiones que anticipaban varios meses atrás una catástrofe humanitaria, como las de Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud.
Desde la Comisión Económica de ONU, a fines de marzo, se planteó la posibilidad de que África se enfrentara al desastre que en ese momento atravesaban Italia y España. Si bien el ritmo de contagio fue aumentando en diversos países africanos, este no alcanzó los ribetes dramáticos de esas naciones europeas. Por su parte, la OMS también temió lo peor atento a la precariedad de los sistemas de salud de gran parte de los países africanos. Al respecto, a comienzos de mayo, el organismo pronosticó al menos 190.000 muertes en un año de no respetarse las medidas de prevención y distanciamiento social. De todos modos, las cifras actuales permiten colocar en entredicho ese cálculo. Como sea, el cuerpo instó a aplicar medidas para prevenir la propagación de la enfermedad, como cuarentenas y cierre de fronteras, lo que se fue aplicando con variedad entre los países, como Sudáfrica, que impuso un confinamiento estricto al comienzo, o Kenia, que estableció toque de queda. También se expresó preocupación por el hecho que la lucha contra el coronavirus desviara recursos y atención hacia enfermedades conocidas y endémicas como la malaria, el sida o el Ébola, además del flagelo de la desnutrición. La primera, según previó la OMS, podría causar 769.000 muertes en 2020 solo en la región subsahariana. Además, el paludismo genera habitualmente unos 400.000 decesos al año en el continente.
Las estimaciones no fueron tan erradas en el plano económico. Según la OMS, el 70% de la población africana vive de la economía informal. La Comisión Económica de ONU proyectó hasta 27 millones en pobreza extrema debido a la pandemia y, por primera vez en 25 años, el Banco Mundial estimó una recesión con caída del PBI del 3,3%. También se activó la clásica ayuda internacional. El FMI condonó deuda, por seis meses, a una veintena de países africanos. Respecto a Sudáfrica, el más golpeado por la Covid-19 y que llegó a ocupar el quinto lugar en el ranking mundial en cantidad de casos, a fines de julio el FMI aprobó una ayuda económica de emergencia por 4.300 millones de dólares.
Ante el incumplimiento de los pronósticos sanitarios ultrapesimistas, las tintas se cargaron en dar una explicación de por qué el coronavirus en África no fue catástrofe: el promedio de edad bajo, una menor densidad poblacional, cierta inmunidad, etc. Teorías, especulaciones que pueden funcionar como un imperfecto reparo ante el lugar común de lo africano como espacio estereotipado de desgracias vistas con lástima y caridad desde Occidente. La intentona de probar vacunas en poblaciones africanas generó mucho rechazo.
Otros frentes problemáticos
La pandemia no se llevó todos los titulares de 2020. En efecto, a comienzos de año el ascenso de la relevancia mediática de aquel tema por poco desplazó a un gran problema sufrido en África oriental y en parte de la Península Arábiga, una terrible plaga de langostas, la peor en décadas, que sumió a 22,5 millones en inseguridad alimentaria en una región siempre inestable, y que no acabará en 2021. El foco fue el Cuerno de África: Etiopía, Kenia y Somalia. El Banco Mundial aprobó ayuda por 500 millones de dólares. El fenómeno llegó a Sudán del Sur, un país que de a poco sale de la guerra civil, como se estipuló en febrero bajo la formación del tan esperado pero postergado gobierno de unidad nacional, pero que, así de joven, es uno de los más castigados del mundo por el hambre y la inseguridad alimenticia. A la noticia, importante en febrero, se le sumó el hecho de que la invasión de esos insectos pudiera crecer 500 veces en junio, en un panorama que efectivamente no mejoró. Para colmo, la naturaleza tampoco fue clemente en Sudán, donde lluvias intensas de manera récord, desde julio, desbordaron el Nilo y dejaron a más del 95 % del país literalmente bajo el agua, con saldo de unas 800.000 personas afectadas, más de 110.000 hogares destruidos y al menos 100 muertes, a fines de octubre. No obstante, Sudán tuvo algunas buenas noticias: la prohibición de la mutilación genital femenina, como parte de un proceso de liberalización desde la salida del régimen de Omar Al Bashir el año pasado, más un histórico acuerdo de paz con varias facciones rebeldes y el retiro de la misión conjunta de Naciones Unidas y la Unión Africana.
Conflictos armados
Pese a la pandemia, los conflictos armados no se tomaron descanso. Etiopía fue noticia cuando el 4 de noviembre el Primer Ministro y ganador del Premio Nobel de la Paz 2019, Abiy Ahmed Ali, dispuso una ofensiva a la región de Tigray en represalia por un ataque a una de las bases militares más importantes del país. La tensión escaló con la acusación del gobierno de dicha zona de intervención de Eritrea, en favor del gobierno federal, y una crisis humanitaria que complica más la delicada situación de una zona sensible. A pocos días se reportaron más de 50.000 personas que huyeron al vecino Sudán. La guerra pronto devino en una resistencia local en forma de guerra de guerrillas, pese a que el mandatario etíope semanas luego del inicio de hostilidades vitoreó la captura de la capital, Mekele. Las consecuencias de este nuevo conflicto no son más que una muestra adicional del frágil equilibrio federal y étnico en el segundo país más poblado de África. Otro conflicto, larvado pero remanente, estalló a lo grande en el Sáhara Occidental, cuando se dieron acusaciones mutuas de violación de un alto el fuego vigente desde 1991, en el puesto fronterizo de Guerguerat. Marruecos buscó beneplácito entre sus aliados tradicionales y encontró una garantía en los Estados Unidos. Donald Trump convirtió a su país en el primero en reconocer la soberanía marroquí sobre dicho territorio no autónomo pendiente de descolonización, a condición que Rabat normalizara relaciones con Israel, compromiso cumplido.
Ghana, reputada como una democracia estable y una economía sólida en África occidental, también sufrió importantes tensiones en el año que finalizó. Volviendo a un conflicto latente, el 25 de septiembre insurgentes separatistas del Western Togoland Restoration Front (WTRF) proclamaron su gobierno en el este del país, rememorando las antiguas injusticias resultantes del reparto europeo de África. La reacción de Accra ante diversas acciones violentas de los separatistas fue severa y el movimiento resultó contenido. Es más, llegadas las elecciones presidenciales y parlamentarias, la queja en la región insumisa fue el alto grado de militarización. Se temía que este conflicto, sumado a otros factores, alimentara la derrota de Nana Akufo-Addo que, no obstante, logró la reelección tras los comicios del 7 de diciembre.
Yihadismo
Tampoco la situación pandémica puso palos en la rueda al fenómeno del radicalismo religioso, el cual no deja de ser una importante preocupación más que nada en el corredor saheliano, donde se fortalece sin pausa. Según datos del Centro Africano de Estudios Estratégicos, el período comprendido entre agosto de 2020 e igual mes de 2019 fue el más violento de la década, con 12.500 muertes y 4.161 actos terroristas, seis veces más que en 2011 (693). Particularmente Malí, Níger, Nigeria y Burkina Faso fueron de entre los países africanos más golpeados, como del otro lado Somalia y Libia, siempre los de estructuras estatales más endebles. El cuarto país de los de África occidental mencionados tuvo elecciones, claramente condicionadas por la amenaza yihadista al no poder votarse en casi 20% del territorio. La región africana referida es la más crítica del mundo en torno al avance del integrismo radical pese a la intervención internacional y una no despreciable presencia militar. Níger es otro ejemplo, a l tener elecciones también marcadas por el yihadismo en la agenda.
Esta forma de fanatismo irrumpió en el convulsionado este de República Democrática del Congo y fue una gravísima preocupación en el norte de Mozambique, que ya hace más de tres años lidia con una facción que le ha declarado lealtad al Estado Islámico y adoptó igual nombre que el grupo somalí Al Shabab, aunque sin vínculos con el primero. Como una muestra de la acostumbrada brutalidad de estas organizaciones, a comienzos de noviembre más de 50 personas fueron decapitadas en la asolada provincia de Cabo Delgado y se utilizó un campo de fútbol como lugar de ejecuciones en masa.
Boko Haram, el grupo yihadista que campa a sus anchas en el noreste de Nigeria y más, en los primeros días de diciembre atacó una escuela secundaria de un Estado en el que de primera mano se sospechó que no estaba dentro de su esfera de acción. Sin embargo, pocos días más tarde su líder, Abubakar Shekau, se adjudicó un secuestro por el cual fueron capturados 333 niños, de un total inicial, con ciertas confusiones e informaciones parciales, de alrededor de 600. Lo que el gobierno primero atribuyó a grupos de bandidos que se dedican a estas prácticas delictivas, pronto Boko Haram lo comunicó recordando el trauma del megasecuestro de Chibok, en abril de 2014, que suscitó atención internacional y el movimiento #BringBackOurGirls al ser raptadas 276 adolescentes de una escuela. Los terroristas luchan contra lo que tildan de ser “educación occidental”. La historia se repite pero la atención decae.
En parte, el fenómeno descripto en los párrafos anteriores ha provocado cambios de primera línea en Malí, que en agosto asistió al cuarto golpe de Estado desde su independencia en 1960. Como en un estilo semejante al anterior golpe militar de 2012, una de las razones de la caída del gobierno fue la acusación de impotencia frente al factor yihadista. Coronando semanas de protestas contra la administración, el logro no fue producto de la voluntad popular sino de los movimientos castrenses. El país continuará en 2021 buscando la normalización democrática.
Elecciones y crisis. Protesta social
2020 continuó siendo un año de protesta social. Tras un 2019 signado por la caída de “dinosaurios” de la política africana, Al Bashir en Sudán y Bouteflika en Argelia, la movilización continuó en esta última nación ante una clase política que es la misma anquilosada al poder desde la independencia, en 1962, bajo una fórmula que se repite en otras latitudes continentales, juventudes enfrentadas a élites entradas en años. Si bien el coronavirus limitó el margen de la hirak, la movilización argelina iniciada en febrero de 2019, no la detuvo por completo y la población aprobó un proyecto de reforma constitucional en noviembre, mediante un referéndum, y pese a una abstención récord que denota el rechazo hacia el sistema político local.
En general, en muchas ocasiones se denunció que el contexto pandémico funcionó como refuerzo de tendencias autoritarias y de reacciones represivas contra las demandas emanadas desde abajo. Un claro ejemplo de lo anterior resultó Uganda. Las elecciones de enero enfrentarán al veteranísimo Yoweri Museveni frente a un joven ídolo pop apodado Bobi Wine, el que fue detenido en noviembre bajo alegación de saltarse las normas de distanciamiento social Covid-19, junto a sus simpatizantes. Wine denunció maltrato policial y los medios comenzaron a hablar de hasta 40 fallecidos en pocas horas, por represión. Museveni, que se ve amenazado por la juventud de su principal contrincante, estaría haciendo todo lo posible para apartarlo del juego electoral, como muestra del endurecimiento de un régimen que de democrático solo parece tener la apariencia y en el cual el presidente gobierna desde 1986 pese al cansancio simbolizado por el apoyo al popular cantante.
Por responsabilidad principalmente de otros veteranos de la política también se enrareció el panorama electoral en otros países. Alassane Ouattara fue reelecto en Costa de Marfil, tras semanas de intensa crispación saldadas con más de 50 muertes hasta el 31 de octubre, día electivo, y 55 más al 10 de noviembre. Todo ello producto de la reforma constitucional resistida y que lo habilitó a un tercer mandato, similar al caso de otra excolonia francesa, Guinea Conakry. Allí, Alpha Condé, quien rige desde 2010, obtuvo su tercer mandato consecutivo. Desde octubre de 2019 las protestas contra la candidatura del presidente provocaron más de 50 muertes y más conflicto tras las elecciones, celebradas el 18 de octubre. En ambos países la oposición desconoció los resultados, tensionando más el ambiente, al igual que en República Centroafricana que arrastra un conflicto detrás de otro y por poco las elecciones del 27 de diciembre se suspenden.
Lo electoral también fue el hecho a destacar en Tanzania, a fines de octubre. John Magufuli, el actual presidente que logró ser reelecto, sostiene un estilo propio que lo llevó a ser comparado con su par brasileño Jair Bolsonaro, en particular por su reacción frente al coronavirus, enfermedad sobre la cual el mandatario tanzano alegó que se la exageraba y desde fines de abril no se emitieron más estadísticas oficiales. En julio Magufuli declaró que Tanzania estaba libre de covid-19 por los rezos y ha sido acusado de perseguir opositores y bloquear Internet. Una vez más se repitió una acusación reiterada en otros escenarios electorales, que el ganador fraguó los resultados. La violencia acompañó a los comicios, en Zanzíbar se denunció una decena de muertes por parte de las fuerzas de seguridad, entre otros episodios.
Otros países que dieron la nota por el tono de las protestas sucedidas, sin trasfondo electoral, fueron Nigeria y Angola. En la primera, la sociedad dijo basta a la violencia de las fuerzas de seguridad, un problema de larga data pero que este año se viralizó en octubre gracias a las redes sociales. Por la velocidad de la protesta, el gobierno no tuvo más alternativa que disolver la brigada SARS (Special Anti-Robbery Squad) acusada de violencia y asesinatos. Más de 28 millones de tweets en dos días lo lograron, bajo la consigna #EndSars, nombre del movimiento que encontró eco por fuera de Nigeria, sobre todo en el Reino Unido y en Canadá. No obstante, ese parche no resuelve problemas profundos y subyacentes al disparador de la protesta: corrupción, inseguridad, pobreza, desencanto con la clase política, etc. En apenas dos semanas se informaba más de medio centenar de muertes entre manifestaciones y represión. También el uso desmedido de la violencia policial fue noticia en Angola, bajo un ciclo de protestas contra el gobierno, alegando un alto nivel de desempleo, el encarecimiento del costo de vida y el aplazamiento de elecciones locales por la pandemia.
Cuando la protesta social no se vehiculiza, muchas veces la alternativa es el éxodo. En 2020, en parte producto de las restricciones a la movilidad causadas por la pandemia, la ruta migratoria hacia Canarias volvió a ser noticia y encendió alarmas recordando la crisis de los cayucos de 2006-2007. En una semana el gobierno senegalés reportó la muerte de 480 compatriotas migrantes que nunca llegaron al archipiélago español. El peor naufragio del año tuvo lugar a fines de octubre con 120 decesos. Según datos de Caminando Fronteras, se produjeron 45 naufragios con 1.851 decesos en esa peligrosísima ruta, un incremento dramático frente los últimos años. Se trata del resurgir de una crisis migratoria, con más de 20.000 personas arribadas a las islas, cifra diez veces superior al número de 2019.
Buenas noticias
Tras batallar contra dos brotes en parte simultáneos de Ébola, República Democrática del Congo, que ya padeció once incidencias de esta enfermedad, pudo anunciar en noviembre que se encontraba libre de la enfermedad tropical a medio año de iniciado el foco en el noroeste del país y a pocos días de apagarse el segundo peor de la historia que asoló el noreste, región que registra el conflicto armado más mortífero de la actualidad. Los costos fueron altos: el último brote, en la provincia de Ecuador, dejó 55 muertes mientras que el otro, de casi dos años de duración, elevó la cifra de mortalidad a casi 2.300. A ello se suma el coronavirus que, sin embargo, tiene mucha menor tasa de mortandad que el Ébola pero con el mismo trasfondo: sistemas de salud locales muy deficientes.
Se puede argumentar que 2020 haya sido bastante positivo en Libia, para contrarrestar casi una década de conflicto armado tras la caída de Gaddafi y el efecto de las mal llamadas “Primaveras Árabes”. Este año fue de negociación y reconciliación entre las facciones libias enfrentadas, con promesa de realizarse elecciones nacionales a finales del próximo diciembre. Tras varios intentos, como una negociación en enero, de la cual ambas partes se acusaron mutuamente de no respetarla, finalmente una cumbre en Ginebra concluyó con la firma de un alto el fuego permanente, y el visto bueno de Naciones Unidas.
En materia continental, la pandemia incidió en la ralentización de inicio de la zona libre de comercio más grande a crearse desde 1995, cuando se fundó la Organización Mundial del Comercio (OMC). El Acuerdo de Libre Comercio Africano (AfCFTA, por su sigla en inglés), cuya fase operativa de despegue estuvo prevista para el 1° de julio, se postergó al 1° de enero de 2021. En otro logro continental, 2020 fue testigo de declaración de erradicación definitiva de la poliomielitis cuando la OMS declaró a finales de agosto a Nigeria, último país con casos, libre. Si hace menos de una década el gigante africano registraba más de la mitad de los casos a nivel mundial, ahora la enfermedad ya solo se encuentra en Pakistán y en Afganistán.
Omer Freixa
Fuentes:
Original en: Boletín CEA Artículos del Centro de Estudios Africanos e Interculturales