El silencio del totem

6/10/2020 | Opinión

El silencio del Tótem (Le silence du Totem, L’Harmattan, abril 2018) es el título de la primera novela de Fatoumata Ngom, senegalesa nacida en Dakar y actualmente residente en Paris. Narra una doble historia, la de la protagonista, Sitoé Iman Diouf, serere senegalesa que, tras haber estudiado en su país y en la Escuela Normal Superior de París, vive felizmente en París con su marido francés y el hijo de ambos; y la de una estatua Pangol (Pangol son los espíritus ancestrales), que en 1870 un misionero, Alexis de Fabrègues, llevó a Francia desde un pueblo serere, Khalambass (existe en Senegal un pueblo con ese nombre, fundado en 1921), al que la estatua protegía, y que terminó, tras diversas peripecias, en el museo de artes y civilizaciones de Quai-Branly. Cuando Sitoé descubre la estatua, se inicia para ambos un viaje de vuelta a su pueblo y a sus tradiciones. Sitoé creció junto a su abuelo, Custodio de los Cultos, y la estatua le hace revivir y añorar las experiencias de su infancia. En adelante su “misión” consistirá en convencer a las autoridades francesas, con la ayuda de Unesco, para que el Pangol, testigo de la historia del clan y del alma de los antepasados, vuelva a Khalambass y siga protegiéndolo.

Fatoumata Ngom publicó su novela a los pocos meses de la declaración del presidente francés Emmanuel Macron en Uagadugú (Burkina) el 28 de noviembre de 2017 (ver en Fundación, diciembre de 2018: Museos. O cómo organizar viajes de ida y vuelta): “El patrimonio africano no puede estar únicamente en las colecciones privadas y museos europeos. Hay que apreciarlo en París, pero también en Dakar, Lagos, Cotonou… Será una de mis prioridades… Quiero que de aquí a cinco años se den las condiciones para que tengan lugar restituciones temporales o definitivas del patrimonio africano”. Más tarde, en 2018, Francia publicó un informe en el que se pedía que volvieran a sus países de origen, de manera temporal o permanente, miles de artefactos y obras de arte.

el_silencio_del_totem_fatumata_ngom.jpgPero del dicho al hecho hay un trecho. Museos en buen estado e interés popular son sin duda dos de las condiciones necesarias para que esa repatriación pueda realizarse con éxito. En África, el interés por el pasado aumenta de día en día, y ya en 2006 360.000 personas visitaron una exposición de objetos del reinado de Béhanzin en la Fundación Zinsou, creada en Cotonou (Benín) ese mismo año. Pero los museos en buen estado no abundan. No son una prioridad para los gobiernos de países pobres, y escasea la ayuda exterior para fines culturales. En diciembre de 2018 Senegal inauguró un imponente Museo de las Civilizaciones Negras, cuya realización fue posible gracias a una inversión china de 34 millones de dólares. Más modesto y fácil de realizar en otros lugares es el proyecto iniciado por el galerista parisino Robert Vallois. Con la ayuda del Colectivo de Anticuarios de Saint-Germain-des-Prés y la asociación L’HeD (Ayuda a las poblaciones de los distritos del este de Paris), se creó en Lobozounkp, cerca de Cotonú (Benín), “Le Centre”, un espacio artístico pluridisciplinario inaugurado en febrero de 2015. Dentro del conjunto se encuentra el “Petit musée de la Récade” que alberga una colección de “makpo”, cetros reales del antiguo reino de Danhomé (Dahomey). El museo se ha hecho muy popular y le están llegando más dones de cetros y artefactos. Un periodista del semanario Le Point preguntó à Robert Vallois en 2018, si los objetos en los museos son un tesoro nacional francés o africano Su respuesta fue pragmática, como tiene que ser según él la de un galerista: “De los dos. Lo importante es que la gente, en Francia y en África, pueda verlos y disfrutarlos”.

Con todo, después de tres años de la declaración de Macron en Uagadugú, la repatriación tan discutida de los objetos tradicionales africanos en Europa parece estar en punto muerto, motivo para que los activistas entren en escena. El 30 de septiembre, cinco militantes panafricanistas del poco conocido movimiento UDC (Unidad, Dignidad, Coraje) comparecieron ante los tribunales por haber intentado robar el pasado 12 de junio un poste funerario en el museo de Quai-Branly. Los dirigía el congolés de Kinshasa Mwazulu Kiyabanza. Dos de sus compañeros proceden de La Reunión y de la República Centroafricana. El cuarto, de nacionalidad francesa, había nacido en la RD Congo. La quinta, Djaka Apakwa, maestra francesa en paro, procede igualmente del Congo. Su padre, que se presenta como rey Djaka I, del antiguo reino Ngondi del Congo, estaba presente en la sala. Los activistas defendieron su actuación como “simbólica”, y Mwazulu Kiyabanza denunció ante los tribunales al estado francés por participación en la posesión ilícita de objetos robados. Si se le culpara de intento de robo en grupo de un objeto histórico, Diyabanza podría enfrentarse una sentencia de hasta 10 años en prisión y una multa de 150.000 euros. Sin embargo, los fiscales han pedido sólo una multa de 1.000 euros junto a la sentencia condicional para Kiyabanza y de 500 euros para los otros cuatro. El veredicto está previsto para el próximo 14 de octubre.

En la novela de Fatoumata Ngom, Sitoé no lleva el Pangol a un museo senegalés, sino a Khalambass: «Con manos temblorosas y gesto delicado, Sitoé colocó el Totem sobre el pedestal del que lo habían arrancado hacía casi cincuenta años. Finalmente los dos elementos se refundían en total harmonía en un mismo conjunto”. Tal vez pretende Ngom que es posible recrear las creencias y tradiciones ancestrales. Pero ¿ya tiene en cuenta que muchos nativos vendieron estatuas y máscaras al constatar que ya no funcionaban como símbolos y puentes vivientes entre nuestro mundo y el de los ancestros? En un artículo reciente cité a un obispo anglicano nigeriano para el que las antiguas creencias eran “supersticiones que se creía desparecidas”, y que “las series televisivas las estaban convirtiendo en verdades”. No creo que las antiguas creencias fueran supersticiones, a no ser que ese término se aplique igualmente a todas las creencias antiguas, incluidas las cristianas. Pero sí sospecho que se estén convirtiendo en supersticiones al pasar por el filtro de las producciones televisivas. ¿Se puede pensar lo mismo del Totem que Sitoé libera de la objetivación materialista de un museo, y lo coloca de nuevo en el pedestal originario… como si no hubieran pasado cincuenta años?

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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