Cada año durante el Tiempo de la Creación, del 1 de septiembre al 4 de octubre, las personas cristianas de todas las confesiones se unen para orar al Creador y actúan juntos para cuidar y proteger la creación. Este año, el lema del Tiempo de la Creación «Jubileo por la Tierra», nos lleva a reflexionar sobre el sentido profundo del Sabbath, del descanso sagrado, aprovechando la experiencia mundial que hemos tenido debido al paro al que nos ha obligado la pandemia mundial de la Covid-19.
Os invitamos a leer este texto que trata de adaptar el sentido judío del Sabbath en el mundo de hoy y que nos coloca en el punto de mira la conversión ecológica interior y exterior:
Huyendo hacia adelante
Huimos hacia delante. Esta es nuestra tendencia. Reconozcámoslo, seamos personas cristianas o no, seamos ecologistas o no, seamos de los que hablan de slow life o de los que no. Huir hacia adelante, cuanto más deprisa mejor, hasta lo más lejos posible. Sin distraerse, sin preguntarnos dónde vamos. Huimos.
Queremos más. Todos queremos más. Hay quienes quieren más ropa o más dinero o más likes o más eficiencia en las horas de trabajo, en la energía eléctrica o en la publicidad de una u otra causa, sea la que sea. Siempre más.
Y, efectivamente, tomamos más. Porque nos podemos permitir satisfacer nuestros caprichos con más facilidad que nunca. Y porque la Tierra nunca nos ha dicho que no a una hectárea de bosque, a una especie en riesgo de extinción, a un yacimiento de petróleo o de metal precioso. Ella siempre se nos ha dado generosamente.
El agotamiento de la Tierra
Pero la tierra está agotada, Dios está cansado y nosotros estamos exhaustos.
La Tierra no tiene mucho más margen de generosidad: teme que un día lleguemos a quitarle lo que necesita para acoger y alimentar la vida.
Dios está cansado de llamarnos y no recibir respuesta. De buscarnos la mirada y encontrar nuestra espalda. Cristo, presente en las personas pobres y en nuestros prójimos, está hastiado de ver cómo le ignoramos girando la cabeza.
Y estamos exhaustos. Perseguir anhelos que no sacian nuestra hambre nos deja sin aliento. Clavar una y otra vez los ojos en posesiones, beneficios, ideales y objetivos que no nos devuelven nunca lo que nos prometen, nos ha vaciado de sentido.
La señal de la pandemia
Este año, hemos visto como se detenía lo que parecía imparable. Una rueda tan enorme y con tanta inercia como es la sociedad del consumo ha sido frenada por un minúsculo e insignificante virus. Tan pronto como nos hemos retirado de las calles de la ciudad, de las carreteras, de los mares, del cielo y de las montañas, han recuperado el terreno los animales, los peces y las aves que habían sido desplazados.
Este episodio ha supuesto un pequeño reposo, un pequeño jubileo para la Tierra y sus criaturas. Lo suficientemente pequeño como para que sólo haya servido de señal del mensaje que nos envía la tierra: «¡Dejadme respirar!»
No olvidemos que este descanso reanimador no ha sido sino un daño colateral de la gestión de la pandemia. No era deseada ni profunda. Era puramente logística. ¿Podemos imaginarnos cómo se podría llegar a reanimar la tierra con un descanso ex profeso nacido y enraizado en nuestra alma? ¿Podemos imaginarnos la vida que puede florecer a raíz de un apaciguamiento de nuestras ambiciones mundanas?
Un Jubileo por la Tierra
La Tierra necesita un Jubileo. Nosotros también. En este fragmento de la encíclica Laudato Si’ lo vemos: la restauración de la humanidad (en tiempo de Noé, pero también hoy) requiere redescubrir y respetar los ritmos inscritos en la naturaleza por la mano del Creador (LS, 71):
El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que cada séptimo día debía celebrarse como un día de reposo, un Sabbath […]. Por otra parte, también se instauró un año sabático […] cada siete años […] durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad […]. Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación para todos los habitantes». (LS, 71)
Imaginémonos que aplicamos esta legislación en el mundo de hoy. ¡Sería una locura! Pero cabe decir que supondría una renuncia material tan grande que quizás nos educaría la ambición y nos ayudaría a reconocer –no sólo con los labios– que los frutos de la tierra son para todo el pueblo (LS, 71). El respiro que daríamos a la Tierra tendría frutos esplendorosos, pero nada comparado con los frutos que tendría para nuestro espíritu y por la nueva relación que estableceríamos con la Creación. No en vano fue un mandato de Dios.
Probablemente no podremos aplicar esta ley en el mundo de hoy. Pero quizás sí podemos inspirarnos en él: podemos vivir el Sabbath si sabemos, de vez en cuando, dejar de lado nuestros objetivos mundanos y alabar al Señor. Podemos vivir un año sabático si aprendemos a renunciar a aquello que nos parece imprescindible (pensemos en la renuncia a la cosecha de los judíos). Podemos vivir un Jubileo si hacemos tabula rasa y restablecemos nuestra relación con la Creación.
A día de hoy, esto implica cuestionarse muy seriamente el estilo de vida (¿cómo me muevo, dónde vivo, cómo consumo?) pero también nuestra mirada interior (¿tengo obsesiones ecológicas? ¿Estoy evitando la mirada del hermano, de la hermana? ¿Estoy escuchando la voz de Dios?). Una buena combinación de la conversión exterior e interior será la clave del éxito.
Pau Cardoner
Miembro del Grupo de Trabajo de Ecología y Justicia (Eje de Desarrollo Humano Integral)
Fuente: Comisión General de Justicia y Paz
[Fundación Sur]
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