Hablando de la situación en Malí, algún optimista suele decir que aún podía ser peor. Es difícil imaginar cómo. Rebeliones internas, especialmente en el Norte, ataques de los diferentes grupos terroristas activos en el Sahel, pobreza extrema de buena parte de sus habitantes, ineficacia gubernamental en todos los frentes, interferencias religiosas en un país constitucionalmente laico, inestabilidad política… Lo resumía bastante bien un artículo publicado en Fundación Sur el pasado lunes, “El porqué de las protestas en Malí”. Y en él se mencionaba al Imam Mahmoud Dicko, en quien “la ira del pueblo ha encontrado un portavoz”.
No es la primera vez que este imam interviene en la política del país. En la época del dictador Moussa Traore, Dicko fue secretario general de la AMUPI (Asociación de Malí para la Unidad y el Progreso del Islam) que algunos tacharon de correa de transmisión del partido único. En 2009, durante el segundo período de la presidencia de Amadou Toumani Touré (2002-2012), Dicko consiguió, movilizando a la población, que se rebajara sustancialmente el contenido de un proyecto de ley favorable a los derechos de la mujer. En 2012 propuso que se dialogara con los islamistas, y él mismo se encontró con Iyad Ag Ghali, combatiente por la independencia tuareg hasta la paz de 1991 y líder más tarde de JNIM (filial de Al Qaeda en el Sahel). En 2013 sostuvo la candidatura de Ibrahim Boubakar Keita, el presidente contra el que hoy se manifiesta. Ese mismo año Dicko defendió la presencia francesa en el país, “abandonado a su suerte por los otros países musulmanes”. Pero en una entrevista concedida a Mondeafrique en 2014, Mahmoud Dicko se manifestó ardiente defensor de un cierto nacionalismo islámico y opuesto a la occidentalización de su país y al egoísmo de las élites. Dicko estudió en Arabia Saudita y Mauritania, y presidió el Consejo Superior Islámico de Malí entre 2008 y 2019. A la pregunta sobre qué pensaba cuando los media lo presentaban como jefe del wahabismo en Malí, su respuesta pareció intencionadamente ambigua: “No soy wahabita, soy sencillamente un musulmán. El wahabismo no es una religión aparte. Yo no defiendo otra cosa que el Islam”.
Ni la pregunta ni la respuesta son anodinas. El Wahabismo apareció en África Occidental a partir de los años 1930 y comenzó a implantarse a comienzos de los 1960, coincidiendo con el aumento de las peregrinaciones a La Meca y una creciente emigración hacia las ciudades que empujaba a algunas capas de la sociedad a querer liberarse del marabutismo y de sus condicionamientos sociales. Por otra parte los jóvenes que habían estudiado en las universidades saudíes veían las prácticas tradicionales como una explotación de la credulidad popular por parte de los marabutos. Una cierta tensión entre wahabitas y cofradías se hizo visible en los años 70-80, cuando las mezquitas comenzaron a ocupar en la vida religiosa y social el puesto central que había sido prerrogativa del marabuto. Y con la caída en los años 90 de los regímenes totalitarios también los líderes wahabitas ganaron visibilidad en lo político. En tiempos de Moussa Traoré existió la AMUPI. Hoy existen en Malí más de 100 asociaciones islámicas entre las que destacan la Liga de los Imames (LIMAMA), la Liga de los Predicadores, la Unión Nacional de Mujeres Musulmanas (UNAFEM) y la Asociación Malí de Jóvenes Musulmanes (AMJM). En la capital Bamako había en 1960 41 mezquitas, eran ya 200 en 1985, y se calcula que hoy son unas 400. En 2002 se creó el Consejo Superior Islámico de Malí (HCIM) presidido por Dicko, del que formaban parte la mayoría de las asociaciones en defensa de las madrasas, que pasaron de 840 ese año a 1631 en 2009.
Al HCIM pertenecen buen número de líderes wahabitas. Se puede pues afirmar que existen hoy en Malí tres corrientes principales del Islam, la malekita tradicional (a la que adhieren las principales cofradías sufíes), la de los principales grupos yihadistas (Al-Qaida en el Magreb Islámico, Ansar Dine y el MUJAO) y la corriente wahabita. Pero también se observa que las fronteras entre esas corrientes no son necesariamente herméticas. Mahmoud Dicko, supuestamente wahabita, propició el diálogo (sin resultados) con los yihadistas de Ansar Dine. Y en estos últimos meses no ha dudado en aliarse con Mohamed Ould Cheik Bouyé Haidara, chérif de Nioro y líder de la cofradía Hamallayya. ¿Refleja esa alianza un cierto wahabismo “a la africana”? Porque si bien es cierto que una mayoría musulmana transversal ha asimilado muchas de las ideas conservadoras del wahabismo, éste, al menos en Malí, no parece revestir el estrecho fanatismo de sus orígenes saudíes. La Hamallayya es una escisión de la Tijaniyya, la cofradía sufí iniciada por Ahmed Tijani en Argelia en 1782, muy extendida hoy por África Occidental. La Hamallayya, fundada por Muhammad ben Amadu al iniciarse el siglo XX y consolidada por su discípulo Hamahullah bin Muhammad bin Umar (1886-1943), insiste en la igualdad social, favorece la liberación de la mujer y se opone a la riqueza de los líderes religiosos. Y salvo algunas luchas contra nómadas rivales en la época colonial, encarna la tradición sufí pacifista.
Cuando en 2014 le preguntaron a Dicko qué pensaba de Cheik Boudé Haidara, “imam sufí más moderado”, aquel respondió: “Parece que todos quieren que nos enemistemos. Pero no, aunque nuestras ideas difieren, no hay enemistad entre nosotros y de hecho conversamos a menudo”. Y más que las conversaciones, les ha unido cada vez más su oposición al actual presidente Ibrahim Boubakar Keita (que, como Dicko, también Haidara apoyó en 2013). Hasta el punto de que esta misma semana algunos comentaristas se preguntaban si no estaremos asistiendo a la toma del poder por parte de los líderes religiosos. Ya en 2014 le habían preguntado a Dicko: “¿Busca Usted ser el representante del pueblo?”. Y su respuesta, un tanto ambigua: “Sí, tengo que representarle frente a una élite que sólo piensa en occidentalizarse… y que no tiene en cuenta lo que el pueblo piensa”. “El que Malí se haya convertido en un santuario de AQMI se debe ante todo al desgobierno”. “Nuestros socios nos dan mucho dinero, pero el pueblo ni se entera”.
Y cabe preguntarse: ¿Por qué al leer las declaraciones de Mahmoud Dicko y observar su comportamiento uno tiene la impresión de escuchar y observar, más que aun wahabita, a un hermano musulmán del estilo del tunecino Rached Ghannouchi?
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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