Fatiha Mejjati: la viuda negra de Al Qaeda

17/04/2020 | Crónicas y reportajes

La vida de esta mujer, tunecino-americana está íntimamente ligada a la de su marido Karim Mejjati; se han influenciado mutuamente y esta interinfluencia continúa incluso después de la muere de Karim. Fatiha practicaba un Islam moderado y, según ella misma nos cuenta, “siempre había soñado con Occidente y lo había idealizado; lo consideraba una tierra de libertad de derecho y de democracia”. Nacida en 1960, se graduó en derecho en 1985. Más tarde trabajó en una escuela de medicina de Casablanca, en donde conoció al que sería su marido. La guerra del golfo provocó en ella una transformación radical, que describe como “un renacimiento… un encuentro del camino hacia Dios”. A partir de entonces comenzó a vestir el niqab, para mostrar su solidaridad con la comunidad islámica y con los mártires que morían por defenderla. El uso del niqab provocó la expulsión de su empleo en la escuela de medicina.

En 1991 contrajo matrimonio con Karim el-Mejjati, hijo de padre marroquí y madre francesa, que había estudiado en una escuela francófona y además hablaba inglés y árabe. También él era admirador de los Estados Unidos, y desde el punto de vista religioso era un musulmán secular, sin escrúpulos en cuanto a reglas de comida y alcohol. Su encuentro con Fatiha, en la escuela de medicina donde ella trabajaba y donde él cursaba estudios, así como su reacción a la guerra de Irak, hicieron de él un musulmán comprometido y radical. Karim, que era siete años más joven que su esposa, abandonó sus estudios de medicina y se centró cada vez más en su creciente fanatismo islámico. Del matrimonio nacieron dos hijos: Ilyas y Adam.

Después de su matrimonio, Karim y Fatiha viajaron por numerosos países, siempre motivados por el Islam. Fatiha no siempre acompañaba a su marido en estos viajes, como por ejemplo cuando éste viajó a Bosnia para luchar como mujahidin, o bien cuando en 1994 viajó a Afganistán, desplazándose desde la Meca, a donde había acudido como peregrino. Su intención era unirse a los beligerantes afganos aunque tuvo que volver a Marruecos, con su esposa, por razones de salud. En Marruecos conecta con movimientos islamistas y viaja a los EE. UU. Es también en esta época cuando diagnostican un cáncer a Fatiha.

A mediados de 2001, la familia Mejjati decide abandonar Marruecos con destino a Afganistán. Allí esperan encontrar a Osama Bin Laden. No lo consiguieron en un primer intento, aunque más tarde lograron encontrarse tanto con Bin Laden, como con Mullah Homar, líder espiritual de los Talibanes.

Cuando los EE.UU. comenzaron a bombardear Afganistán, como represalia a los ataques del 11 de Septiembre, la familia Mejjati decidió abandonar el país buscando refugio, primero en Bangladesh y luego en Arabia Saudita, utilizando pasaportes falsos. Cuando el 23 de marzo de 2003, Fatiha Mejjati viajaba con su hijo Ilyas, para visitar a un oftalmólogo, fueron detenidos por la policía secreta saudí, que esperaba conseguir información sobre el paradero de su esposo y el de Khalid al-Juhani, antiguo combatiente buscado por los EE.UU. Aun habiendo reconocido que al-Juhani residía en Riyadh, Fatiha se negó a revelar el paradero de su marido, alegando que él no había hecho nada reprensible. Eventualmente las autoridades saudíes entregaron a Marruecos a Fatiha y a su hijo Ilyas.

coran_islam_cc0.jpgDespués de la detención de su esposa y de su hijo, El-Mejjati parece haberse ido comprometiendo más cada vez con el militantismo violento. Se dice que colaboró con el Grupo Combatiente Islámico Marroquí y que, en 2003, participó en los atentados de Riad, que produjeron numerosos muertos y heridos. También se le acusa de haberse implicado en los atentados de Casablanca ese mismo año, en el atentado de Atocha en 2004, y el Londres en 2005.

Ya en 2003 había sido condenado, “in absentia”, a 20 años de cárcel por un tribunal marroquí por los atentados de Casablanca. Por todo lo cual estaba considerado como un terrorista peligroso y en 2005, resultó muerto, junto con su hijo Adam, de 11 años, en un ataque lanzado por las autoridades saudíes. Su esposa Fatiha insiste en que su marido fue ejecutado porque había organizado ataques contra Arabia Saudí, pero que nunca tuvo parte en los demás atentados de los que se le acusa.

En marzo de 2004, Fatiha y su hijo Ilyas habían sido liberados de prisión, aunque su residencia y sus movimientos estaban continuamente vigilados. Supieron de la muerte de su marido y padre por una llamada telefónica de un amigo de la familia, que se había enterado de la noticia por la televisión. Fatiha pidió confirmación al ministerio del Interior marroquí y al de Arabia Saudita, los que accedieron a su petición.

A consecuencia de su permanencia en prisión y del maltrato que allí había recibido, Ilyas se vio afectado de graves problemas síquicos que degeneraron en una agresividad violenta y en una disfunción hormonal, que provocó una obesidad de 130 kilos. Abandonó la escuela, donde era rechazado por los demás alumnos. La asociación para la asistencia médica de víctimas de la tortura le ofreció asistencia médica gratuita, pero Fatiha no pudo hacerse cargo de los gastos que el tratamiento conllevaba, por lo que pidió que el estado marroquí costeara la terapia. Pero las autoridades afirmaron que las acusaciones de tortura eran pura calumnia.

En 2013, con motivo de la conmemoración de los atentados de Nueva York, en septiembre de 2001, Fatiha envió un poema a Barak Obama pidiéndole que se convirtiera al Islam si quería salvar su vida.

A comienzos de 2014, Ilyas Mejjati se había incorporado al Estado Islámico en Irak, donde llegó a ser miembro de la poderosa comisión de medios de comunicación en el Daesh. Ese mismo año Fatiha, a sus 53 años, se unió al Estado Islámico en Siria y allí lideró la brigada Al-Khansaa, unidad totalmente femenina que patrullaba el Califato persiguiendo y castigando, incluso con azotes públicos, a las mujeres que utilizaban cosméticos o exponían parte de sus cuerpos a la vista de todos. A Fatiha se le reconoce la responsabilidad de liderar a las mujeres del Daesh por lo que se la denomina Oum al-Mouminine (la madre de los creyentes).

En 1914 residía en Raqqa, capital de Daesh, al parecer habría contraído un nuevo matrimonio y gozaba de una relación privilegiada con el califa y con su primer ministro, Omar al-Chichani.

En esa misma época el Estado Islámico criticó acerbamente a los islamistas marroquíes, en un sermón emitido por video, por su no violencia y por apoyar al Rey cuando desaconsejaba a los jóvenes marroquíes aliarse en la lucha armada del Estado Islámico. Presentaban a los islamistas marroquíes como insuficientemente islamistas, inauténticos e incluso como infieles (“kuffar”). El video concluía con la amenaza, por parte de algunos miembros marroquíes del Estado Islámico, de traer la yihad al suelo marroquí.

Al igual que Fatiha Al-Mijjati, un gran número de mujeres ha intervenido en las actividades del Estado Islámico, incluyendo la lucha armada. Cuando, a partir de 2014, el ISIS comenzó a perder terreno, y se inició su progresiva desintegración, muchas mujeres lo abandonaron en secreto, ayudadas a veces por traficantes, para volver a casa o encontrar santuario en campos de refugiados o centros de detención en su largo caminar hacia sus respectivos países.

Con todo, esto no significa un abandono definitivo de la lucha. Un número inquietante de estas mujeres parecen haberse identificado con la ideología del ISIS y siguen fieles a su compromiso. El plan de futuro de los yihadistas para reavivar el califato está en las manos y en el seno de sus mujeres: “Traeremos al mundo hijos e hijas robustos y les hablaremos de la vida en el califato”. De hecho los líderes islámicos han transmitido a las mujeres, que ya volvieron, instrucciones explícitas para llevar a cabo nuevas misiones, desde ejecutar ataques suicidas hasta educar a sus hijos como futuros terroristas. De aquí la dificultad que tienen los gobiernos al decidir cómo tratar a esposas y madres que no tiene acciones violentas registradas o una historia conocida de participación directa en intervenciones extremistas. El mundo islámico está profundamente herido, con llagas cuya curación requerirá mucho tiempo y exigirá cambios profundos en las políticas internacionales. Entre tanto seremos testigos, y a veces víctimas, de explosiones regulares de violencia, individuales y corporativas.

Bartolomé Burgos

[Fundación Sur]


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Autor

  • Bartolomé Burgos Martínez nació en Totana (Murcia) en 1936. Sacerdote miembro de la Sociedad de Misiones de África (Padres Blancos), es doctor en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma, 1997. Enseñó filosofía en el Africanum (Logroño), en Dublín y en las ciudades sudanesas de Juba y Jartum. Fue fundador del CIDAF (Centro de Información y Documentación Africana) a finales de los setenta, institución de la que fue director entre 1997 y 2003.

    Llegó a África con 19 años y desde entonces ha vivido o trabajado para África y ha visitado numerosos países africanos. De 2008 a 2011 residió en Kumasi, Ghana, donde fue profesor de filosofía en la Facultad de Filosofía, Sociología y Estudios Religiosos de la Universidad de Kumasi. Actualmente vive en Madrid y es investigador de la Fundación Sur.

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