El conflicto étnico es tan frecuente en Sudán del Sur que desafía cualquier intento de preservar la paz y la seguridad en toda la integridad territorial de la nación. En otras palabras, los conflictos étnicos en Sudán del Sur son una amenaza para la seguridad nacional.
Los titulares de noticias que dominan actualmente son las continuas batallas mortales en el triángulo étnico de Jonglei, que involucran a los Dinka Bor, Lou Nuer y los Murle. Hay tanta información, particularmente en las redes sociales, sobre las batallas en curso en este triángulo étnico de Jogolei que es incluso difícil separar hechos de ficción.
Sin embargo, una cosa permanece siempre igual sobre este conflicto y todos los demás conflictos de origen étnico, ya sea en el estado de Rumbek, el estado de Warrap o el estado de Ecuatoria Oriental, el conflicto se desencadena por uno o dos incidentes, que se intensifican aún más y se repiten en ciclo de vida de trágica violencia. El ciclo de vida de esta violencia es así: los grupos étnicos vecinos en conflicto comienzan con una paz relativa, en la que coexisten y cooperan pacíficamente de muchas maneras. En medio de la coexistencia, un incidente rompería el pacífico ciclo, donde por un instante, un individuo criminal o un grupo de delincuentes cometería un delito penal, como robo de ganado o asesinato de un grupo étnico vecino. Cometer tal acto o incluso sospechar que tal acto se ha cometido, desencadena automáticamente una respuesta de represalia contra todos los individuos del presunto grupo étnico en cuestión y el robo de sus animales sería legítimo. Tal respuesta de represalia es un instinto natural que todos los grupos étnicos en guerra han desarrollado a lo largo de los siglos por cuestión de supervivencia, debido a la ausencia de un árbitro neutral que hoy día debería ser el Estado.
Es en este ciclo de vida de enraizada violencia que la situación evoluciona de mal a peor. Este es el estado actual que involucra a los Dinka Bor, Lou Nuer y los Murle. Aquí, por la naturaleza de las cosas, el conflicto ha involucrado a todos las personas de esas etnias y todos sus animales son objetivo legítimo de de incursiones, de robos y contraataques.
Este ciclo vida de violencia sería seguido por un acuerdo para un periodo de relativa paz antes de que tenga lugar otro incidente para recomenzar el ciclo de escalada de violencia. Y el ciclo de vida de acérrima violencia continúa de manera natural en Sudán del Sur sin poder ser parado.
Entonces, uno se vería obligado a pensar que la única forma en que tal ciclo vital de severa violencia, tal vez terminaría, tal vez, naturalmente con un grupo étnico eliminando al otro hasta la extinción. Sin embargo, la naturaleza no funciona de esa manera. Esos vecinos étnicos en conflicto viven entre sí a través de este ciclo de violencia desde tiempos inmemoriales.
Por lo tanto, debe haber medidas de mitigación para poner fin a esta violencia ética. Desafortunadamente, hasta ahora todos los intentos de mitigación no parecen alcanzar un resultado deseable. Lo peor de todo, cuando este ciclo de vida estalla en severa violencia, los líderes nacionales, que tendrían que actuar como árbitro neutral en tal situación en lugar de posicionarse del lado de su grupo étnico, son parte del conflicto. El conflicto étnico es tan poderoso que anula a los líderes nacionales. Por lo tanto, los líderes nacionales se convierten en un grupo de caudillos tribales.
Otro método utilizado hasta ahora, que ha demostrado no funcionar, es el desarme. Los ejercicios de desarme en Sudán del Sur están cargados de demasiados problemas, que no se limitan solo al desarme parcial. Hay discriminación, corrupción, donde las armas recogidas intercambian inmediatamente de manos con criminales, falta de capacidad para realmente recoger armas y almacenarlas eficazmente lejos del lugar del conflicto, etc.
Otro método de disuasión utilizado, que no funciona, es aplicar medidas militares punitivas contra un presunto grupo étnico violento. La aplicación de medidas militares punitivas contra sospechosos parece ser el único mecanismo de forzar la aplicación de la ley que el SPLA ha desarrollado, desde la época de la guerrilla en la selva, y todavía en la práctica en este tiempo de construcción del estado. El método parece que, afortunadamente, funciona a veces, pero casi siempre tiene efectos retroactivos y, por lo tanto, no es adecuado para ser incorporado en el establecimiento de estado nacional.
Para demostrar que las medidas militares punitivas son contraproducente digamos, por ejemplo, que se sospecha que la aldea X está robando ganado de la aldea Y. Al escuchar el informe inicial sobre el presunto delito, el excesivamente celoso gobernador militar llamará al presidente a las 3 a.m. solicitando permiso para llevar a cabo una operación militar contra el pueblo X, presunto autor del delito. El presidente, por supuesto, siempre concede tales peticiones para operaciones militares. El muy celoso gobernador ordenaría entonces a un notorio comandante militar dispuesto a apretar el gatillo junto con un comisionado militar analfabeto llevar a cabo operaciones militares contra la supuesta aldea X. Sin adecuada planificación y sin establecer juiciosamente objetivos para las operaciones, los indisciplinados soldados reciben orden de sitiar el poblado X, presunto autor del robo de ganado. Como resultado, personas de esa aldea X son asesinadas, violadas, golpeadas, sus propiedades saqueadas, todos sus animales son requisados y toda la aldea es incendiada por el ejército nacional, cuya obligación es proteger al pueblo y sus propiedades en primer lugar.
Como resultado de tales operaciones militares, el gobernador, el comisionado, el comandante militar y sus asociados se marchan con todas las cosas de valor de la gente de la aldea y no se habría probado nada oficialmente sobre el incidente inicial, lo que llevó a la aldea X a ser tildada de autora del presunto delito para, en primer lugar, justificar, una operación militar contra ella. De esta manera, operaciones punitivas militares llevadas a cabo contra civiles se convierten, también, en otro ciclo de vida de infligir sufrimiento a ciudadanos inocentes, una carga en sí misma.
En esas infames operaciones militares, los objetivos principales parecen ser que gobernadores, comisionados, comandantes militares y sus asociados se aprovechen de la situación robando todos los bienes del pueblo.
De todos modos, la forma más efectiva de frenar la violencia étnica es reducir esos incidentes, que desencadenan la escalada de violencia para engullir a todos, incluidos los más inocentes, a través de una respuesta de represalia. Esos incidentes deben reducirse solo contra individuos que participaron directamente en los actos y deben ser procesados como delincuentes en incidentes aislados que cometan. El desafío aquí reside en que el estado, en colaboración con las autoridades locales, actúe rápidamente cuando esos incidentes ocurran antes de que puedan desencadenar una respuesta de represalia, que a menudo está fuera de control. La cuestión es si el gobierno, que a través de los gobernadores militares con exceso de celo, los notorios comandantes militares felices de atacar y los comisionados militares analfabetos puede llevar a cabo operaciones militares de saqueo entre las aldeas, puede perseguir fácilmente a los delincuentes que se esconden en las aldeas e incluso las ciudades. Tratar con delincuentes no requiere una varita mágica, ya que somos un país, Sudán del Sur, que puede manejar bien sus problemas.
Steve Paterno
Fuente: Sudan Tribune
[Fundación Sur]
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