Los diplomas se pagan con sexo

8/01/2020 | Opinión

La reacción fue excepcionalmente rápida y todavía trae cola dos meses más tarde. El pasado 7 de octubre la BBC mostró un documental de 13 minutos, “Sex for grades” (Sexo por diplomas), en el que aparecen estudiantes de las universidades de Lagos (Nigeria) y Ghana siendo acosadas sexualmente por profesores. Fue como abrir una compuerta. Al día siguiente cientos de personalidades, entre las cuales se encontraban muchos políticos y actores de cine, reclamaron medidas contra el acoso. Aisha Buhari, esposa del presidente nigeriano, pidió que no se siguiera “barriendo bajo la alfombra” esa triste realidad, ni “obligando a las víctimas a retirar sus denuncias”. Bisi Fayemi, esposa del gobernador del Estado de Ekiti, reveló que también ella había sido víctima de acoso sexual cuando era estudiante. La Universidad de Lagos suspendió de sus funciones a Boniface Igbeneghu, el profesor que aparecía en el documental proponiéndose y acosando sexualmente a la periodista encubierta. También le obligó a dimitir la Foursquare Gospel Church en la que Igbeneghu era pastor. Y el 10 de octubre el senado de Nigeria propuso una ley contra el abuso sexual en las universidades. Según su vicepresidente, Ovie Omo-Agege, el reportaje de la BBC convencerá a los senadores para que aprueben una ley que prevé penas de hasta 14 años para los profesores que mantengan relaciones sexuales con sus estudiantes. En el reportaje, una periodista encubierta se presenta como una joven de 17 años (menor de edad en Nigeria para el consentimiento sexual) que va a tramitar su admisión en la facultad Hay imágenes de Igbeneghu comentando la apariencia agradable de la chica, explicándole que para él es fácil tener jóvenes de 17 años, haciendo movimientos lascivos durante una “oración”, y preguntándole sobre su vida sexual. Otro de los profesores pide a la periodista que cierre la puerta para que pueda besarla Y también se entrevista en el reportaje a varias de las chicas abusadas por Igbeneghu, una de las cuales intentó suicidarse.

Como era previsible, el reportaje de la BBC suscitó numerosas reacciones en las redes sociales. John Elnathan, abogado y escritor satírico, escribió: “Estoy contento porque #SexForGrades se ha hecho viral. Si no habéis oído hablar de violación/coerción/sexo a cambio de diplomas es porque no lo habéis querido oír. No hay excepciones. Se puede decir sin equivocarse que es práctica normal en la mayoría de los sitios”. Aunty Dada tuiteó: “Algunas chicas llevan bandas que indican que están casadas para evitar que los profesores las acosen. ¿Pero sabéis qué? ¡No funciona!”. Kuukwa Manful expresaba dudas: “Espero que no se utilice #SexForGrades sólo para castigar a los pocos profesores depredadores que han sido descubiertos… sino que se ocupe de la cultura y de los sistemas que han permitido ese comportamiento”. Porque, aunque las africanas hayan aparecido poco en la campaña mundial del #MeToo, el de las universidades es sólo una variante del generalizado acoso a la mujer en muchos países africanos.

violacion_-_violencia_de_genero_cc.jpgAmanda Gouws, profesor de Ciencia Política en la universidad de Stellebosch, la más antigua de Sudáfrica, explica los motivos de esa escasa visibilidad. El #MeToo lo iniciaron mujeres norteamericanas blancas y ricas de la industria cinematográfica, y se expandió en las redes sociales, en las que sólo participa una pequeña minoría africana. En la cultura patriarcal de las sociedades africanas, las mujeres temen ser estigmatizadas si mencionan el acoso o si su familia se entera. La “cultura de la respetabilidad” las condena pues al silencio. Hace poco más de un año Le360Afrique publicaba las declaraciones a la AFP de una sicóloga de 40 años que vivía en Kenia: “Siempre se le culpa a la mujer: por su manera de vestir, o de hablar, o porque hay que darle una lección ya que tiene un carácter demasiado fuerte”. Las mujeres saben igualmente que a menudo la ley no las va a proteger. En numerosos países africanos, con mayoría de jueces hombres, no llega al 10% el número de violaciones denunciadas que han acabado en la condena del culpable. En enero de 2018, funcionarias de la Unión Africana denunciaron el acoso sexual dentro de la organización. Está reaccionó a regañadientes, cuando la denuncia saltó a los medios. Los altos funcionarios explicaron que las más vulnerables eran las jóvenes en prácticas o con contratos temporales, y que poco se podía hacer al respecto.

Pero que aunque no hayan sido muy visibles en el #MeToo, también las africanas organizan protestas, algunas bastante llamativas. #MyDressmyChoice comenzó en Kenia en 2014 después de que una mujer hubiera sido atacada en un autobús por vestir una minifalda. En Senegal, en 2017, dos jóvenes iniciaron el movimiento #Nopiwouma (“no ve voy a callar” en wólof). También en Senegal, el pasado 25 de noviembre, unos cien jóvenes se reunieron ante el obelisco que conmemora la independencia en1960, para participar en los 16 días de activismo contra la violencia de género, campaña iniciada en 1991 por el Women’s Global Leadership Institute (Rutgers University, Nueva Jersey), adoptada por Naciones Unidas. Entre ellos, Fatima Zahra Ba, joven estilista senegalesa iniciadora del #Donya (“¡Basta!).

El movimiento más conocido y polémico es sin duda el #allmenaretrash (“todos los hombres son basura”) aparecido en twitter en 2016 y adoptado con fuerza por las sudafricanas. Muchos han protestado por lo que consideran una generalización injusta. La académica Arianne Shahvisi, que se doctoró en Cambridge (“Filosofía de la Física”) y enseña Bioética en la Universidad de Sussex, defiende con humor el uso de generalizaciones: “«Las garrapatas son portadoras de la enfermedad de Lyme». En realidad más o menos un 1% son portadoras. Pero aceptamos la generalización porque nos ayuda a tener cuidado con las garrapatas”. Y en África (otra generalización) las mujeres (también una generalización) tienen que tener cuidado con los hombres (En Sudáfrica se contabilizan más de 40.000 incidentes de violación, una pequeña parte, según los expertos, fueron denunciados en la policía entre abril de 2018 y marzo de 2019. Esto no es una generalización).

Ramón Echeverría

Fuente imagen: DFID – UK Department for International Development – Andrea Dondolo

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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