Ghana, un país de habla inglesa, se encuentra encajonado entre tres países francófonos: Costa de Marfil, Burkina Faso y Togo. La economía de este país, que hasta ahora se ha librado del terrorismo, que azota al otro lado de la frontera, creció en 2018 un 6, 2%, marcando el record del continente.
¿A qué se debe su crecimiento?
A la venta de sus recursos naturales. En 2010 se descubrió abundante petróleo, y siempre ha sido uno de los mayores productores de cacao. Con dinero fresco ha sido capaz de pagar por completo una deuda, que le devoraba la mitad de su riqueza. Pero Ghana arrastra la carencia de casi todos los países africanos: exporta sus materias primas sin transformarlas. El jefe del Estado, Nana Akufo-Addo, es muy consciente de ello y está dispuesto a poner remedio.
¿Cuál sería el remedió?
El presidente quiere una fábrica en cada distrito, para ofrecer trabajo a una población ampliamente desempleada. Para construirlas cuenta con la tecnología extranjera y con una población bastante bien formada. Los chinos escucharon la llamada y actualmente hay construidas 80 estructuras. El tejido industrial es aún insuficiente pero se desarrolla de manera decidida, y podría verse acelerada por las iniciativas de los ghaneses que vuelven de la diáspora, y que han sido formados en occidente.
¿Afecta este éxito a toda la población?
Por desgracia no. Un cuarto de los ghaneses vive aún en la pobreza. El presidente quiere llevar a cabo políticas sociales, pero cuenta más todavía con el espíritu de emprendimiento de la población
¿Qué papel juega la educación en este desarrollo?
Como ya he indicado, la población de Ghana está bastante bien formada. La educación, que es obligatoria hasta los 16 años, juega un papel fundamental. La educación es gratuita, pero la comida y costes adicionales queda a cargo de la familia, que con frecuencia no puede pagarlos. Las escuelas privadas de bajo coste están jugando un papel complementario.
¿Qué son las escuelas de bajo coste?
Son una iniciativa de la Red Omega. Ya son 32 las escuelas privadas de bajo conste que funcionan en Ghana y se multiplican con rapidez. En estas escuelas privadas cada alumno paga 4 cedis (65 céntimos de euro) al día. Esto costea, además de la enseñanza, la comida, el uniforme, una inscripción a los exámenes y un cuaderno por materia enseñada. Los padres prefieren esta enseñanza porque obtiene resultados muy superiores a los de la enseñanza pública. Pero estas escuelas tienen que reducir los costes al máximo, por lo que sus maestros no son cualificados y sus salarios son mucho más reducidos que en la pública. Un grupo de personas especializadas preparan los programas de cada asignatura y los maestros siguen rigurosamente dichos programas.
Los sindicatos de enseñantes son muy críticos con estas escuelas pero sus directivos las justifican diciendo que sin ellas muchos niños no irían al cole.