Reverdeciendo África

27/11/2019 | Opinión

“Probablemente en ningún sitio se ha regenerado tanto terreno degradado como en el Tigray, la más septentrional de las regiones de Etiopía. Es probable que la gente haya movido más tierra y piedras que los egipcios en la construcción de las pirámides”. Lo decía en 2014 Cris Reij, investigador del World Resources Institute de Washington, refiriéndose al “reverdecimiento” de 224.000 hectáreas de terreno en Tigray a partir de los años 1990. Tigray sufrió mucho por las políticas feudales del último emperador etíope Haile Selassie (1992-1975). Y como el resto del país tuvo que soportar el “terror rojo” impuesto por el Derg de Mengistu Haile Mariam, (1974-1987). Si a eso añadimos la presión sobre los recursos naturales por una población que crece rápidamente (de los 26 millones de habitantes en 1970 a los más de 110 millones de hoy), el sobrepastoreo, la deforestación (según Naciones Unidas los bosques cubrían a comienzos del siglo XX el 35 % del país en comparación con el 4 % actual), y las recurrentes sequías, no sorprenden las hambrunas que azotaron en el siglo XX al Tigray y al resto de Etiopía. Se estima que en 1973 de 40 a 80 mil personas fallecieron de hambre en la provincia de Wollo, Amhara (al sur de Tigray). Los lectores menos jóvenes recordarán sobre todo la hambruna de 1983-1985, con su epicentro en el Tigray y en Wollo, su medio millón de muertos y varios millones de indigentes, y las campañas de ayuda en Occidente con el concierto de Live Aid en julio de 1985. Y recordarán igualmente el comportamiento de Mengistu Haile Mariam que en 1984, en plena hambruna, decidió dedicar el 46 % del PNB a reforzar el entonces más importante ejército de África Subsahariana.

bandera_etiopia.pngA partir de 1990, los campesinos de Tigray decidieron regenerar sus tierras, comenzando con el entorno. Reconstruyeron los terrenos con terrazas, muros que retuvieran el agua y surcos que la condujeran hacia estanques. Plantaron árboles y cantidades de arbustos, especialmente en las zonas declaradas “clausuradas”, en las que se prohibió por un tiempo el pastoreo. Pozos que estaban secos tienen hoy agua, los terrenos han mejorado, crecen árboles frutales y las colinas han recuperado su verdor. Poniéndola como ejemplo, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) concedió el “Ecuator 2012” (Premio a las mejores prácticas comunitarias en favor del medio ambiente y de medios de vida sostenibles) a Abrha Weatsbha, una comunidad situada a 45 km. al noreste de Mekele, capital de Tigray. Y el conjunto del programa etíope forma ahora parte del proyecto “Revertir la degradación de la tierra en África mediante la ampliación de la agricultura siempre verde” (Reverdeciendo África), que con fondos de la UE y la colaboración de diversas ONGs quiere ayudar a 500.000 familias campesinas a regenerar un millón de hectáreas en Etiopía, Kenia, Malí, Níger, Ruanda y Somalia.

Plantar árboles es una parte importante de ese proyecto. Según Getahun Mekuria, ministro para la innovación y la tecnología, el 29 de julio de este año los etíopes plantaron 353.633.660 árboles (El record lo detentaba India, en donde 800.000 voluntarios plantaron 49.3 millones de árboles el 11 de julio de 2016). El primer ministro, recientemente galardonado con el Nobel de la Paz, Abiy Ahmed, dirigió personalmente el proyecto (algunos le criticaron por utilizarlo para hacer olvidar los serios problemas del país). La plantación, a partir de 1000 centros a través del país, fue precedida por una campaña de concienciación en los medios estatales. Numerosos centros oficiales cerraron para que los funcionarios pudieran participar. También colaboraron oficiales de la ONU, la Unión Africana y numerosas embajadas. Una de las ideas del proyecto “Reverdeciendo África” era que se plantaran especies autóctonas. Entre ellas, una de las más importantes está siendo el “cordia africana”, que se encuentra en Senegal, Malí, Kenia, Mozambique, Tanzania, Congo, Madagascar y, especialmente, en Etiopía (por lo que se le llama a veces “cordia abissinia”). Sarah Tewolde-Berham Gebre Egziabher, de la universidad de Mekele, nacida en una familia de científicos defensores de la naturaleza y de la biodiversidad, es quien más sabe y mejor defiende el cordia africana, sobre el que escribió su tesis para la Facultad de Química, Biotecnología y Ciencias de la Alimentación, de la Norwegian University of Life Sciences. Importante para la recuperación de terrenos, en condiciones adecuadas el cordia puede crecer un metro por año hasta alcanzar los 10-15 metros. Produce frutos dulces comestibles. La calidad de su madera hace que se la llame la “teca de Sudán”. Se utiliza para muebles y suelos. Y también, tradicionalmente, en la confección de tambores, como el “tambor Akan” que se encuentra hoy en el British Museum, y cuya historia es tristemente significativa.

“Akan” se refiere a la cultura de una región de la actual Ghana, y que incluye a los pueblos Fante, Asante y Akuapem. El tambor fue producido en Ghana entre 1700 y 1745 utilizando dos tipos de madera, Baphia nítida (o sándalo africano) y Cordia africana, siendo el grano fino de ésta el que hace que sea fácil de trabajar y dé al tambor una excelente resonancia. Luego fue transportado hasta Virginia, América del Norte, en un barco de esclavos. Es probable que el “tambor Akán” fuera utilizado para obligar a los esclavos a ejercitarse durante la travesía hacia América, en lo que se conocía como “danza de los esclavos”. Hans Sloane, naturalista y coleccionista irlandés, lo obtuvo creyendo que se trataba de un tambor producido por nativos americanos, y lo donó a lo que sería el British Museum con otros 70.000 artículos de su colección. En 1906 los conservadores del Museo señalaron que el tambor no podía haber sido creado por nativos americanos y que tenía que proceder de África. En 1970, los análisis de la madera utilizada en su confección determinaron que se trataba de cordia africana procedente de Ghana. Y lo corroboró una fotografía de c.1890 en la que un tambor semejante aparece entre los tambores del jefe de Abetifi, en el sur de Ghana. Además de servir para crear tambores, ahora los cordia africana están ayudando a reverdecer África.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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