Túnez: nuevo presidente ¿nueva oportunidad?

22/10/2019 | Opinión

El Brexit, las tropas turcas en Siria, las protestas en Hong-Kong, las manifestaciones en Barcelona y los twitters de Trump atiborraron la semana pasada las páginas internacionales de los periódicos europeos. Con todo, los comentaristas que se interesan por el mundo árabe encontraron un hueco para analizar el resultado del segundo turno de las elecciones presidenciales del domingo 13 de octubre en Túnez en el que Kaïs Saïed obtuvo el 72’71% de los votos. Algunos, porque han visto en esas elecciones la prueba de que no se ha apagado del todo el estímulo democrático suscitado en 2011 por la Revolución de los Jazmines. Otros, porque piensan que, como los europeos y los americanos, también los tunecinos y los argelinos, desconfían cada vez más de los políticos, a los que acusan de corrupción, incompetencia y egoísmo. No les faltan razones. Y ello puede explicar por qué todos los políticos profesionales fueron eliminados el 15 de septiembre en el primer turno de las presidenciales, y los aprobados fueron un profesor de derecho constitucional recientemente jubilado (Kaïs Saïed con el 18’4% de los votos) y un exitoso hombre de negocios, dueño de una cadena de televisión Nabil Karoui (15’6%).

Curiosamente, aunque desconfíen de los políticos, uno tiene la impresión de que todos los tunecinos (o casi) quieren hacer política. En 2017, en un país con 11’5 millones de habitantes, existían 209 partidos políticos reconocidos. Sólo 18 estaban representados en la Asamblea Nacional, y sólo 5 tenían más de ocho diputados. En las elecciones legislativas del pasado 6 de octubre, 7 partidos obtuvieron entre 13 (Tahya Tounès, Viva Túnez, el nuevo partido del primer ministro Youssef Chahed) y 52 representantes (Ennahda, partido islamista moderado que tenía 69 en la anterior legislatura). 9 partidos consiguieron entre 1 y 4. Y 17 representantes, del total de 219, fueron elegidos como independientes.

kais_saied.jpgDe todos modos, una cosa parece cierta: los tunecinos quieren que se haga política de otra manera. “Elección presidencial en Túnez: Kaïs Saïed, o el nuevo paradigma tunecino”, escribían el mismo día 13 por la noche Fréderic Bobin, Mohammed Haddad y Lilia Blase en Le Monde Afrique al conocerse los primeros resultados. Durante su campaña, Kaïs Saïed insistió en tres puntos: revolución constitucional que invierta la pirámide del poder en favor de las colectividades locales; conservadurismo moral opuesto a la despenalización de la homosexualidad y a la igualdad hombre/mujer en la herencia; oposición al estado de Israel (no a los judíos), inspirada en el naserismo y el nacionalismo árabe. Además, su estilo de vida sencillo, los recuerdos de un profesor amable y cercano que de él guardan sus alumnos (“El profesor con el que todos los estudiantes pueden hablar”, según Hiba Ben Salah que acaba de terminar sus estudios), y una financiación de campaña casi espartana, han escenificado según sus seguidores el ideal del hombre político al servicio del país.

Aparente honradez, espíritu de servicio, inversión de la pirámide del poder y respeto a la identidad tradicional arabo-musulmana (durante la campaña Kaïs Saïed utilizó el árabe literario y no el dialecto tunecino que se utiliza normalmente y que todos comprenden) explican, pero sólo en parte, por qué en el segundo turno se decantaron por él gentes tan dispares como la izquierda radical (Watad, Partido Unificado de la Patriotas Demócratas), los nacionalistas árabes (Echaâb, Movimiento Popular), los social-demócratas (Tahya Tounès, Viva Túnez, el nuevo partido del primer ministro Youssef Chahed), y los islamistas, moderados (Ennahda, Renacimiento) y menos moderados (coalición El Karama, La Dignidad, y Hizb ut–Tahrir, Partido de la Liberación).

También el voto de los jóvenes se ha decantado por Kaïs Saïed. Porque aprecian la figura humana, sobria y cercana del profesor, y les disgustan los políticos que se adueñaron de la Revolución de los Jazmines sin que el pueblo haya saboreado sus frutos… y porque el gobierno de Yousseh Chahed les ha facilitado el voto. Un artículo en la página web tunecina Kapitalis apuntaba que casi la mitad de los partidarios de Kaïs Saïed son jóvenes con estudios universitarios. En el primer turno de las presidenciales acudieron a las urnas el 50% de los 8 millones con derecho a voto. La participación descendió al 41% en las legislativas del 6 de octubre, mientras que ascendió al 57’8 el pasado 13 de octubre, principalmente gracias a los jóvenes, el 90% de los cuales votaron a Kaïs Saïed, según una encuesta de Sigma Conseil. Y es que el Ministerio de Educación tunecino, a diferencia de anteriores votaciones, había decidido suprimir las clases del sábado 12 para que los jóvenes pudieran ir a votar en sus respectivos distritos electorales.

Lo que no sabemos es si los numerosos jóvenes que acudieron a las urnas el 13 de octubre votaron en favor de Kaïs Saïed o en contra de Nabil Karoui, al que muchos jóvenes consideran como una especie de Berlusconi tunecino. Y otro tanto se puede decir de los partidos políticos. ¿Cómo explicar si no el que el nuevo presidente de Túnez, que defiende la desigualdad de la mujer con el hombre en cuestiones de herencia, haya conseguido casi el 73% de los votos en el país más “laico” (pero no anti-religioso) del mundo árabe?

No van a ser fáciles para Kaïs Saïed los próximos meses. Le va a ser muy difícil a Ennahda (52 diputados) formar gobierno teniendo en frente al partido de Nabil Karoui, Qalb Tunis, Corazón de Túnez (38 diputados), y como miembro de una posible coalición a Echaâb que con sus 14 diputados exige el primer ministerio. Y aunque la economía y la administración (mucho más importante para la vida cotidiana que las relaciones externas o la defensa) dependen del primer ministro, dado el carácter simbólico de la presidencia, será sobre Kaïs Saïed en quien recaerán las quejas. Además, como apuntaba en Kapitalis Ahmed Manai, presidente del Instituto Tunecino de Relaciones Internacionales, admitiendo la honestidad y buena voluntad de Kaïs Saïed, el hecho es que nunca ha tenido cargos y responsabilidades políticas que pusieran a prueba su honradez. Hasta ahora el poder ha corrompido a muchos tunecinos. ¿Cambiarán las cosas con su nuevo presidente?

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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