La mosca de la arena lleva la Leishmaniasis Visceral a los condados semiáridos de Kenia y Uganda

16/09/2019 | Crónicas y reportajes

captura_de_pantalla_2019-09-10_a_las_13.28.26.pngPoron Lokoler habla con orgullo de una de las actividades que lo convierten en un hombre en la comunidad Pokot, en la aldea de Kalemrekan, en Kenia. Como muchos niños de su edad se dedica al pastoreo. Cuando el clima es seco en Kenia, Poron y sus compañeros de edad cruzan con el ganado a Uganda en busca de pastos frescos.

Poron escapó de la muerte por Leishmaniasis Visceral, también conocida como kalaazar o fiebre negra. Esta enfermedad se transmite a través de la picadura de la hembra infectada de la mosca de la arena. Estas prosperan con el ganado y su estiércol, que son al fin y al cabo dos elementos básicos en la vida de Poron.

El Kalaazar es una de las 18 enfermedades que la Organización Mundial de la Salud clasificó como «Enfermedades Tropicales Desatendidas (NTDs)» porque los gobiernos y los sistemas de salud les prestan poca atención. En Kenia, la fiebre amenaza a más de 600.000 personas que habitan en Turkana, West Pokot, Baringo, Isiolo, Marsabit y Wajir, según el jefe de Enfermedades Tropicales Desatendidas del Ministerio de Salud, Sultani Matendechero.

Sin embargo, muchos de los afectados no son tan afortunados como Poron, lo que se debe a múltiples factores. Uno de ellos es la dificultad para acceder a atención médica. En Uganda sólo hay un hospital donde se trata la enfermedad, mientras que en Kenia se encuentran los hospitales en Kacheliba y una clínica en el Condado de Baringo.

En Kacheliba, el superintendente médico, Solomon Turkei, señala que los pacientes viajan desde una distancia de hasta 400 kilómetros buscando atención incluso desde el otro lado de la frontera cuando los síntomas (fiebre severa durante más de dos semanas, pérdida de peso y fatiga, hinchazón del hígado y del bazo) comienzan a aparecer.

Eunice Chemanang’ viajó con sus dos hijos desde Akulo, en la periferia de la frontera del condado de Baringo-West Pokot. Para esta madre de tres hijos, que sólo puede permitirse una comida al día, este crucial viaje implicó un empobrecimiento aún mayor. «Caminé unas cuatro horas hasta Akorekwang’, luego pagué Ksh200 ($2) de Akorekwang’ a Sigor, y luego Ksh1,500 ($15) de Sigor a Kacheliba en una motocicleta”. Una vez finalizado el tratamiento, Eunice no sabe cómo conseguirá el billete para el viaje de vuelta a casa.

El fármaco utilizado para tratar Kalaazar en Kenia, Etiopía, Sudán y Uganda se llama Stibogluconato de sodio y Paromomicina (SSG-PM). Fue desarrollado por los ministerios de salud de estos países en colaboración con la Iniciativa de Medicamentos para Enfermedades Olvidadas (DNDi), una organización mundial sin ánimo de lucro que desarrolla nuevos tratamientos para las enfermedades olvidadas. La DNDi ha financiado el tratamiento de kalaazar desde que tomase el relevo de Médicos Sin Fronteras en 2008.

Una botella de SSG cuesta Ksh 8.000 ($80) y la de PM Ksh200 ($2). Tanto los niños como los adultos necesitan más de un biberón para un tratamiento completo de 17 días, cuyo costo estimado es de aproximadamente $400 por persona. Según Turkei, la SSG-PM no puede administrarse a las personas mayores, mujeres embarazadas, personas con VIH y personas que fueron tratadas por la enfermedad y que sufrieron una recaída.

Para este grupo, existe un medicamento más seguro pero más caro: AmBisome, también suministrado por la DNDi con el apoyo ocasional de la OMS.

Debido a la naturaleza tóxica del tratamiento, el diagnóstico es tan exhaustivo y potencialmente mortal como costoso. Turkei lo explica: Si el paciente acudió al centro de salud quejándose de fiebre prolongada, se realiza una prueba rápida inicial seguida de una prueba de aglutinación directa para determinar si la causa de la anemia se debe a ataques a los glóbulos rojos. En ciertos casos, los pacientes pueden someterse a una prueba final, que involucra una aspiración de bazo o de médula ósea. Cualquier error podría perforar el bazo y matar al paciente.

Por otra parte, Matendechero teme que la falta de fondos afecte a la capacidad de los trabajadores sanitarios para tratar el kalaazar, además de la brucelosis, la malaria y otras enfermedades que la imitan. En esta línea, afirma que ”la falta de atención prestada a las enfermedades también ha tenido implicaciones clínicas cuando se enseña a los trabajadores de la salud en la escuela de pasada y, por lo tanto, se les diagnostica erróneamente como las enfermedades comunes que imitan los síntomas de las NTD».

Patrick Sagaki, responsable del hospital de Amudat, en Uganda, afirma que la pobreza y el analfabetismo en Karamoja se perpetúan por el abandono histórico de la región. En 2018, la ONU colocó al área en la categoría de las zonas más pobres del mundo, con altas tasas de desnutrición, consecuencia directa del hecho que el 61 % de sus 1,2 millones de habitantes vive en la pobreza absoluta, mientras que la mayoría de la población ni siquiera ha sido vacunada contra enfermedades comunes.

Sagaki explica que “la mayoría de los pacientes que vienen aquí tienen bajas inmunidades debido a la desnutrición, y cuando llegan aquí, no estamos tratando únicamente la fiebre negra, sino otras enfermedades como la tuberculosis, la malaria y la bronquitis».

Según la Oficina Nacional de Estadística de Uganda, más del 70% de la población de Amudat no sabe leer ni escribir. Andrew Ochieng’, un miembro de la comunidad que ha sobrevivido a kalaazar en su infancia, afirma que existen además otras explicaciones detrás de las altas tasas de mortalidad de la enfermedad. Una de las razones es que personal no cualificado inyectaba históricamente los productos farmacéuticos directamente en el bazo, causando la muerte instantánea de los niños.

DNDi financia el tratamiento, el pago a los trabajadores y la alimentación de los pacientes. Los pacientes tienen que ser hospitalizados durante todos esos días para asegurarse de que reciben la alimentación adecuada y de que no se desvían del curso del tratamiento.

Los trabajadores de la salud han llegado a depender en gran medida de los voluntarios de salud de la comunidad. Andrew Ochieng», que habla acholi, pokot y karamoja, se desplaza por las aldeas, no sólo para educar a la comunidad sobre el kalaazar, sino también para hacer el diagnóstico inicial (palpar el bazo, buscar signos de anemia en los ojos y la piel) y ayudar a los pacientes a llegar al hospital.

Fuente: The East African

[Edición y traducción, Álvaro García López]

[Fundación Sur]


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