Tras 25 años del fin del ‘apartheid’, el contexto del país es bastante distinto y el partido hegemónico sufre una crisis de legitimidad
Hoy, 8 de mayo, Sudáfrica decide su futuro en las sextas elecciones tras el fin del apartheid y las prioridades son salir de la recesión en la segunda economía del continente, además de librar al país del estigma de la corrupción que ha costado el puesto presidencial a Jacob Zuma en febrero del año pasado. La cita electoral se presenta como una forma de revalidar las credenciales democráticas de un sistema que, pese a todo, rige desde 1994. Pero el contexto desde esas elecciones de abril de 1994, que llevaron a Nelson Mandela a gobernar los primeros cinco años de vida democrática, es bastante distinto y el partido hegemónico, el African National Congress (ANC), sufre una crisis de legitimidad.
Retos y compromisos democráticos
El 27 y 28 de abril de 1994, en Sudáfrica, por primera vez se votó en libertad, en un ambiente relativamente calmo pero de entusiasmo. El ANC resultó claro ganador imponiéndose en siete de nueve provincias, cosechando el 62,5% de los votos nacionales, aunque sin mayoría parlamentaria. El 10 de mayo siguiente, Nelson Mandela asumió el cargo presidente en un clima festivo y con amplio apoyo internacional. En efecto, la ceremonia convocó a personalidades destacadas de la política mundial, como el líder cubano Fidel Castro y el vicepresidente estadounidense Al Gore, que en otro contexto no hubieran compartido evento alguno.
Desde el momento de empezar el mandato, Mandela fue consciente de que tenía muy poco tiempo para actuar y en el que resolver muchos problemas. Y contaba con un reto supremo: acabar con el legado del régimen de segregación racial, la brecha socioeconómica entre negros y blancos. Entendía que su Gobierno era el primer paso para empezar a desarticular los desequilibrios que perjudicaban a la mayoría negra en un contexto de crisis económica heredada, a pesar de cierta recuperación y de lograr avances en un tema acuciante, la vivienda, o en la disminución del delito.
A pocos meses de iniciado el mandato, dentro del recorte del gasto público por el despilfarro pasado y, dando el ejemplo, varios funcionarios jerárquicos disminuyeron sus sueldos, otros fueron congelados, y se dispuso aumentos en rangos más bajos. Esto solo fue una pequeña medida entre tantas otras que revelan una agenda presidencial agotadora. Asimismo, a camino inverso de gran parte de líderes africanos y también de otras latitudes, Mandela se destaca porque, desde el comienzo, anunció su intención de ejercer un mandato, que lo finalizó tres meses antes de lo estipulado, en marzo de 1999.
Si bien Madiba asumió con el férreo objetivo de lograr la unidad nacional y la reconciliación, no obstante el gabinete sufrió crisis y él debió tomar decisiones drásticas. A dos años de presidencia, el Gobierno de unidad nacional sufrió una fractura al retirarse de la coalición el National Party (NP, aquel que en 1948 fundó el apartheid). A partir de allí el presidente debió tomar algunas decisiones ingratas.
La aprobación de la Constitución nacional fue un gran logro del primer mandato democrático en 1996, pese a que las discusiones causaron la desafección del NP del gobierno de unidad y Mandela se vio obligado a reformular su gabinete, a partir del mes de mayo de ese año. Pese a todo, la Constitución salió a flote luego de un trabajo arduo. La vida parlamentaria fructificó y de ello dio pruebas Mandela en su discurso de despedida al remitir a los críticos de su gestión a un promedio anual de 100 leyes aprobadas.
Con la Constitución aprobada, el presidente celebró el logro al decir en parte de su discurso: “(…) hemos contraído con la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país el compromiso de transformar Sudáfrica de un Estado regido por el apartheid a un Estado no racista, de abordar los temas del desempleo y la falta de viviendas, de construir todas las infraestructuras de las que ha disfrutado una exigua minoría durante siglos. Hemos contraído ese compromiso y estamos decididos a garantizar que todos los sudafricanos tengan una vida digna donde no haya pobreza, analfabetismo, incultura ni enfermedades.”.
Otra importante arista de la política de los primeros años democráticos fue en torno a la revisión del pasado, la justicia y la reconciliación nacional, la que por lejos generó las mayores controversias. La instauración de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación (TRC), aprobada en el Parlamento en 1995, comenzó sus funciones en abril de 1996 y por la misma desfilaron víctimas y victimarios del sistema de opresión racial generando a la larga un informe de siete volúmenes que, pese a no contentar a todos, produjo un importante documento de historia social que develó la verdad sucedida durante años de vergüenza racista.
Epílogo
En 1997, anticipando su retiro, Mandela proclamó en un discurso: “(…) pertenezco a la generación de líderes para los que la instauración de la democracia constituía el reto absoluto. (…) En la medida en que haya sido capaz de lograr cualquier cosa, tengo presente que ha sido porque soy producto del pueblo de Sudáfrica”. En 1999, finalizando su mandato, enumeró los retos del país, como evitar la guerra racial y superar pobreza, división e injusticia. Y resumió su discurso así: “(…) aún hemos de reconciliar y sanar nuestra nación; en la medida en que las secuelas del apartheid aún calan en nuestra sociedad (…). ¡El largo camino continúa!”.
En cierta forma, este discurso puede ser replicado hoy. El candidato del ANC, el actual presidente Cyril Ramaphosa, de resultar reelecto, deberá convencer a la nación que su partido es el indicado para continuar la lucha contra esos males. Reto más que arriesgado en un contexto volátil donde la brecha socioeconómica es tema pendiente. Como sea, en Sudáfrica “reconciliación” es sinónimo de Nelson Mandela.
Original en: Blogs de El País África no es un país