Tomar por descontado la generosidad de los pobres

29/10/2018 | Opinión

Ocurrió este 22 de octubre. No en el Mediterráneo sino en el Océano Indico, frente a las costas de Tanzania. Europa Press le dedicó unas líneas: “Al menos siete migrantes etíopes murieron el lunes después de que un barco que trasladaba a trece personas se hundiera frente a las costas de Tanzania cuando se dirigía hacia Sudáfrica, según ha confirmado este martes la Policía tanzana”. Pero no he encontrado esa noticia en otros medios en español, aunque sí que en Europa Press, HuffPost, Sputniknews, 24h y El Diario de Cadiz, entre otros, se mencionó a los 46 etíopes que murieron el pasado junio frente a las costas yemeníes. A lo peor, siete emigrantes eran esta vez pocos para ser noticia.

El Cuerno de Africa (Yibuti, Etiopía, Eritrea, Somalia), junto con Kenia, Sudán, Sur Sudán y Uganda, constituyen la IGAD (Autoridad Intergubernamental sobre el Desarrollo de África Oriental), con una población de unos 200 millones. De éstos, 2.5 millones tienen el estatuto de refugiados y 100.000 son solicitantes de asilo. Los desplazados al interior de esos países, debido a las guerras o a la situación política, son unos 6 millones. De esa misma región (en especial Somalia y Etiopía) parten numerosos emigrantes hacia Libia y Europa, Egipto e Israel, Yemen y Arabia Saudita. Se calcula que entre 17000 y 20000 etíopes y somalís utilizan cada año la cuarta ruta, la que conduce a Africa del Sur, atravesando, a veces rodeando, Kenia, Tanzania y Mozambique. Xinhua, la agencia china de noticias, menciona de vez en cuando incidentes relacionados con esa emigración. Así en febrero de este año, la policía de Nairobi detuvo en un barrio residencial de Nairobi a 20 etíopes en tránsito hacia Tanzania y Africa del Sur. Ese mismo mes la policía de Malawi arrestó a 55 etíopes y a cuatro traficantes de Malawi que desde Tanzania se dirigían al campo de refugiados de Dzaleka, en el centro del país, para desde allí proseguir hacia el sur. La noticia más reciente es del mes pasado: la devolución a Etiopía por las autoridades de Mozambique de 54 migrantes ilegales. Primera economía de Africa, Africa del Sur siempre ha necesitado y atraído a emigrantes. El último informe DESA (Departamento de Asuntos Económicos y Sociales) de Naciones Unidas calcula que viven en Africa del Sur 570.000 personas procedentes de Zimbabue, 300.000 de Mozambique, 160.000 de Lesoto, 80.000 de Malawi, además de varios millares de Suazilandia, Congo RD, Namibia y Nigeria. Así que no es extraño que desde el Cuerno de Africa, Sudáfrica aparezca como El Dorado del continente.

Uno de los dramas de Africa es que además de los migrantes económicos, hay en el continente 4 millones de refugiados y casi 12 millones de desplazados. Por ello me llamó la atención un artículo de Alexander Betts aparecido en The Guardian el 25 de junio con el título “Lo que Europa podría aprender del modo en que Africa trata a los refugiados”. Se refería en particular al modo en que Uganda, y desde hace poco también Kenia, están intentando acoger a los emigrantes. Y citaba a Filippo Grandi, Alto comisionado de Naciones Unidas para Refugiados: “Quienes chillan a propósito de la emergencia de los refugiados en Europa y América deberían visitar esas comunidades africanas que con muy pocos recursos dan asilo a millones”. Etiopía, Kenia y Uganda, con un producto per capita 20 veces inferior al de Europa acogen a 2.8 millones de refugiados, más que los que los 20 países europeos recibieron durante la crisis de 2015/16. Siempre Uganda ha dado a los refugiados el derecho al trabajo y a la libertad de movimientos, y les ha animado a cultivar en zonas poco pobladas. Estudios sobre el terreno han mostrado que, debido en parte a la creación de nuevos mercados, la acogida de refugiados ha beneficiado tanto a los nacionales como a los refugiados. Y aunque con las crisis del vecino Sudán el número de refugiados se acerque ahora al millón y medio (42 millones es la población de Uganda), el gobierno ugandés no ha querido cambiar esa política de acogida.

La actitud de Kenia hacia los refugiados ha sido hasta hace poco bastante restrictiva, habiendo negado al medio millón de refugiados llegados a Kenia a partir de 1990 el derecho a trabajar y a moverse. Esa política comenzó a cambiar en 2015, cuando cerca del antiguo campo de refugiados de Kakuma, en la región de Turkana, al noroeste del país, el gobierno creó un nuevo campo en Kalobeyei, siguiendo el modelo ugandés. También en 2016 Etiopía, tras la cumbre sobre los refugiados en Nueva York, decidió aplicar la misma política de liberta de trabajo y movimiento a sus 900.000 refugiados.

Aunque aparezcan de vez en cuando en las noticias o en los prospectos de las agencias de viajes, los problemas, los esfuerzos y las soluciones a los problemas de los refugiados en Uganda, Etiopía o Malaui, no interesan sobre manera a los ciudadanos europeos, mucho más preocupados por las crisis a las que los refugiados puedan dar ocasión en el viejo, rico y en buena medida egocéntrico continente. Y la buena voluntad de los países africanos receptores tiene sus límites, especialmente económicos. Tanzania ha estado acogiendo refugiados, principalmente de Burundi y del Congo DR, desde 1972. Su política, primero durante el mandato de Julius Nyerere, y luego durante el período del presidente Jakaya Kikwute, ha sido de las más abiertas, hasta el punto que ya en 1907 ofreció a los burundeses la posibilidad de escoger entre ser ayudados para volver a su país o recibir la nacionalidad tanzana. El 80% escogieron la segunda opción. 170.000 ya han sido nacionalizados, pero todavía quedan 350.000 refugiados en el país. De repente, la política tanzana está cambiando. En febrero de este año, el actual presidente John Magufuli anunció la retirada de su país del “Marco de respuesta integral para los refugiados (CRRF, por sus siglas en inglés), adoptado en la Asamblea General de la ONU de 2016. Ese Marco tiene entre otros objetivos el de ayudar a los países receptores. Y en las últimas conversaciones entre los funcionarios del CRRF y los representantes tanzanos se les ofrecieron $100 millones, mitad don, mitad préstamo. Tanzania está entre los treinta países más pobres del mundo. John Magufuli consideró la oferta inaceptable. Los funcionarios creyeron que el presidente tanzano quería chantajearlos. A ese propósito, el mismo Alexander Betts escribía el 21 de febrero en Foreign Policy: “No obliguéis a las naciones africanas a pedir préstamos para ayudar a los refugiados. Los países pobre han soportado el mayor peso en la crisis de los refugiados. La negativa de Tanzania a costear el nuevo programa de Naciones Unidas es una advertencia al Occidente”

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]

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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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