Arcos y flechas contra los Kalashnikovs de Boko Haram, por Chema Caballero

24/09/2018 | Bitácora africana

defensa.jpg La población camerunesa de Tourou decide organizar su propia defensa ante el abandono del Gobierno

Las montañas Mandara, en la región del extremo norte de Camerún, han protegido durante siglos a los habitantes de sus 23 pueblos de la islamización forzada, de los cazadores de esclavos y de la colonización. Son las alturas de Tourou, en la frontera con Nigeria, donde hides, mafas, fulbés, gossis y vengos conviven y comparten la escasez de recursos. Terrazas donde se planta el mijo y las judías trepan las colinas y sortean grandes moles de granito que parecen proceder de una explosión. Vacas, cabras y ovejas, guiadas por niños, salpican el paisaje en busca de agua y pastos. Todo rezuma paz.

Desde 2014, esta armonía se ha visto rota por la llegada del grupo terrorista Boko Haram. Después de varias batallas con el ejército camerunés, los yihadistas se asientan en las colinas justo al otro lado de la línea imaginaria que divide Camerún de Nigeria. Se trata, posiblemente, de pequeños grupos dispersos pertenecientes a la fracción de Abubakar Shekau que, tras las últimas ofensivas del ejército nigeriano contra el bosque de Sambisa, donde esta fracción tenía su cuartel general, se han dispersado.

Emmanuel Viziga, coordinador de los comités de vigilancia de Tourou recorre el territorio en su moto animando a los 265 hombres que vigilan las fronteras de sus aldeas, armados con arcos, flechas y machetes, en busca de cualquier movimiento extraño. “Los hombres de Boko Haram todavía tienen armas y están hambrientos, por eso de vez en cuando descienden sobre las aldeas en busca de comida. Se llevan cosechas, vacas y ovejas, queman casas y matan. También secuestran a campesinos a los que obligan a cultivar la tierra”, explica Viziga.

Cuando los terroristas son detectados, los vigilantes avisan con sus silbatos para que los ciudadanos busquen refugio. También alertan a los militares destacados en la zona, pero estos pocas veces abandonan sus bases, se queja Viziga. “Numerosas veces les hemos dicho que se preparaba un ataque, les hemos indicado la ruta por donde iban a entrar, y ellos ni se han movido. Es posible que Boko Haram les pague para que no intervengan”.

La frustración invade a muchos de los ciudadanos. Towkowa Bakama se queja de la falta de colaboración militar. Sentado sobre una roca en la aldea de Gossi tiene a su espalda la colina donde se asienta Boko Haram. “Hace dos días bajaron hombres, mujeres y niños y se llevaron seis vacas y algunas ovejas. Los vimos llegar, telefoneé a los militares que están ahí arriba, desde aquí se ve su base, no hicieron nada. Los volvimos a llamar cuando se retiraban para que les cortasen el paso, no se movieron de donde estaban, y así siempre”

Este sentimiento de abandono está presente en la mayoría de los 68.000 habitantes de la zona. Desconfían del ejército, incluso de las Brigadas de Intervención Rápida (BIR), cuerpo de élite de la armada camerunesa. Por esa razón cada pueblo ha creado su propio comité de vigilancia formado por campesinos que se han ofrecido voluntariamente. El Gobierno les prohíbe utilizar armas, de ahí que hayan recurrido a los arcos y las flechas. Ellos conocen los caminos que rodean las poblaciones en las que viven y los recorren, sobre todo por la noche, en busca de extranjeros y de movimientos sospechosos.

Sin prácticamente apoyo, ni equipamiento, dependen de la buena voluntad de sus vecinos para sobrevivir. Han abandonado sus campos para dedicarse a esta labor. Solo la ONG española Zerca y Lejos que actúa en la zona, les ha facilitado alguna ayuda.

Los vigilantes no tienen miedo de enfrentarse a los Kalashnikovs de Boko Haram con sus rudimentarias armas. Han pasado una serie de ritos mágicos que les protegen de las balas. Estas nunca podrán hacerles nada. Se caerán al suelo antes de penetrar sus cuerpos. Así lo asegura Rabassa Lirdou que ataviado con su escudo, arco y flechas, descalzo y con un penacho en la cabeza y otro en el pecho se prepara para pasar la noche recorriendo las colinas que envuelven a la aldea de Ndrock. “Vamos como mi padre y mis antepasados fueron a la guerra”, dice. “Eso es parte de nuestra cultura y nuestra tradición. Muchos jóvenes ya no creen en ello, pero es lo que ha permitido que hasta ahora los bandidos de Boko Haram no entren en nuestro pueblo”. Y así es, en más de una ocasión han conseguido alejar a los terroristas de sus tierras.

Guina Dillim, comandante de las BIR en la zona, aprecia el trabajo que estos Comités realizan pero se queja de que hay muy pocos jóvenes y este es un trabajo que necesita mucha energía. Es verdad, se ven pocos jóvenes entre los componentes de estos grupos, pero es que estos, en cuanto tienen la oportunidad y los medios, emigran fuera de ese territorio en busca de un futuro que allí no tienen, y dejan atrás a los ancianos, las mujeres y los niños.

“Sería tan fácil acabar con Boko Haram”, comenta Moise, miembro del Comité de vigilancia de Gossi. “Están ahí, los estamos viendo, bastaría con que el ejército camerunés o el nigeriano enviase un par de helicópteros y los bombardeara. Sería el fin de todo”. Son muchos los que repiten la misma idea y concluyen que hay demasiadas personas haciendo negocios con esta guerra para terminar con ella: “El ejército el primero, los políticos y tantos otros que no quieren que esto termine porque están haciendo mucho dinero con el conflicto de Boko Haram”.

Mientras los miembros de los comités de vigilancia, armados con sus arcos y flechas, recorren los caminos de sus aldeas alertas de cualquier movimiento sospechoso para poder avisar a sus vecinos con la esperanza de que la incursión de los terroristas no cause pérdidas humanas. E informan al ejército, sin desfallecer, con la esperanza “de que alguna vez despierten y decidan intervenir para poner fin a todo este sufrimiento”, asegura Viziga.

Original en: Blogs de EL País -África no es un país

Autor

  • Chema Caballero nacido en septiembre de 1961, se licenció en derecho en 1984 y en Estudios eclesiásticos en 1995 Ordenado Sacerdote, dentro de la Congregación de los Misioneros Javerianos,
    en 1995. Llega a Sierra Leona en 1992, donde ha realizado trabajos de promoción de Justicia y Paz y Derechos Humanos. Desde 1999 fue director del programa de rehabilitación de niños y niñas soldados de los Misioneros Javerianos en Sierra Leona. En la , desde abril de 2004 compaginó esta labor con la dirección de un nuevo proyecto en la zona más subdesarrollada de Sierra Leona, Tonko Limba. El proyecto titulado “Educación como motor del desarrollo” consiste en la construcción de escuelas, formación de profesorado y concienciación de los padres para que manden a sus hijos e hijas al colegio.

    Regresó a España donde sigue trabajndo para y por África

    Tiene diversos premios entre ellos el premio Internacional Alfonso Comín y la medalla de extremadura.

    Es fundador de la ONG Desarrollo y educación en Sierra Leona .

    En Bitácora Africana se publicarán los escritos que Chema Caballero tiene en su blog de la página web de la ONG DYES, e iremos recogiendo tanto los que escribió durante su estancia en Sierra Leona, donde nos introduce en el trabajo diario que realizaba y vemos como es la sociedad en Madina , como los que ahora escribe ya en España , siempre con el corazón puesto en África

    www.ongdyes.es

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