Ni semitas ni griegos (parte 2/2)

25/09/2018 | Opinión

A juzgar por sus dos extraordinarias autobiografías, “Infiel” (ed. original 2006) y “Nómada” (ed. original 2010), Ayaan Hirsi Ali, la conocida escritora y expolítica somalí-neerlandesa-estadounidense, acérrima defensora de la mujer musulmana, habría escogido la irreligiosidad, por no decir el ateísmo. Y sin embargo, Hirsi, que la periodista Americana Lorraine Ali describía en Newsweek en marzo de 2007 como “una heroína entre los islamófobos más que entre las musulmanas”, tras observar la Primavera Árabe concluyó que una reforma del Islam era posible, y así lo pedía en Heretic (ed. Original 2015). Desgraciadamente,era el comentario del The Economist, pocos musulmanes aceptarán su invitación para interpretar con espíritu crítico a Mohamed y al Corán.

religiones-2.jpgEl Atlantic Council acaba de publicar este mes “The Islamic Tradition and the Human Rights Discourse”, un conjunto de artículos entre los que el de Mohammad Fadel, “Life, Liberty, and the pursuit of Islamic Happiness: Islam and Human Rights” me ha llamado la atención. Nacido en Egipto y ahora catedrático en la Facultad de Derecho de Toronto, Fadel lleva muchos años defendiendo en numerosas publicaciones la posibilidad para los musulmanes, aún los más conservadores, de sentirse a gusto en el interior de la variopinta diversidad de nuestras democracias occidentales. Una ética común sería posible según Fadel a partir de lo que él llama “razón pública”, muy presente en el Islam. Y sin embargo, en ese último ensayo Fadel parece tirar la toalla al conceder que Occidente y el Islam discrepan en la comprensión de los conceptos de libertad y felicidad, hasta el punto que “Es imposible esperar que se dé una total convergencia entre las normas de los Derechos Humanos y las normas islámicas: las normas de los Derechos Humanos tienen como objetivo casi exclusivo asegurar la autonomía del individuo y la capacidad de decidir por sí mismo. Mientras que el Islam intenta influir en las decisiones que el individuo toma sobre cómo vivir su vida”.

A pesar de todo sigo pensando que si en el Cristianismo hay sitio para mujeres egipcias negras, también es posible que el Islam evolucione. ¿Estarán los musulmanes de a pie dispuestos a pagar el precio que estamos pagando los cristianos, minoría de convencidos discípulos de Jesús en un Occidente postcristiano y postreligioso?

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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