Cuando el Papa Francisco pasó por Bangui a finales de noviembre de 2015, todo pareció arreglarse como por encanto. Los barrios que hasta entonces habían sido enemigos empezaron a comunicarse, los grupos armados rebajaron la tensión y por fin los centroafricanos empezaron a creer que la paz estaba cerca. Días antes de su llegada, los tiros eran constantes en los distintos barrios de Bangui y las provincias estaban bajo el control férreo de las bandas armadas. De repente, todo se calmó.
Aprovechando los efectos de la visita del Papa, se pudieron organizar los distintos comicios: el referéndum de la Constitución, las elecciones presidenciales y las legislativas en todos los rincones del país, incluso en los lugares ocupados por los señores de la guerra. Todo se sucedió con una calma impensable pocos meses antes. Esta cadena de hechos sorprendió gratamente el mundo. El Papa Francisco había obrado un milagro.
Desgraciadamente, el legado de esta visita no fue aprovechado de forma sostenible. El nuevo gobierno salido de las urnas no supo o no pudo aportar soluciones duraderas a una crisis que no había terminado, sino que simplemente se había quedado en estado latente. Los que pensaron que las elecciones pondrían fin a la tragedia centroafricana se equivocaron. Hoy asistimos a un resurgir de la violencia que amenaza con arrasar todo el país. En la actualidad, más de la mitad de su superficie está fuera del control del Estado, los muertos se cuentan por centenares, miles de ciudadanos han engrosado las filas de los refugiados y de los desplazados internos, y cada vez que hay enfrentamientos miles de casas son incendiadas. El hambre y las enfermedades acechan. La ayuda humanitaria no llega a todos por diversos motivos y las autoridades parecen completamente paralizadas ante la situación. Salvo la capital, Bangui, dónde la situación está bajo control, el resto del país arde de nuevo y todo lo conseguido se desmorona. ¿Cómo entender esta nueva crisis?
Cuatro son las principales causas, más allá del hecho de que la sociedad centroafricana está socavada desde los cimientos y se tambalea por cualquier golpe de viento: La retirada de las tropas francesas, la retirada de las tropas ugandeses, la división de Seleka y la falta de propuestas de parte del gobierno.
1. La retirada de las tropas francesas.
Para entender mejor el papel de Francia en la crisis centroafricana, es importante retroceder un poco hasta 2013. En marzo de este año, la coalición musulmana (Seleka), religión minoritaria en el país, toma el poder en Bangui echando al presidente Bozizé. El país se sumerge en el caos al no poder la Seleka controlar a sus elementos. Los pillajes se extienden por todo el país, las violaciones son masivas, los muertos se cuentan por centenares. Como reacción a estos abusos, en los pueblos del Nordeste, aparece el fenómeno de las milicias antibaka: jóvenes que se alzan en contra de Seleka para proteger a sus pueblos. Pero en poco tiempo, su legítima lucha se convierte en una limpieza religiosa a confundir a todo musulmán con las Seleka. Cuando llegan a la capital, el mundo entero se estremece temiendo un genocidio en toda regla. Entonces, en diciembre de 2013, Francia -con autorización del Consejo de Seguridad de la ONU- decide enviar sus tropas en una operación llamada Sangaris. La presencia francesa consiguió no solamente impedir un baño de sangre en la capital sino también, con el apoyo de los presidentes regionales, empujar al autoproclamado presidente Seleka, Michel Djotojia, a la dimisión. Los Seleka, viéndose sin cabeza y sin apoyos populares, decidieron retirarse al nordeste del país.
Entre tanto, también gracias a la presión de Francia, la ONU decidió enviar tropas (unos 12.000 hombres) en una misión de mantenimiento de la paz conocida como MINUSCA, que en septiembre de 2014 tomó el relevo de una misión multinacional previa bajo bandera de la Unión Africana (la MISCA). Gracias a la Sangaris y la MINUSCA, y sobre todo gracias a la visita del Papa Francisco, el pueblo pudo celebrar las elecciones en todo el territorio y se puso en marcha un proceso de puesta en marcha de instituciones legítimas.
La presencia de las tropas francesas eran consideradas, por su equipamiento y su profesionalidad, un cortafuego contra las bandas armadas. Los antibalaka del oeste del país consiguieron hacerse representar en la Asamblea de los diputados y abandonaron casi la lucha aunque sin comprometerse a un desarme efectivo. Los Seleka se quedaron arrinconados en sus zonas, controlando las minas de oro y diamantes, pero sin posibilidad de extender su territorio. De hecho, cuando quisieron realizar algún avance para extender su territorio se encontraron con un fuego superior francés que les hizo retroceder.
Se puede decir que la guerra estuvo parada durante un tiempo, no porque los beligerantes quisieron, sino porque tenían enfrente un muro infranqueable. Pero, Francia por algún motivo decidió retirarse y dejar solamente un presencia simbólica de apoyo a la MINUSCA. En enero de 2017, se hizo efectivo el fin oficial de Sangaris.
La retirada de Francia dejó vía libre a los señores de guerra y a todos los malintencionados que aprovecharon la debilidad de la MINUSCA y la ausencia del Estado para volver a sembrar el terror. Ya nadie podía pararlos.
2. La retirada de Uganda.
La presencia ugandesa en el este de la República Centroafricana viene del año 2009, durante los años del presidente Bozizé, que autorizó a Uganda a enviar sus tropas para luchar contra el señor de la guerra ugandés, Joseph Kony, líder del LRA, que desde el año anterior pasó desde Sudán del Sur y el Noreste de la República Democrática del Congo a extender sus acciones de terror al Este de Centroáfrica. Bozizé no tenía un ejército capaz de perseguir a Kony, y encontró un alivio al llegar a un acuerdo con Uganda. Posteriormente, desde finales de 2012, las tropas ugandesas -instaladas en su cuartel general en Obo- pasaron a luchar bajo bandera de la Unión Africana, en teoría junto con soldados del Congo, Sur Sudán y Centroáfrica, aunque en realidad la colaboración de las tropas de estos tres países se quedó casi siempre en papel y nunca fue efectiva.
Durante varios años, entre 3.000 y 1.200 soldados ugandeses controlaron la parte Este de Centroáfrica. Cuando la Seleka llegó a los límites de la prefectura de haut Mbomou, en abril de 2013, los ugandeses les impidieron instalarse en las ciudades que entraban en su rayo de acción. Su presencia era como un pararrayo contra las acciones desestabilizadoras de los grupos armados. De hecho, desde ese año y hasta mayo-junio de 2017 en esa parte del país se vivió una calma relativa al no haber ni Selekas ni antibalakas. Además, en Obo se instaló también un grupo de entre 100 y 200 militares de las fuerzas especiales estadounidenses, con la misión de apoyar en la búsqueda y captura de Joseph Kony. Su presencia fue también muy persuasiva. Pero con la llegada al poder de Domald trump, pasó poco tiempo hasta que Estados Unidos decidiera retirar su contingente al considerar que no estaba justificado gastar millones de dólares en una misión militar que operaba en una zona donde sus intereses no estaban amenazados. Por las mismas fechas, entre marzo y mayo de 2017, Uganda también retiró sus tropas dejando así toda la zona este del país completamente desprotegida.
3. La división de los seleka.
La Seleka nació como una alianza entre diversos grupos armados, dominados mayoritariamente por personas de etnias del Noreste tradicionalmente rivales entre sí (los Runga, los Gula, los Peul y árabes de origen chadiano). Se unieron en torno a la identidad musulmana frente al poder central, al que tenían como enemigo común. En marzo de 2013 consiguieron tomar el poder en Bangui y mantenerse unidos durante varios meses.
Sin embargo, cuando se retiraron de Bangui hacia el nordeste, desde enero de 2013, empezaron a observar grietas en su alianza. Los Peul, comandados por el general Ali Darass se fueron alejando del resto de los grupos. Con su cuartel general en la localidad central de Bambari, Ali Darass desafió a los otros Seleka situados más al norte bajo la influencia del general Nouredin Adam. Poco a poco, la división ideológica fue transformándose en un conflicto abierto y en enfrentamientos mortales.
Durante las contiendas, los hombres de Ali Darass fueron perdiendo terreno. Abandonaron sus trincheras del norte y se quedaron recluidos en Bambari. Al mismo tiempo, las otras facciones de la Seleka realizaron alianzas de conveniencia con algunas facciones de los antibalaka en esta lucha y consiguieron sembraron el odio de muchos centroafricanos contra los Peul.
La MINUSCA, viendo que la guerra podía entrar en Bambari, presionó a Ali Darass para que evacuara la ciudad con sus hombres para evitar un derramamiento de sangre. Esta decisión fue el inicio de una cadena de conflictos que arrasa ahora el Este de Centroáfrica. Los hombres de Darass se dispersaron hacia el este, ocupando carias ciudades que hasta entonces habían vivido sin presencia de grupos armados y dónde comunidades de diferentes confesiones religiosas vivían en armonía.
La presencia de los Peul armados en las provincias del este fue la causa principal de la activación de los antibalaka en esta zona y el desorden al que asisten impotentes los habitantes de ciudades como Alindao, Mobaye, Bangassou, Bakouma, Nzako, Zemio etc.
Al mismo tiempo, los Seleka también se fragmentaron en Bria (noreste de Bambari), dividiéndose en dos ramas enfrentadas, una bajo el mando de Abdoulaye Hissein aliado con ciertos grupos antibalaka y otra siguiendo las instrucciones de Nouredin Adam.
En la actualidad, desde el este hasta el oeste de Centroáfrica, pasando por el norte, ciudades enteras se han quedado vacías, con miles de casas incendiadas. Miles de civiles han aumentado el número de desplazados y refugiados, y centenares de inocentes han encontrado una muerte violenta sin que ni el gobierno ni la MINUSCA sean capaces de impedirlo.
4. La falta de propuestas del gobierno.
Las elecciones levantaron las expectativas de todo el pueblo centroafricano: tanto los ciudadanos de a pie como los miembros de los grupos armados. Todos esperaban del nuevo gobierno democrático el fin de las hostilidades y la paz duradera.
Desde marzo de 2016, el presidente Touadera y su gobierno hablan del desarme en un programa llamado DDR (desarme, desmovilización, reintegración) pero sin que esto se ponga en práctica con rapidez, ya sea por falta de medios, por falta de experiencia o por ineficacia.
También es verdad que el hecho de que la administración territorial haya sido destruida y que el ejército nacional ya no exista hace que la inmensa parte del territorio centroafricano quede fuera control de la autoridad del Estado. Esto favorece la creación de nuevas milicias o la posibilidad de que las que ya existen extiendan su dominio.
Desde Bangui, el gobierno no parece tener ideas claras sobre cómo resolver el problema de las múltiples bandas armadas (al menos 15 en todo el país). Tampoco tiene capacidad militar para imponer su punto de vista. La ONU por medio la MINUSCA no quiere aparecer como un beligerante más y se limita a hacer lo mínimo para proteger los campamentos de los desplazados. Esta fuerza multinacional tampoco tiene la misma capacidad persuasiva que tenía la Sangaris ni la misma logística.
En la actualidad, el gobierno controla menos de 40% del territorio nacional. La violencia está presente en la mayoría de las provincias. Los frentes abiertos son numerosos y muchos lugares se sienten abandonados. Solamente la Iglesia Católica está intentando hacer de escudo para proteger a los civiles perseguidos. Las iglesias se han convertido en campamentos de desplazados y los sacerdotes en mediadores entre los civiles y los hombres armados, a veces arriesgando la propia vida.
La pregunta que uno se hace al ver este panorama es: ¿existe una complicidad entre los diferentes actores para que Centroáfrica siga sumergida en el caos? ¿Hay alguna mano negra que mueve las piezas con el fin de conseguir algún beneficio al final? En otras palabras, ¿existe una relación entre la retirada de Francia y la de EEUU-Uganda? O ¿retirándose, sabían que estaban dejando un terreno libre a los grupos armados? ¿Alguien está detrás de la división de Seleka con el fin de multiplicar los conflictos? ¿Chad que siempre se ha mostrado cercano a Seleka tiene algún papel este embrollo?
Es imposible no pensarlo. Pero como casi siempre, escudriñar las decisiones políticas y diplomáticas resulta un trabajo arduo ya que muchas decisiones se toman en los despachos cerrados. Francia no podía ignorar que su presencia impedía a los milicianos salir de sus canchas y que la MINUSCA no estaba capacitada para desempeñar el mismo papel.
¿Qué hace la comunidad Internacional?
Desde el principio de la crisis centroafricana, la Comunidad Internacional ha estado presente a niveles diferentes. En la primera fase del conflicto, en 2013, fueron los países vecinos (CEMAC) los que intentaron aportar su ayuda con una fuerza multinacional de varios cientos de soldados, conocida como la FOMAC. A finales de diciembre de 2013, la FOMAC fue sustituida por las tropas de la Unión Africana (MISCA). Al final, Francia consiguió presionar a la ONU para que enviara una fuerza multinacional de cascos azules (MINUSCA).También intervinieron las fuerzas de la Unión Europea y las tropas francesas.
En la fase actual del conflicto, la Comunidad Internacional está apoyando de cuatro maneras: con las fuerzas internacionales, la ayuda humanitaria, la mediación de Sant’Egidio y los mecanismos de la justicia transicional.
1. Las fuerzas internacionales
Para suplir la carencia del ejército nacional que desapareció con la derrota del general Bozizé, la Comunidad Internacional envió tropas de diferentes tipos: Los cascos azules (MINUSCA) y los militares de la Unión Europea. Estas últimas han tenido varios mandados: comenzaron con la intervención de la EUFOR en los barrios más conflictivos de Bangui en 2014, para pasar a tener un papel de asesoramiento sobre la reestructuración del ejército nacional (la EUMAM) en 2015, y actualmente la EUTM, que desde mediados de 2016 realiza labores de adiestramiento del nuevo ejército.
La MINUSCA está constituido por unas 12.000 personas: 10.000 son militares y 1.800 policías, más varios cientos de personal civil. Recibió su mandato del Consejo de Seguridad de la ONU en abril de 2014 y empezó a ser operativa en septiembre de ese año. Tiene como misión la protección de los civiles con todos los medios incluidos ofensivos y la protección de las autoridades del país. Está integrada por contingentes de 15 países, todos ellos de África y Asia, más un pequeño grupo de fuerzas especiales de Portugal. Actualmente, están desplegados en todas las grandes ciudades.
Su presencia ha conseguido salvar a miles de desplazados que huyen de la violencia pero también hay que decir que últimamente ha perdido mucha credibilidad al no poder impedir el recrudecimiento de los conflictos y la matanza de civiles en diferentes ocasiones. En muchos casos, no supieron prevenir la violencia que, sin embargo era previsible, como por ejemplo en Bangassou y en otros, no supieron ser firmes antes los señores de guerra.
Su posición es muy delicada. Se supone que tienen un mandato de proteger a los civiles con todos los medios pero al mismo tiempo, no quieren aparecer como un grupo beligerante más en el embrollo centroafricano. También en algunas ocasiones han perdido a sus propios hombres, lo que significa que hay lugares en los que se ven desbordados por las milicias y tienen que defenderse a sí mismos. En estos dos últimos años, han perdido a 30 militares y casi el mismo número de civiles (muertos de forma violenta, en accidentes o por enfermedades) y han tenido muchos heridos. Son cifras muy altas en comparación con otras misiones de paz de la ONU en el mundo.
En todo caso, la población empieza a perder confianza en la ONU al ver que no consigue pacificar el país. A esto se añaden las continuas acusaciones de comportamientos sexuales inadecuados de algunos contingentes. Tan es así que dos contingentes enteros han sido expulsados por orden de la jerarquía en Nueva York: así ocurrió en enero de 2016 con los soldados de la República Democrática del Congo, y en junio de 2017 con los soldados de Congo-Brazzaville. Debido a estos abusos y a la percibida ineficacia, muchos centroafricanos desarrollan sentimientos negativos hacia toda la labor de la ONU.
En cambio, EUTM no está desplegada en el interior del país. Son militares de la Unión Europea, entre los cuales 22 militares españoles, cuyo cometido es formar el nuevo ejército centroafricano. Su labor se limita a la capital pero resulta capital teniendo en cuenta que gracias a su trabajo, el Consejo de Seguridad de la ONU podrá levantar el embargo de armas impuesto al gobierno centroafricano desde el inicio de la crisis.
Miles de desplazados en el obispado de Alindao.
2. La ayuda humanitaria.
Como en todos los conflictos, los organismos humanitarios están presentes en todos los escenarios de Centroáfrica. Algunos son de la ONU, otros son relacionados con algunos países, y otros son privados.
Los que destacan mucho por su valentía a desafiar los peligros son las Médicos sin Fronteras, que se encuentran en casi todos los lugares peligrosos, a veces jugando al equilibrio entre los beligerantes. También el Programa Mundial de los Alimentos (PAM) está haciendo una gran labor suministrando víveres a los desplazados en distintos lugares.
La ayuda humanitaria en Centroáfrica es muy compleja por la carencia de infraestructuras y la brutalidad de los milicianos. De hecho, a veces, los miembros de los ONGs se han visto atrapados en las emboscadas o atacados en sus bases por los grupos que quieren saquear. Bastantes de ellos han perdido la vida intentando salvar a la de los demás.
Hay que destacar la impresionante labor de los Médicos sin Fronteras. En muchos sitios, sustituyen las estructuras sanitarias nacionales abandonadas o completamente despojadas de lo necesario para funcionar. Acogen a los heridos de las bandas enfrentadas y los curan con imparcialidad levantando la sospecha de unos y otros. Teniendo en cuenta el estado de las carreteras y la situación del país en las provincias, es de alabar el trabajo que hacen. Así mismo, la Cruz Roja nacional e internacional resultan imprescindibles. Son ellos que suelen desafiar las balas para recoger a los cadáveres y los heridos en medio de los combates.
3. La Justicia Transicional.
La situación centroafricana llegó a acercarse a un genocidio. En muchos sitios hubo y sigue habiendo una verdadera limpieza étnica o religiosa. Los autores de estos actos criminales son numerosos y siguen sueltos, algunos de ellos incluso presentes en las estructuras del Estado. Es obvio que no se puede resolver el problema de Centroáfrica sin contemplar el aspecto de la justicia como freno a la impunidad.
En este marco, viendo que las estructuras judiciales del país están completamente en desuso o destruidas, el gobierno optó por buscar socios internacionales para poner en marcha un Tribunal Especial encargado de juzgar todos los crímenes de guerra y de violaciones de los derechos humanos. Se llama Corte Penal Especial para Centroáfrica (CPS en francés).
Puesto en marcha en junio de 2017, CPS cuyo presidente es un magistrado congoleño, tendrá que limitarse al periodo que va de 2013 a 2015 y tendrá la capacidad de convocar a cualquier actor que haya hecho crímenes durante las contiendas. Es un tribunal mixto que deberá estar formado por 27 magistrados nacionales e internacionales. A principios de julio de 2017, sólo cinco de ellos habían sido reclutados y habían jurado su cargo.
El problema que surge inmediatamente con este tribunal es doble: por un lado, algunos creen que hará obstáculo a la voluntad del desarme voluntario y por otro, su limitación deja fuera los hechos acaecidos desde 2015.
La primera inquietud fue levantada por Abdulaye Hissene, uno de los señores de guerra, dirigente de una rama escindida de Seleka. Para él, no se puede hablar de paz y de persecución judicial a la vez. Sus inquietudes están compartidas por muchos que creen que por miedo a la justicia, los grandes criminales se radicalizarán en sus trincheras en lugar de abandonar las armas voluntariamente. Como ni la Comunidad Internacional ni el gobierno no parecen querer enfrentarse con ellos militarmente, existe un riesgo que el conflicto se vuelva crónico. Entonces, ¿qué nos cabe retener? Según los detractores de este tribunal, el principio de “no existe paz sin justicia” es contradictorio. En el fondo, lo que piden es la amnistía general y la inserción en las estructuras administrativas del Estado a pesar de su pasado manchado de sangre, cosa que la inmensa mayoría del pueblo centroafricano no quiere oír.
Resulta pues, bastante difícil de imaginar cómo podrá alcanzar el tribunal sus metas si los grandes acusados están protegidos por sus milicias y si el tribunal no tiene fuerzas de seguridad capaces de capturarlos. Igualmente cabe preguntarse dónde se podrá internar a los presos de esta categoría ya que las estructuras carcelarias son obsoletas o se encuentran en muy malas condiciones.
4. La mediación internacional
El otro aspecto muy importante de la ayuda de la Comunidad Internacional es la mediación internacional. Al lado de las mediaciones locales hechas muchas veces por las confesiones religiosas como la plataforma inter-religiosa que integran algunos líderes religiosos católicos, protestantes y musulmanes, últimamente se ha sumado la Comunidad de Sant’Egidio de Roma.
Esta comunidad especializada en la resolución de los conflictos reunió a representantes de 13 grupos armados centroafricanos a principios de junio en Roma. El 9 de ese mes firmaron, junto con representantes del gobierno centroafricano y de la comunidad internacional, un documento llamado “Acuerdo político para la paz en la República Centroafricana”, en el que los firmantes aceptan dejar las armas y entrar en el programa llamado DDR (Desarme, Desmovilización y Reinserción) puesto en marcha por el gobierno.
Sin embargo, el acuerdo no ha tenido mucho éxito sobre el terreno. Por un lado, muchos de los beligerantes actuales en el Este no estaban representados y por otro, no parece que el pueblo centroafricano haya sido asociado al contenido del acuerdo. Muchos critican que el acuerdo abra la posibilidad de una amnistía a favor de los que han cometido crímenes más sanguinarios.
Sin ir más lejos, el acuerdo de Roma no ha parado ni un solo día las hostilidades y su séquito de atrocidades. Los analistas neutrales piensan que no habrá verdadero alto el fuego si los grupos armados no ven a nadie en frente que les pare los pies con una fuerza superior e imponente. Ahora bien, ni la MINUSCA ni el gobierno están ahora mismo en condiciones de imponer gran cosa.
En los últimos momentos, la Unión Africana ha mostrado la voluntad de iniciar otro tipo de diálogo pero nadie sabe cuál será su verdadero alcance.
Conclusión:
El conflicto de Centroáfrica tiene causas internas y externas. Es muy complejo y difícil de solucionar sin ir a la base y sanear el origen. Es indudable que la situación de corrupción social y política que afecta todos los estratos de la sociedad, la falta de educación, el desempleo, la pobreza crónica y la falta de futuro para la inmensa mayoría de los jóvenes tienen que ver con el deterioro del tejido social y la violencia barata. Pero también es verdad que existen actores exteriores que alientan el conflicto por intereses económicos. Centroáfrica es un país que rebosa de los recursos naturales importantes (oro, diamante, uranio, petróleo etc.) mal explotados o sin explotar todavía. Siempre que resurge el conflicto, se suele apuntar a Francia y a su gran aliado en la zona, Chad como pirómanos y bomberos a la vez. Lo que es evidente es que si uno de esos países quiere, todo se puede parar. Pero no se puede obviar la gran responsabilidad de los sucesivos gobiernos centroafricanos.
Así mismo, no se puede olvidar que Centroáfrica está en una zona altamente desestabilizada por la violencia y los conflictos sectarios. En el sur, está la República Democrática del Congo que está asolado en su parte este por decenas de grupos armados desde hace 20 años; por el Este, está el Sudán del Sur que no para de sangrar por un conflicto tribal atroz; por el nordeste, está el Darfúr con conflictos seculares interminables. Todos estos conflictos están alentados por los señores de guerra y los carroñeros exteriores que buscan proteger sus intereses económicos a costa de los habitantes sencillos. El hecho de tener fronteras permeables con los países en conflicto facilita el tráfico de armas y también de los minerales de sangre.
Todo indica que la solución al conflicto de Centroáfrica tiene que venir absolutamente de los propios centroafricanos. La Comunidad Internacional podrá solamente ser una ayuda determinante pero nunca el motor de la solución. Si los centroafricanos no toman conciencia de que la paz es principalmente fruto de sacrificios y de un cambio de mentalidad, la aportación exterior seguirá siendo temporal e ineficaz.
(Este artículo ha sido publicado en la revista Misión Bangassou nº9)
Fuente: Afroanálisis