Puritanismo, rigorismo y nostalgia reaccionaria islamista

13/06/2018 | Opinión

argeliamapa.gifLejos de pútrida hipocresía, no puede haber ningún cambio en el sistema sin pasar por prolongados conflictos, puesto que ninguna de las partes está realmente dispuesta a ceder, tanto en la transición del autoritarismo hacia el islamismo, como hacia la democracia. Aún no se ha logrado dicha transición en los países islámicos. Todos los países árabes que dijeron haber emprendido un proceso de democratización, nunca han sido capaces de llevarlo a cabo con éxito.

¿A qué se debe este error? Primero, porque ningún poder gobernante ha consentido aprobar su propia eutanasia política. Formulan las reformas políticas de acuerdo con su propia concepción y para llevarlas a cabo ellos mismos. Por supuesto las conducirán a su propio ritmo y las definirán según su propio concepto de democracia. ¿Pero puede uno ser uno juez y parte? En términos de estabilidad y seguridad, aparentemente no, ya que ningún país árabe comprometido con una transición ha tenido serenidad, y decimos bien ninguno. Durante dicha fase de transición, las leyes vigentes no varían a la misma velocidad que los cambios políticos, que cortocircuitan las etapas necesarias del aprendizaje de personas y poblaciones.

El modelo de funcionamiento de la democracia debe sacarse de los países occidentales, según personalidades y partidos políticos de la oposición al gobierno.
Por supuesto, no se ha tenido en cuenta que estos países llevan siglos de funcionamiento cercano a la democracia. El Parlamento británico goza de varios siglos de existencia.

Además, en términos de planificación, las fases de transición son las más peligrosas, puesto que no se puede planear más que lo técnico. Argelia ha pasado por eso. Egipto está en un proceso peligroso. Túnez no ha salido de él. Siria, Libia, Yemen e Irak están hundidos en las entrañas de un desastre. Los países del Golfo no son inmunes. Marruecos tampoco. Además, la propuesta de los países del Golfo a Jordania y Marruecos, de unirse al CCG (Consejo de Cooperación del Golfo), es signo del inmenso temor a que sus poblaciones logren derrocar al régimen político.

Es el islamismo y no la democracia el que se beneficia, con respecto a los países que iniciaron la democratización bajo coacción. ¿Se tiene que pasar por ahí? Dos determinaciones chocan entre sí, en los países árabes. Una verdadera lucha de poder. La gente no quiere rendirse. Requieren las cabezas de los «tiranos” que están acoplados en sus sillones. En frente están dichos «tiranos», que tratan de engañarles, según unos y otros, con represalias y abusos. Con la ofuscada sed de poder que tienen los presidentes y reyes del mundo árabe, ¿no es vergonzante que aparezcan como los verdugos de sus pueblos? ¿Cuántas muertes hacen falta para que estos sátrapas se vayan? Precisan controlar el proceso de transición política. Además, el cambio etnolingüístico, por añadidura, se ha evaporado en un proceso de volatilización desenfrenada que ha dado lugar a atrocidades que nadie puede negar.
La amenaza islamista es más notable que nunca. Tal cambio alimenta el irreprimible miedo a lo que parece ser una catástrofe inminente. Dicha ideología reaccionaria se está instalando de forma lenta y segura en Argelia. El islamismo siempre ha existido en el mundo árabe-musulmán. Se trata de la utilización del Islam por las élites nacionalistas, como una ideología política en las luchas de liberación nacional.

En los años setenta y ochenta, se convirtió en el refugio ostentoso de los despojados y de los marginados, pero de hecho ocupan tres espacios: el del movimiento social, el del terreno político (la estrategia revolucionaria del Estado Islámico) y el del imaginario (la utopía político-religiosa). El islamismo hace soñar a jóvenes desempleados proponiéndoles un sistema muy simple en el que hay una solución a todos los males y donde cada uno encontrará su lugar. El fenómeno del radicalismo se está volviendo común, y se ha vuelto tan grande que requiere comprensibilidad, en la encrucijada de la política.

La sociedad argelina, en particular la de la cabilia, es presa de un nuevo comportamiento moralista. A los individuos pagados por el islamismo se les da la misión, mal que bien, de defender a Alá. Predicar se ha convertido en deporte nacional. Castigo corporal, intimidación, insultos… Todos los medios son buenos para un retorno al puritanismo.

Las muchachas que hacen jogging son martirizadas, las mujeres que se descubren son criticadas con epigramas… ¿Cuándo cesará este hostigamiento continuo? La vuelta al puritanismo está justificada por sus promotores, con la llegada de la moralidad y la modestia. ¡Qué diantre! ¿Podemos hablar de moralidad hoy en día? Parece nostalgia reaccionaria. La indiferencia de algunos y el descuido de otros, solo refuerzan la convicción de los islamistas de establecer su «califato», principio de soberanía teológico-político islámico.

La oferta radical responde a la fragilidad de la identidad, que se transforma en una poderosa armadura. Cuando oferta y demanda se unen, la regla es impuesta. El resultado para el sujeto es un alivio de su ansiedad, un sentimiento de liberación, un nuevo ímpetu. Se convierte en otro, cambia. Las brechas de la identidad, mayormente inoculadas en dosis letales, abren una vía al islamismo. Los traumas históricos tienen una onda de propagación muy larga, especialmente cuando una ideología los transmite a las masas. Las generaciones los difunden para que los individuos vivan como herederos de la iniquidad, conociendo los hechos o no.

El islamismo conlleva la promesa de un retorno al mundo tradicional, lleno de prejuicios, mientras que, en la civilización moderna, el individuo tiene una saturación de sí mismo, que le obliga a trabajar de manera exhaustiva pues se deben tener medios. Algunos jóvenes de hoy prefieren el orden confortador de una comunidad con normas vinculantes y la adscripción a un marco autoritario que los libere de preocuparse por su libertad. Tal es el peligro que se cierne sobre Argelia.

Bachir Djaider

[Fundación Sur]

Fuente: Tamurt


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