Crisis migratoria por el cambio climático en África, por Fernando Díaz

10/04/2018 | Bitácora africana

Que África subsahariana será una de las regiones más afectadas por las consecuencias del cambio climático es algo que nos vienen repitiendo todos los informes desde hace años. No es una sorpresa. Cualquiera que se acerque a la literatura sobre crisis o desastres naturales, podrá ver que no importa tanto el fenómeno en sí, como la capacidad política y económica para hacerle frente. Sin embargo, el informe Groundswell del Banco Mundial no se empeña en mostrarnos eso. Su objetivo es analizar el impacto del cambio climático en las dinámicas de migración interna de los países. Y sus resultados son claros: los impactos del cambio climático tendrán una fuerte repercusión en los movimientos de población en todos los continentes del mundo, pero especialmente en África subsahariana.

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La primera idea a tener en cuenta es que el fenómeno de las migraciones asociadas al cambio climático no es una cosa a evitar, sino a gestionar. Ya no hay posibilidad de que no pase, pero sí de que no se convierta en una enorme crisis. El informe no se centra exclusivamente en África subsahariana, sino que también analiza las consecuencias que tendrán los cambios en el clima en América Latina o el Sudeste asiático. Su análisis plantea tres posibles escenarios, según las políticas que se apliquen desde hoy hasta el 2050.

80 millones de personas migrantes climáticos en África subsahariana

En el primer escenario, las consecuencias del cambio climático son las más dramáticas. No se habría logrado reducir la emisión global de gases de efecto invernadero, y localmente no se habrían aplicado políticas de desarrollo inclusivo. Esto podría provocar un pico de más de 85 millones de personas desplazadas de sus lugares de origen. Un movimiento de población espectacular para tan corto plazo de tiempo.

Pero, como se decía, aún se está a tiempo de evitar que este fenómeno se convierta en una crisis. El segundo escenario habla de un máximo de 53 millones de personas migrantes, una reducción que tendría que ver con la aplicación de las políticas de desarrollo inclusivas adecuadas, incluso sin poder reducir la emisión de gases.

Por último, en el mejor de los escenarios, más de 28 millones de personas se convertirían en migrantes climáticos a pesar de que se apliquen las políticas de desarrollo inclusivas adecuadas y a pesar de que controlemos la emisión de gases de efecto invernadero.

Los movimientos de población que estos escenarios implican no serán al unísono. Es decir, no se producirá el gran momento catárquico de las superproducciones de Hollywood, sino que, como en la fábula de la rana y el agua hirviendo, todo se producirá lentamente. En concreto, el informe señala que hasta 2030 habrá puntos críticos, y hacia 2050 éstos se habrán incrementado considerablemente. A partir de esa fecha, la situación se agravará incluso más.

Cuatro variables que determinarán el futuro

El equipo que ha realizado el informe se ha fijado en cuatro aspectos que se ven afectados por el cambio climático. Las temporadas de lluvias, la subida del nivel del mar, la productividad agrícola y la disponibilidad del agua. Los cuatro elementos se pueden combinar para causar una gran crisis en una determinada región, pero no es necesario que vengan conjuntamente para generar un gran impacto.

Es una realidad que ya está aquí, y ha venido para quedarse. El pasado 1 de febrero la alcaldía de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, avisaba que el 12 de abril se vería obligada a cortar el suministro de agua a los 4 millones de personas que viven allí debido a los tres años de sequía extrema. El Día Cero, como se ha dado en conocer el día en que Ciudad del Cabo se quede sin agua, se ha movido hasta comienzos de julio por una serie de acontecimientos ajenos al sistema climático, pero la ciudad sudafricana continua viviendo al límite y se calcula que, ni en el mejor de los escenarios posibles, no dejará de hacerlo al menos hasta el año que viene. Casos parecidos se han vivido en Australia, California o Brasil durante los últimos diez años.

Impacto desigual

Como es lógico, no toda la región sufrirá, o sufrirá del mismo modo, las consecuencias de estos fenómenos. Habrá determinados puntos que sean emisores de población migrada climática, y otros que sean receptores. Y en ambos espacios se deberá intervenir, dice el informe, para reducir el impacto. En África subsahariana, ciudades como Dar Es Salam podrían perder un gran volumen de su población debido al crecimiento de población. Mientras tanto, Nairobi puede constituirse en uno de los centros de recepción más importante.

Pero no toda la desigualdad del impacto será entre países, sino que internamente también observarán consecuencias divergentes. Etiopía, por ejemplo, podría ver cómo se incrementa en un 85% su población hacia 2050, al tiempo que Addis Abeba sería una gran emisora de migrantes climáticos.

Estas desigualdades implican la necesidad de abordar las políticas de desarrollo con antelación. De plantear el cambio climático como una transversal en la organización y la política pública de los gobiernos de África subsahariana. Pero también de una planificación de los movimientos migratorios, para garantizar las libertades de quienes no van a tener más remedio que cambiar de lugar, para garantizar sus derechos en aquellos nuevos espacios que les vayan a acoger. El populismo xenófobo es un lobo amenazando a la vuelta de la esquina y, ante el volumen que esta migración climática puede ocasionar, hace falta generar prevención y cambios de mentalidad.

Los movimientos van a afectar a la gestión de las ciudades de acogida, van a implicar la necesidad de planes de desarrollo para quienes se quedan en los lugares más afectados. Van a llevarse por encima sistemas de producción enteros y, por lo tanto, habrá que buscar un giro económico para garantizar medios de vida. Cuanta mayor sea la planificación y mejor el plan de desarrollo inclusivo, más fácilmente se sortearan las soluciones mágicas de los buitres que acechan estos fenómenos, tal y como se observa en Ciudad del Cabo con las propuestas de un nuevo impuesto al agua o una apuesta por la tecnología para evitar que la población mejor situada esquive esta crisis lo mejor que pueda.

A escala global

Pero, así como las políticas de desarrollo necesarias son de carácter estatal –aunque con fuertes implicaciones internacionales, en tanto que el sistema de cooperación y el sistema de deuda tienen mucho que ver en esto-, las diferencias entre un escenario y otro muestran que son las políticas globales de lucha contra el cambio climático las que tienen una responsabilidad fundamental en lograr que esto se convierta en una crisis o no.

En Ciudad del Cabo, esta situación es ya una realidad. Parece lejana, pero su clima es similar al de ciudades mediterráneas como Barcelona. Y lo que allí está pasando, puede pasar aquí en un momento u otro, con mayor virulencia incluso. La lucha contra el cambio climático es una cuestión global que, como tal, cuesta de arraigar en las luchas cotidianas y en las agendas políticas. Pero, como ha dicho un miembro del colectivo Contra el diluvio, en cuestión de lucha contra el cambio climático, se trata de pasar del tranquilizador “no te preocupes, todo va a salir bien” al movilizador “es complicado, pero hay esperanza si peleamos juntos”. Nos va la vida.

Original en: Africaye

Autor

  • Fernando Díaz es un politólogo madrileño que reside en Barcelona. Es experto en cooperación, África Subsahariana, política internacional y agua. Ha trabajado para Naciones Unidas, también para diferentes ONGD's y como consultor independiente. Desde 2006 escribe en el blog El Señor Kurtz. También le puedes encontrar en su cuenta de Twitter @elsituacionista.

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