Desert Apfelstrudel , por Rafael Muñoz Abad

3/11/2017 | Bitácora africana

Sí, la intersección entre la revelación y lo que el rebaño social califica como disparate se llama oportunidad y su primera derivada puede ser la fortuna. Solitaire o la panadería del desierto con su célebre apfelstrudel o strudel de manzana es la ocurrencia de un tal Cristoffel Van Coller. Un blanco barbudo descendiente de aquellos afrikaners que llegaron a Namibia cuando ni país era más allá de un descampado bajo un infinito cielo añil acuarela. Un espacio en blanco en el mapa bautizado bajo las siglas S.W.A (South west Africa) que acabó siendo la finca del káiser. Un país genérico donde todo es distinto. La idea fue simple: vivir de las ganas de café caliente y tarta de manzana de los que vagan entre las tres localidades costeras de Namibia; Lüderitz al sur y Walvis Baai – Swakopmund al norte en la denominada Costa Esqueletos y sus fríos telones de nieblas costeras.
¿Pero había alguien allí antes de que en 1885 un alemán comprara unos acres de tierra a un jefecillo local y con ello se iniciara la efímera pero intensa aventura colonial alemana? Sí, claro que la había. Hienas, algunos nativos y un par de boers en busca de lo que más les pone: soledad y que el humo de la chimenea del vecino se divise más allá de su colina…y nada ha cambiado desde entonces. Pero esa es otra historia.

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Solitaire fue bautizado como tal por la esposa de Cristoffel, Sophia van Coller, y lo cierto es que no lo pensó mucho pues la encrucijada dista no menos de 300 kilómetros a la redonda de cualquier betún. Una parada obligada para los que vagabundean por la densa soledad del interior de un país que apenas tiene carreteras de asfalto siendo las pistas de grava y sal las varices de la dermis más reseca y vieja del planeta.

Al borde de ese gran cuarto vacío de la arena teja que es el desierto del Namib, Solitaire y sus hornos no paran de cocinar repostería alemana a más de siete mil millas de Múnich…surrealista; Namibia en su máxima esencia. Un lugar mítico en mitad de la nada y es que son precisamente esas las especialidades de un país increíble…cosas inesperadas trufando el vacío. Regalos a ojos del despreocupado y rompecabezas para el racional. Solitaire, como no podía ser de otra manera, tiene su gata tabby y la feroz competencia del repostero del cruce de caminos de Helmeringhausen; unos trescientos kilómetros de pista hacia el sur donde vive el descendiente de algún soldado de la Schutztruppe o cuerpo colonial del káiser que allí se quedó con su esposa y también pensó en hacer tarta de manzana y erguir un hotelito con fachada de Baviera para descanso de los yonkies de la ruta…[Yo], que me he dado buenos atracones de ambos strudel de reineta, necesito otro [más] para deducir con cual me quedo; aunque para disgusto de mi cinto, eso vengo haciendo los últimos cinco años; que pruebas tan arduas me manda el Señor…bajen a Namibia antes de morir.

@Springbok1973

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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