El 15 de abril de este año, 53 nigerianos fueron detenidos en el estado de Kaduna, al norte de Nigeria, por haber querido participar en un matrimonio homosexual. Y el 3 de agosto la policía de Lagos, capital económica del país, detuvo a cuarenta personas acusadas de actos homosexuales. La versión de los detenidos fue que se habían reunido para recibir consejos sobre cómo prevenir el sida, que según la Nigeria Healthwatch padecen el 3.2% de la población, casi tres millones y medio de personas. Siempre este año, el 26 de junio, la agencia France-Press informaba de la intención del gobierno de Tanzania de detener a quienes defendieran a los homosexuales y de expulsar a toda organización extranjera que estuviera de su parte. En el continente africano tan sólo África del Sur, Cabo Verde y la República de Seychelles no criminalizan la homosexualidad. En realidad el estigma social puede hacer sufrir más que la ley, que no siempre se aplica de manera estricta. El de Mauritania es el caso más sorprendente. El artículo 308 del Código Penal de Mauritania afirma: “El varón musulmán adulto que cometiere actos indecentes o un acto ‘contra natura’ con una persona de su sexo, será penalizado con pena de muerte por lapidación pública. Cuando se trate de dos mujeres, serán penalizadas conforme lo establecido en el primer parágrafo del artículo 306 –de 3 meses a 2 años de prisión y una multa de 5.000 a 60.000 uguiyas mauritanas (UM)–”. Y sin embargo Cheikh Sidya, corresponsal en Nuakchot de “m.le360.ma”, sito web marroquí de información, escribía el 16 de diciembre de 2016: “En la práctica, en Mauritania los homosexuales viven en paz, debido a una forma particular de tolerancia en las antípodas de la legislación penal nacional”… “Son más bien marginalizados, a veces despreciados”… “En determinadas circunstancias juegan un papel social, como cocineros en algunas bodas, o encargados de crear ambiente tocando los tambores”.
Los humanos, también los africanos, cuando queremos articular mejor nuestra identidad nos dedicamos a rehacer la historia y los narrativos del pasado. Y también en esto de la homosexualidad los extremos terminan tocándose. Henry Alexandre Junaud, misionero suizo en África del Sur y, como otros misioneros de su generación (murió en 1934), etnógrafo, antropólogo, lingüista y naturalista, defendía en su “Mœurs et coutumes des bantous” que “los raros vicios sexuales observados en África se debían a la influencia colonial”. La universitaria camerunesa Thérèse Kuoh-Moukouri (nacida en 1938), antigua presidenta de la “Unión de Mujeres Africanas y Malgaches” parece estar de acuerdo cuando en “Les couples dominos, aimer dans la différence” escribe “La homosexualidad aparecía como propio de las culturas muy civilizadas y muy refinadas de los pueblos blancos”.
Opinión totalmente distinta es la del joven universitario Charles Gueboguo (nacido en 1979), camerunés como Kuoh-Moukouri y profesor en la universidad de Yaundé, estudioso de la homosexualidad y el sida en África En un trabajo publicado en Socio-Logos, revista de la Asociación Francesa de Sociología, “L’Homosexualité en Afrique: sens et variations d’hier à nos jours”, Gueboguo se expresa sin medias tintas: “La homosexualidad en todas sus formas siempre se ha conocido en África En nuestros días se está haciendo cada vez más visible en las grandes urbes africanas”. Es también la opinión de otro conocido universitario camerunés, Boris Bolt, según un artículo de Le Monde aparecido en mayo de este año: “Antes de la llegada de los colonos la sexualidad era en África múltiple y variada. Existía en algunas sociedades las relaciones con el mismo sexo, pero sin el significado contemporáneo. Con la colonización la heterosexualidad se erigió en norma. Y de ahí la homofobia actual”.
Es significativo el que algunos eclesiásticos africanos condenen la homosexualidad. En 2004 los obispos anglicanos de África mostraron su desaprobación tras la ordenación episcopal del episcopaliano Gene Robinson que se había divorciado de su mujer en 1986 y habiéndose declarado homosexual, vivía con su pareja Mark Andrew. Entre los católicos, el cardenal de Ghana Peter Turkson afirmó en una entrevista a la CNN del 2012 que “las tradiciones africanas protegen de la homosexualidad y de la pedofilia”. Y el cardenal Robert Sarah, con su franqueza habitual, explicaba hace dos años: “Si un prelado se opone a la revelación, es su problema. Pero nosotros seguiremos afirmando cómo Dios entiende la homosexualidad. Lo que no quiere decir que no tengamos que acompañar pastoralmente a esas personas”. Un tono parecido fue ese mismo año el de los obispos metodistas, cuyo portavoz John K. Yambasu, obispo de Sierra Leone recordaba que “desde 1972 El Libro de Disciplina sostiene que la práctica de la homosexualidad es incompatible con la doctrina cristiana”.
Se suele hablar de la “Madre Iglesia”, pero también ésta, “encarnada” como lo fue Jesús, es también “hija” de su tiempo. En el siglo XIX, junto con el Evangelio, los misioneros llevaron a África el espíritu de la Modernidad occidental que desde el XVI había dominado en Europa y en las iglesias europeas. La Naturaleza, incluida la del hombre, era concebida como algo objetivo, por no decir inmutable, cuyas reglas y funcionamiento intentaban descubrir los científicos. Solo que fue precisamente en ese mismo siglo cuando Marx defendió que la naturaleza del hombre variaba según las circunstancias, y Darwin expuso que la naturaleza de todos los vivientes está en constante evolución. En adelante el “contra natura” heredado de la Modernidad no tiene sentido. Y eso es algo que no ha calado todavía del todo en nuestras sociedades contemporáneas y menos aún en la mente de nuestros eclesiásticos, sean estos africanos o europeos.
En enero de este año el National Geographic publicó un número extraordinario: “Género. La Revolución”. De su lectura se desprende que el hombre andrógino, la mujer lesbiana, el hombre transgénero, etc., no son rarezas “contra natura” sino excepciones necesarias que confirman el que mayoritariamente seamos heterosexuales, sin apellidos añadidos. “Excepciones necesarias” porque a través de ellas la naturaleza muestra su vitalidad y su diversidad. Hasta es posible que en la evolución a largo plazo de la naturaleza humana, especialmente en los aspectos sociales de la misma, algunas de esas excepciones aparezcan en el futuro como pioneras de dicha evolución. ¡Qué pobre sería nuestra humanidad sin las “excepciones necesarias” de Leonardo da Vinci, Michelangelo, Oscar Wilde, Elton Jhon, y tantos otros!
En enero de 2014 el escritor keniano Binyavanga Wainania se convirtió en la primera figura pública africana de alto nivel en declararse gay. Esperemos que no sea la última, aunque como en el resto del mundo nunca serán muchas. También África tiene necesidad de lo mucho que pueden contribuir a su desarrollo humano las “excepciones necesarias”.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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