Desbocados a lomos del capricho somos la infantería de una sociedad infantil e irresponsable que se alimenta del deseo de estar tecnológicamente a la última. Hemos creado una gárgola que vomita ya tanta basura electrónica que su exportación se ha convertido en un lucrativo negocio. ¿De veras creen que su móvil se recicla?; acaba revendido en las calles de Dakar o Lagos. No sean ilusos, lo único que se recicla es nuestra ansia por lo nuevo cuando lo viejo ni a maduro llegó. Los operadores de color orange exportan lo que ya no queremos al Africa francófona y los vodaf a Nigeria. Lagos esconde el mayor mercado de electrónica desechada de Africa. Un secreto que las grandes compañías guardan para no hacernos sentir mal aunque nuestra moral está ya tan prostituida que igual daría.
El Congo-Kinshasha es el corazón físico y emocional del Africa negra. Un estado mayor que Europa occidental que apenas genera noticias; no interesa. Pasé una semana en Pointe Noire y me bastó para entender porqué el vasto estado africano es la despensa del mundo: diamantes, madera, metales, petróleo… De ser sangrado por los belgas, que fueron los fox terrier de la colonización, pequeños pero matones, a sufrir la tiranía de Mobutu y su gorrito de leopardo que en Zaire lo rebautizó para ejemplarizar el desfalco vestido de tribalismo, al actual y brutal saqueo que China hace del país. Definir el estado actual del Congo es incierto. Fuera de Kinshasha reina la anarquía y al este del país, concretamente la rica región del Kivu, a la ribera de los Grandes lagos, se encuentra el filón del llamado oro gris o Coltán; la materia prima que hace funcionar nuestra electrónica.
Fuente Fotografía http://www.htxt.co.za
Las firmas de telefonía, al igual que el mayorista del diamante De Beers, se cuidan mucho de verse salpicadas por la explotación de menores. Lo cierto es que la pulcra imagen de “la manzana mordida”, entre otras muchas firmas, viene a esconder un reguero de mierda y sangre bien disimulado. ¿Pero cómo se exporta el Coltán a las fábricas? Christ tiene trece años y no va a la escuela; si fuera no comería. En regimen de semiesclavitud y vestido en harapos, trabaja en un bancal de sol a sol arrancándole con sus minúsculas manos, que deberían estar sujetando un libro, pegotes de fango trufados de unas piedras grises a las entrañas de la madre Africa. Entrega su cosecha a un capataz que es mejor sea mudo; un rufián escuálido de ojos acuosos en el color manzanilla de la mariguana que vestido con pantalones de tergal y unos mocasines negros embarrados, hace de enlace con el primer señor del oro gris: un valenciano que un día fue a por tabaco y “casualmente” acabó aquí. El saquete de Coltán que Christ llenó llega por carreteras enfangadas hasta Goma, capital del Kivu y ciudadela sin ley donde si tienes dinero hay de todo. Aquí se tasa para ponerlo a disposición de una maquiavélica operación de lavado administrativo que deja por el camino un rastro de sobornos y violencia.
El Congo sufre la sangría de una serie de estados garrapatas denominados así por su minúsculo tamaño, siendo el más dañino de ellos Rwanda. La llamada Suiza africana no produce absolutamente nada y se ha convertido, gracias a las donaciones internacionales y a no parar de llorar por la carnicería hutu – tutsi, en un hub financiero local. Rwanda exporta el Coltán que “legalmente” en lo ilegal llegó procedente del Congo y cruzó la frontera bajo el permeable salvoconducto de la corrupción generalizada. Tras una tupida capilarización de intermediarios y una pesadilla administrativa de certificados que ejemplarizan el dicho de que el papel lo guanta todo, hasta la sangre que es tinta roja, el Coltán sale hacia China y otros sitios que no citaré. El oro gris que llega a la factoría de la “manzana mordida” lo hace ahora procedente de un país que no sufre guerra civil y cuya extracción no es sospechosa de financiar conflictos armados; la desfachatez de los fabricantes no tiene límite y presumen de un producto final fabricado con Coltán limpio de sangre. Pero volvamos al Congo. El lucrativo negocio ha transformando al Kivu en un estado al margen del control estatal. La corrupción esta institucionalizada y todo tiene un precio. Goma está repleta de buscavidas, traficantes y oportunistas que invierten miles de dólares para multiplicar la ganancia al vender Coltán de contrabando. A su vez, los alrededores son taifaratos gobernados por facciones armadas y milicias de fortuna contratadas para pasar el mineral a la vecina Rwanda; tampoco no faltan los chicos malos en forma de ex militares franceses y sudafricanos blancos con amiguetes en la city londinense para ayudar a vender las partidas cuando la cotización en bolsa sea la mejor. Un reparto digno de La Republica de los Pordioseros de Le Bris.
¿Y qué puede hacer el consumidor? Apelo a un consumo responsable de tecnología que no avive la fragua del tráfico del Coltán; ¿es necesario plegarse al ofrecimiento de los operadores – implicados en este cruel negocio – de cambiar de móvil cada año? Respondeos vosotros mismos…
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