En medio de la violencia ciega que azota a la República Centroafricana, a veces surgen luces que son pequeñas victorias contra el mal. Eso pensé cuando ayer (25 de junio) acudi a la oración de fin del Ramadán en la mezquita de Mali Maka, situada en el quinto distrito de Bangui. Alrededor de 400 fieles musulmanes celebraron la fiesta de Eid-Al-Fitr en el terreno de uno de los muchos lugares de culto destruidos en Bangui durante innumerables enfrentamientos inter-comunitarios. La ceremonia estuvo marcada por la reconciliación entre vecinos de ambas religiones.
Antes de la crisis, en 2013, vivían unos 20.000 musulmanes en el quinto distrito de la capital, uno de los más cosmopolitas. Los combates entre partidarios de la Seleka y de los anti-balaka destruyeron muchos de sus barrios y terminaron con una verdadera limpieza étnica que expulso a todos los musulmanes, muchos de los cuales se refugiaron en el vecino distrito tercero que alberga el enclave musulmán del Kilometro Cinco. Hasta el año pasado, un musulmán que viviera allí no se atrevía a poner el pie en el quinto distrito. A finales de 2016, en la MINUSCA empezamos a apoyar algunos intentos tímidos de asegurar la libre circulación y el dialogo entre ambas comunidades. En enero, varios residentes del quinto formaron un comité para ayudar a sus antiguos vecinos musulmanes a volver a sus casas, muchas de las cuales fueron completamente destruidas. Tras muchas jornadas de sensibilización y reuniones de dialogo, hoy hay ya unas 40 familias musulmanas que han podido regresar a sus hogares en el quinto distrito sin ningún temor.
En medio de este proceso de paz, la rehabilitación de las mezquitas destruidas ha sido siempre un tema muy delicado. Por razones que se me escapan, la de Mali Maka siempre ha tenido un valor muy especial para los musulmanes. A finales de enero de este ano me di cuenta de cómo este tema levantaba ampollas cuando organizamos una limpieza comunitaria de los terrenos de dos mezquitas un sábado por la mañana. En una de ellas no pudimos hacer nada porque unos cien jóvenes se presentaron armados de palos, machetes y piedras para impedirnos trabajar. Conseguimos, no obstante, limpiar la mezquita de Mali Maka, pero con mucha tensión, ya que los jóvenes exaltados se situaron a una cierta distancia y estuvieron todo el tiempo gritando que no querían que los musulmanes volvieran a sus barrios. Después de aquel incidente, nos dimos cuenta de que había mucho trabajo que hacer para sensibilizar a la población y sobre todo escuchar, ya que muchos de los cristianos del quinto distrito perdieron a sus familiares a manos de milicias armadas de musulmanes, y aun les resulta difícil hacerse a la idea de que sus agresores fueron una minoría y de que la mayor parte de sus antiguos vecinos son personas pacíficas.
Por fin, hace una semana, un comité de musulmanes antiguos vecinos del quinto distrito, decidieron que ya era hora de empezar a rezar en Mali Maka. Fueron seis días de trabajo para retirar escombros, nivelar el terreno, construir una estructura con una lona… y sobre todo de realizar un dialogo muy intenso con los jefes de barrio, el comité de retorno, y sobre todo los antiguos combatientes anti balaka presentes en el quinto distrito. Su líder tuvo la sensatez y la valentía de nadar contra corriente y declararse desde el principio a favor de la rehabilitación de la mezquita. Ayer, al final de la oración de fin del Ramadán, pronuncio un discurso que hizo saltar las lágrimas a más de un asistente, en el que dijo claramente que es hora de pasar la página, de que cada uno pida perdón por el mal que ha hecho a los demás, y de reconciliarse.
Llevo en África algo más de 25 años y siempre me ha sorprendido la capacidad que suelen tener los africanos de reconciliarse con rapidez cuando aún no ha pasado mucho tiempo desde que se enfrentaron para matarse. Yo no salía de mi asombro de ver a cientos de musulmanes, vestidos con sus mejores galas de fiesta, pasar del tercer distrito al quinto sin ningún problema, saludando por el camino a sus antiguos vecinos con los que sin duda fueron juntos a la escuela y jugaron al futbol y con los que también, entre 2013 y 2015, se hicieron mucho daño. Vi a muchos musulmanes, especialmente los más ancianos, derramar lágrimas de emoción por poder rezar en el lugar donde fueron a la escuela coránica de niños y que representa para ellos su punto de referencia como identidad.
Después, por la tarde, pase por el mismo lugar, y vi a varios jóvenes musulmanes y cristianos comiendo juntos y bailando a la entrada de la mezquita. Hoy, lunes 26, jornada festiva en Bangui, en otro barrio cercano algunos antiguos combatientes anti-balaka y Seleka tienen también previsto jugar un partido de futbol y celebrar juntos una fiesta para poner fin a las celebraciones del fin de Ramadán.
En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, en los que parece que cada vez son menos los que creen en el dialogo y la convivencia entre cristianos y musulmanes, tanto en África como en nuestros propios países europeos, consuela ver que, a pesar de todo, quedan todavía lugares donde muchos realizan esfuerzos por romper barreras y vivir juntos. En mis encuentros con las dos comunidades, yo suelo repetir la frase lapidaria que el Papa Francisco pronuncio durante su visita a la mezquita central de Bangui a finales de noviembre de 2015: “Cristianos y musulmanes somos hermanos, y debemos tratarnos como hermanos”. Tan sencillo y al mismo tiempo a veces tan difícil de hacerlo realidad.
Originel en : En clave de África