Marruecos es ese país al otro lado del estrecho, ese lugar desde donde la gente se mete en pateras para cruzar a Europa, lugar cargado de prejuicios y estereotipos y que miramos recelosos desde esta orilla del Mediterráneo. La frontera más desigual del mundo, con conflictos enquistados y donde la sociedad musulmana convive con la apertura occidental que trae el turismo.
Curiosidad, interés por conocer cómo es la realidad de ese país, cómo se vive allí, cómo es su gente, sus costumbres… Esta ha sido la idea que me ha movido a conocer Marruecos. Una pequeña aproximación para descubrir que en muchas cosas no es tan distinto a España. Marrakech, Aït Ben Addou y la ruta de las Kasbahs, La garganta del Dades, el valle con sus palmerales y la garganta de Tudra, el Valle de las Rosas, El Hollywood marroquí de Ouazarzate, y acabar haciendo noche en las dunas de Erg Chebbi en Merzouga (más información de esa excursión aquí).
Marrakech es una ciudad bulliciosa y caótica. Está en continuo crecimiento y se pueden ver barrios nuevos que se van construyendo en la periferia, de adosados y jardín o de edificios de dos y tres alturas. Llama la atención el aeropuerto, nuevo y aséptico, como un decorado de película con las avenidas que conducen hasta allí perfectamente asfaltadas e iluminadas, que contrastan con el centro de la ciudad, mal alumbrado y lleno de ruido y gente. La ciudad es roja, del color de la arcilla, y sobre todos los edificios destaca el minarete de la Koutoubia, la mezquita que es el símbolo de la ciudad. Los ruidos y sonidos de la ciudad te guían como un mapa sonoro.
Es un lugar concurrido todo el día, pero que por la noche se transforma y se llena de ruido, gente, animales y vida, un poco agobiante. De allí parten los zocos, esos laberintos orientales con sus estrechas callejuelas donde se puede encontrar cualquier cosa: desde imitaciones traídas de China a especias, artículos de cuero (las famosas tenerías marroquíes), lámparas o comida.
Cerca de la Plaza (como punto de referencia para moverse por la ciudad) están la Madrassa de Ben Yussuf, las Tumbas Saadíes, el Palacio del Badí y diferentes monumentos donde coinciden turistas de todas las nacionalidades y estilos, desde mochileros a grupos de amigos de viaje o familias con niños pequeños. Aquí comparten la calle vehículos de lo más variado: carros de caballos, motos, bicicletas, burros con las alforjas cargadas o taxis. Mujeres cubiertas con el velo islámico, niños jugando en los soportales, turistas en tirantes y pantalón corto despistados mirando un mapa, hombres con chilaba…y gatos, muchos gatos.
Marrakech es una ciudad para vivirla con los sentidos, si te animas, cierra los ojos y escucha los sonidos de la Plaza Jemaa El Fna (ver original
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¿Los oyes? Estás paseando por la Plaza. Notas el olor a comida, a especias, a cuero curtido, a orines en las callejuelas o a jazmines en los patios, el sabor dulzón del té marroquí con hierbabuena o menta, el ruido del claxon de las motos y las voces en diferentes idiomas que se mezclan con el sonido de la flauta de los encantadores de serpientes o el ritmo continuo de los crótalos bereberes.
Los colores de los tejidos y alfombras bereberes o de los montones de especias en los puestos del zoco. El tacto de la decoración de yeso que hace infinitas figuras vegetales, o del agua fresca de alguna fuente. En los minaretes y en los muros más altos, es muy frecuente encontrar cigüeñas y puntualmente cada día, rompen la monotonía las cinco llamadas a la oración para los musulmanes.
(ver original)
Descubrir Marrakech es sumergirte en un ambiente que parece medieval o anclado en el tiempo, un mundo lejano y exótico donde conviven diferentes culturas.
Original en : Soplalebeche