Conflicto y postconflicto en Ruanda (1990-2017) (parte 2/6)

28/03/2017 | Crónicas y reportajes

2) Guerra civil 1990-1994

Ruanda entra en un periodo especialmente confuso y muy difícil de definir: se vive un clima de guerra civil con episodios de guerra abierta, de guerra larvada, de treguas, de negociaciones, de rupturas de treguas y negociaciones, de presiones internacionales que empujan a las partes en conflicto a la cesión y al acuerdo. Voy a señalar brevemente algunos factores que me parecen importantes para entender cómo los acontecimientos avanzaron paso a paso hacia el abismo:

– Una tarea imposible: la democratización del sistema en un contexto de guerra

El régimen ruandés se ve obligado, tanto por exigencias internas como por presiones de la comunidad internacional (Mitterrand advirtió a África que la época de los partidos únicos había finiquitado y que la ayuda occidental iba a quedar condicionada a la implantación de procesos democratizadores), a abrir el espacio al pluralismo político: legalización de los partidos opositores. El hasta ahora partido único, el MRND, al que todo ruandés debía pertenecer (el Partido-Estado), tuvo que transformarse; nacieron y se desarrollaron otras fuerzas como el Partido Democrático Republicano (MDR) que se presentó como heredero del partido protagonista de la emancipación de los hutu en los años 1960, especialmente implantado en el centro del país y marginado por los hutu del norte; el Partido Socialdemócrata (PSD), el Partido liberal (PL), el Partido Demócrata Cristiano, por citar los más importantes. Todos estos partidos nuevos se caracterizaron por su oposición al régimen de Habyarimana, sin que la pertenencia étnica jugara un papel relevante en su composición (varios de ellos se definían explícitamente como inter-étnicos). Ya queda dicho que encontraron en el FPR y su actividad militar un aliado con el que colaboraron políticamente en pos de un cambio democrático en Ruanda. Es evidente que gestionar y articular la pluralidad política (libertad de asociación, manifestación, reunión, de prensa, etc.) es una tarea imposible en un contexto de guerra en el que el esquema amigo / enemigo se impone inevitablemente.

– Un conflicto político interno al sistema mismo (rivalidades regionales, pugnas por el reparto del poder) y su deriva fatal hacia un conflicto étnico, expresión del antagonismo hutu-tutsi.

En el transcurso de estos tres años y medio que van desde la invasión tutsi de octubre de 1990 hasta abril de 1994, se produce una transformación total de un conflicto estrictamente político (democratización, lucha por el poder, etc.) en un conflicto étnico, expresión renovada del antagonismo tradicional hutu-tutsi. La crisis del régimen de Habyarimana tenía su origen en el acaparamiento del poder y de las prebendas anexas al mismo por parte de las elites del norte (Gisenyi y Ruhengeri) en detrimento del centro (Gitarama) y del sur (Butare). Los nuevos partidos eran la expresión de este descontento, de ahí que la mayoría abrazaran en principio la irrupción del FPR con cierto entusiasmo, ya que fragilizaba el poder absoluto del régimen. Conforme fue pasando el tiempo, estos partidos se escindieron en dos tendencias o corrientes: una se mantuvo fiel a la colaboración con el FPR y la otra, cada vez más numerosa, comprobó que los designios del FPR no eran la instalación de una democracia pluralista sino que la opción militar, tomar el poder por la fuerza, era la estrategia elegida; por ello, esta segunda tendencia fue alejándose del FPR y acercándose a Habyarimana.

Otro factor determinante en esta deriva fue el asesinato en octubre de 1993 del presidente burundés Melchior Ndadaye, hutu del FROBEDU, elegido en junio en las primeras elecciones democráticas del país vecino (con una composición demográfica-étnica muy similar a la de Ruanda, pero que mantuvo la hegemonía de la minoría tutsi después de la independencia). La confrontación étnica estaba servida.

– Represalias contra tutsi del interior y asesinatos selectivos.

La inesperada invasión desde Uganda del FPR produjo en Ruanda una auténtica conmoción. La primera y torpe reacción del gobierno fue la inmediata detención y encarcelamiento de centenares de personas (hutu y tutsi) presuntas colaboradores con los invasores (entre ellas el sacerdote-periodista André Sibomana, uno de cuyos libros tuve el gusto de traducir en 1998). Quiero destacar, sin embargo, que volvieron a repetirse desdichadamente las represalias populares, más o menos inducidas por el poder, contra las poblaciones tutsi del interior. Cabe recordar que en el pasado, en los años 1960, cada vez que los tutsi del exterior atacaban Ruanda, eran los del interior, en la inmensa mayoría de los casos ajenos a las operaciones de agresión, los que “pagaban el pato”. Esta realidad no podían ignorarla los dirigentes del FPR, esto es, que su agresión iba a producir inevitablemente represalias indiscriminadas contra las gentes cuyos derechos el FPR decía defender. Al parecer, la ONU recibió meses antes de la explosión de la tragedia un informe secreto en el que se afirmaba que en el supuesto de que se produjera algún hecho o atentado especialmente grave, la catástrofe en vidas humanas podría ser tremenda. Los asesinatos de algunos prestigiosos líderes hutu opositores críticos con el régimen y al mismo tiempo progresivamente distanciados del FPR, no hicieron sino exacerbar las tensiones, más cuando, después de haber adjudicado su muerte al poder, la sospecha de que los asesinatos fueron obra del FPR fue abriéndose camino y quedó confirmada. En este contexto de violencia fue asesinada la italiana Tonia Locatelli, a la que conocimos en 1989, en Nyamata, por militares de un campo cercano porque, al parecer estaba informando de cuanto sucedía creo que a la BBC.

– Desplazamiento de poblaciones hutu del norte

Otro factor que influyó grandemente en el aumento de las tensiones sociales y en el deslizamiento imparable hace un conflicto de carácter fundamentalmente étnico, fue el hecho del desplazamiento forzado de miles de ruandeses hutu de las zonas ocupadas por el FPR y de su instalación en campos improvisados no lejos de la capital. Sus relatos de “cómo el FPR se las gastaba con la población hutu” de la zona de Byumba no hacían sino corroborar la tesis de que su objetivo no era precisamente la liberación del país sino la conquista del poder. Los fantasmas de un pasado de subordinación y explotación de los hutu por parte de la aristocracia tutsi volvieron a tomar cuerpo en las conciencias de mucha gente. El reclutamiento de muchos jóvenes en las filas de las milicias interahamwe, “mano de obra” dispuesta a todo, en estos campos de desplazados fue una tarea sencilla.

– Acuerdos de Arusha y reticencias de unos y otros en su aplicación.

Como he señalado anteriormente, en estos años, además de episodios de enfrentamientos directos y sabotajes, se produjeron reuniones entre contendientes, diálogos, treguas (salpicadas con rupturas periódicas de las mismas). La presión de la comunidad internacional para que se acordara una salida a la crisis fue muy grande; podría decirse que unos y otros acudían arrastrados y llevados por la oreja a la mesa de negociación. Un resultado de las negociaciones fue la composición de un gobierno en el que se incorporaron personalidades de los partidos opositores, empezando por el puesto de primer ministro. La tarea de gobernar un país en guerra y al mismo tiempo en proceso de negociación con el FPR, en medio de disputas en el interior mismo del gobierno entre tendencias y ambiciones opuestas se convirtió en un ejercicio casi imposible. Se llegó, sin embargo, a un acuerdo definitivo en agosto de 1993 tras numerosas sesiones en Arusha, Tanzania. El gobierno previsto, de amplia base, tardó en constituirse. Las tensiones internas entre quienes consideraban que se había cedido en exceso a las pretensiones del FPR y entre quienes consideraban los acuerdos insuficientes no desaparecieron, antes al contrario.

– Asesinato del presidente Habyarimana, el 6 de abril de 1994. Se desencadena el genocidio contra los tutsi y eliminación de hutu opositores, calificados de “moderados”.

habyarimana-ntaryamira-jetfalcon50.jpgEn el contexto descrito sucintamente en párrafos anteriores, se produjo el 6 de abril, el atentado que desencadenó el genocidio. El presidente Juvénal Habyarimana y su equipo más próximo regresaban de Dar-es-Salaam de una reunión con los líderes regionales para tratar precisamente de asuntos relativos a la pacificación y distensión; iba acompañado del presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira. Cuando el avión se prestaba a aterrizar en Kigali fue derribado por un misil. Todos los ocupantes, también la tripulación francesa, perecieron. Eran cerca de las 20,30 h. La respuesta a la pregunta de ¿Quién o quiénes fueron los responsables del atentado? es sin duda alguna clave para aclarar y a su vez repartir las responsabilidades políticas y penales de cuanto se desencadenó posteriormente. La misma Carla del Ponte, fiscal general del Tribunal Penal Internacional para Ruanda, lo reconoció explícitamente cuando afirmó que la historia del genocidio adquiriría una distinta significación y se escribiría en términos diferentes a los aceptados comúnmente si se demostrase que el atentado y asesinato de Habyarimana había sido obra del FPR. La verdad “oficial”, extendida inmediatamente por los medios (aquí habría que señalar como agente activo de esta versión a Colette Braeckman, prestigiosa periodista de Le Soir y Le Monde Diplomatique; versión reproducida por nuestros medios) y defendida aún ahora por el FPR, fue que el atentado había sido perpetrado por los duros (los ultras) del régimen, descontentos con las cesiones acordadas al enemigo tutsi; era en una operación perfectamente pensada para, tras adjudicar la muerte de Habyarimana a los tutsi, enardecer a las masas populares y ejecutar la venganza – genocidio – planificada en los despachos desde hacía tiempo. Esta versión, insisto, fue la que se impuso y se asumió como la verdad, aunque resultaba de todo modo incongruente: que los propios partidarios de Habyarimana eliminaran a la personalidad que aglutinaba y simbolizaba el poder hutu y que además se eliminara a personalidades que podrían sustituirle en el liderazgo. Resulta incomprensible que, de ser cierta la hipótesis de que Habyarimana fue eliminado por el propio sistema, no se hubiera previsto un relevo inmediato; lo que se produjo fue un enorme desconcierto y desbarajuste. Por otro lado, la conmoción que produjo el genocidio tutsi impedía evocar la simple posibilidad de que el FPR, organización mayoritariamente tutsi, hubiera podido decidir cometer un atentado que, previsible o inevitablemente, iba a desencadenar y conducir a la muerte atroz de miles de personas pertenecientes a la misma familia étnica.

Hubo otra respuesta, a mi juicio ajustada a la realidad, a la pregunta sobre los autores del atentado presidencial: sólo el FPR estaba interesado en la desaparición de Habyarimana; los inspiradores y ejecutores del atentado había que buscarlos en el FPR y endosarles este crimen, que resultó ser el desencadenante del horror, de los asesinatos indiscriminados y en masa de miles y miles de tutsi (hombres, mujeres, ancianos, niños) y de hutu, tildados de colaboradores con el FPR y por ende traidores a la causa hutu. El caso es que ninguna institución mundial independiente puso empeño en investigar y conocer la verdad, a pesar de que en el atentado, más allá de las terribles consecuencias que provocó, murieron dos Jefes de Estado. Uno no puede menos que preguntarse por los ocultos intereses que escondieron esta indiferencia y silencio de la comunidad internacional. En años posteriores a 1994 la tesis que apuntaba hacia el FPR como perpetrador del atentado ha ido adquiriendo fuerza en la opinión pública internacional, causando incomodidad e irritación en el poder actual en Kigali. Ya en 1998, James Gasana, que fue hasta julio de 1993 ministro de defensa de Ruanda en el gobierno ruandés, defendía la autoría del FPR, basándose tanto en argumentos de lógica política como en el hecho de que el ejército ruandés no disponía de misiles Sam, utilizados en el derribo del avión, y mucho menos de personal capacitado en el manejo de estos artefactos. Un exteniente del FPR, Abdoul Ruzibiza, exiliado en Noruega o Suecia, escribió un libro RUANDA HISTORIA SECRETA, en el que, entre otras cosas, explicó con pelos y señales la preparación y ejecución del atentado. Me decidí a traducir este libro cuya edición en francés había sido promovida e impulsada por dos expertos, Claudine Vidal y André Guichaoua, nada favorables al régimen de Habyarimana y, a mi juicio, de probada honestidad intelectual. Mi traducción al español no se publicó porque Ruzibiza, acosado y amenazados él y su familia por los servicios secretos ruandeses se retractó. Gravemente enfermo comunicó a C.Vidal y a A.Guichaoua que se había sentido obligado a retractarse y que mantenía plenamente el contenido de su libro. La cuestión de la responsabilidad directa del FPR en el derribo del avión presidencial y asesinato de Habyarimana ha aparecido periódicamente en boca de altos dirigentes del FPR disidentes y exiliados. En este sentido, se puede destacar que los tribunales franceses han reabierto el dossier del atentado, no olvidemos que la tripulación del avión era francesa, ya que el exgeneral ruandés Kayumba Nyamwasa, exiliado en Suráfrica y antiguo Jefe de Estado mayor del ejército del FPR y exjefe de los servicios secretos, comunicó a Francia su decisión de declarar ante el tribunal cuanto sabía sobre el atentado. Varios años antes, el juez Jean-Louis Burguière, a instancias de la familia de los tripulantes, realizó una instrucción muy incómoda para el régimen; el asunto quedó congelado (Sarkozy, presidente, quiso evitar roces con Kigali), el sustituto de Burguière, Marc Trévidic, prosiguió la investigación. Ante la apertura de nuevas diligencias judiciales que apuntaban al FPR, el gobierno ruandés amenazó (de nuevo) con romper las relaciones diplomáticas con Francia y nuevamente acusó a los franceses de haber participado activamente en el genocidio contra los tutsi. La controversia sigue abierta y en estos últimos meses la contraofensiva del régimen de Kigali en influyentes medios franceses ha sido feroz.

Si me he detenido en esta cuestión, es porque considero que uno de los puntos esenciales para esclarecer la verdad es el de la responsabilidad en el genocidio posterior de quienes idearon y ejecutaron el magnicidio desencadenante del mismo.

Ramón Arozarena

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Autor

  • Catedrático de Francés, jubilado.

    Cooperante con su mujer en Ruanda, como profesores de la Escuela Normal de Rwaza, de 1969 a 1973.

    Coordinador de la red de escuelas primarias en los campos de refugiados ruandeses de Goma (Mugunga, Kibumba, Kahindo y Katale), en 1995, con un programa de Caritas Internacional.

    Observador – integrado en las organizaciones de la sociedad civil congoleña – de las elecciones presidenciales y legislativas de la República Democrática del Congo, en Bukavu y en Bunia, en julio y octubre de 2006.

    Socio de las ONGDs Nakupenda-Áfrika, Medicus Mundi Navarra y colaborador de los Comités de Solidaridad con África Negra (UMOYA).

    Ha traducido al castellano varios libros relativos a la situación en Ruanda.

    Ha escrito y/o traducido para CIDAF (Ahora Fundación Sur) algunos cuadernos monográficos sobre los países de la región de los Grandes Lagos.

    Parlamentario por Euskadiko Ezkerra, entre 1987-1991, en el Parlamento de Navarra.

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