Esperanza de vida: 24 horas, renovables , por José Carlos Rodríguez Soto

24/03/2017 | Bitácora africana

“Esperanza de vida en la República Centroafricana: 24 horas, renovables”. Así reza un chiste, con retazos de humor macabro, que circula entre los habitantes de Bangui, por lo menos entre los que uno podría considerar como más ilustrados y que utilizan las redes sociales. Por desgracia, no andan muy descaminados.

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He vuelto a encontrarme con el chascarrillo en numerosos comentarios de Facebook a la reciente publicación del Informe Mundial sobre la Felicidad (World Happiness Report) de 2017,. Lo publica el United Nations Sustainable Development Solutions Network. Este ranking de 155 países se basa en seis criterios: ingresos económicos, esperanza de vida, apoyos en caso de dificultades, generosidad, libertad y confianza, entendida esta última como la ausencia de corrupción en negocios y en política. Según el informe de este ano, el país mas feliz del mundo es Noruega, seguido por Dinamarca, Islandia, Suiza y Finlandia. En España, con un honroso puesto número 34, no estamos muy mal.

En el último puesto de esta lista se encuentra… la República Centroafricana, que ocupa el vagón de cola junto con Burundi, Tanzania, Siria y Ruanda. Personalmente, me ha sorprendido poco, ya que en todos los informes sobre felicidad en el mundo, desde 2012, siempre ha aparecido como el país más triste del mundo.

Me permito sacar varias conclusiones al respeto: en primer lugar, como ya hemos dicho en numerosas ocasiones en este blog, convendría acabar con el mito repetido –incluso de forma irresponsable- de que “en África son pobres pero felices”. Sin negar que en muchos lugares del continente africano uno puede encontrarse con un gran calor humano y con más sencillez de vida que en el mundo occidental, es de sentido común pensar que una persona que no tiene acceso a cuidados médicos, que no puede enviar a sus hijos a la escuela, que come una vez al día de mala manera, que no tiene empleo y que vive en un país bajo una dictadura y con la violencia a la vuelta de cada esquina está muy lejos de vivir una existencia feliz. En África, en España y en China. Y punto. Los seres humanos nos parecemos mucho más de lo que a veces pensamos.

Este estudio desmonta otro mito bastante común: el que afirma que en Europa hemos perdido el sentido comunitario y que nos hundimos en el individualismo más atroz, en contraste con una sociedad africana supuestamente armoniosa donde prima la comunidad. También aquí hay que matizar mucho, puesto que uno de los factores que ha colocado a Noruega en el primer puesto de la felicidad en el mundo es su fuerte sentido de la comunidad. Además, en África hay mucho más individualismo de lo que nos imaginamos y lo que se llama sentido comunitario muchas veces no es sino presión para que un miembro se doblegue al criterio de los que tienen más poder. He vivido –al menos más de año y medio- en cuatro países africanos y estoy acostumbrado a ver familias donde cada miembro come a una hora distinta y solo (y cuando comen juntos, es los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres), situaciones en las que el hombre cambia de mujer cada pocos años como de camisa dejando como efectos colaterales de sus aventuras de vagabundeo sexual un rastro de niños que crecerán en ambientes desestructurados, parientes que se odian a muerte por un miserable trozo de tierra en el pueblo, y fragmentación sin fin de comunidades, en las que todos se miran con desconfianza. En Bangui, donde vivo, cuando voy al barrio musulmán estoy acostumbrado a oír de mis vecinos –cristianos, o por lo menos no musulmanes- consejos apremiándome a no aceptar nunca una invitación a comer o a tomar una taza de te debido a supuestos temores de que me puedan envenenar.

Yendo a situaciones más concretas en la República Centroafricana, aquí la infelicidad se ve, se oye y se huele en todas partes. Hablo de la capital, Bangui, que es lo que conozco, y que después de todo vive una situación mucho más estable que el resto del país donde las bandas armadas campan por sus fueros y matan y saquean a diario. Aquí la mayor parte de la gente come una vez al día, el único transporte publico disponible son las temibles moto taxis (hay un promedio de 20 accidentes al día, casi siempre con unas tres muertes diarias), un tercio de los niños no van a la escuela, si uno cae enfermo el tratamiento médico le puede costar el equivalente de su sueldo mensual… eso si uno tiene la suerte de tener un trabajo, ya que el desempleo juvenil se calcula en un 90%, y muchos miles de personas luchan por reconstruir sus casas destruidas en sucesivas oleadas de violencia después de que el gobierno decidiera desmantelar los campos de desplazados. Tal vez la estampa más desoladora sea pasearse por el centro la ciudad al caer la noche y ver calles desiertas por las que vagan grupitos de niños desarrapados que duermen en las aceras. Nada más lejos de una estampa feliz. Y si vamos a la situacion global del pais, de sus cuatro millones y medio de habitantes, cerca de medio millon siguen viviendo como refugiados en paises extranjeros y alrededore de 400.000 son desplazados internos, muchos de los cuales han perdido sus hogares y a sus seres queridos.

Naturalmente, no se puede poner a todos los países africanos en el mismo saco, y entre las 55 naciones del continente hay de todo. En Uganda, donde viví 20 anos, he conocido a numerosos jóvenes que regresaban de realizar estudios en Europa o en Estados Unidos, contentos de tener un empleo en su país que les ofrecía un sueldo decente y posibilidades de comenzar una familia en un ambiente tranquilo, y también mujeres que comenzaban su negocio de gallinas ponedoras que les proporcionaba ingresos para enviar a sus hijos a la escuela sin problemas. Hay países –como Ghana, o Senegal, o Botsuana- en los que sus habitantes no son precisamente ricos, pero donde al menos nunca han tenido que sufrir una guerra o una sucesión interminable de dictaduras, y en los que las riquezas del país sirven para que el Estado ofrezca servicios básicos a sus ciudadanos, que viven de forma modesta pero más o menos digna.

La República Centroafricana tiene, entre muchos otros, un elemento determinante sin el cual un ser humano no puede ser feliz ni albergar ninguna ilusión: la total falta de perspectivas de futuro. Desde su independencia, en 1960, ha tenido al menos diez golpes de Estado, una sucesión interminable de guerras civiles y rebeliones alentadas por poderes extranjeros, además de dirigentes deshonestos que solo han ocupado el poder para llenarse los bolsillos y que nunca han tenido ningún interés en unir a la población y dar un sentido de la esperanza. En un lugar así, es muy difícil ser feliz y hacer planes, sobre todo cuando uno sabe que la esperanza de vida es… 24 horas, renovables (a veces).

Original en : En Clave de África

Autor

  • (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

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