No habrá fin para el conflicto en Sudán del Sur : se teme que la lucha continúe con la próxima generación

18/01/2017 | Crónicas y reportajes

David Salah se encuentra en el lado sur de Sudán del río Kaya. Un puente de madera lo separa de Busia, un cruce fronterizo en Uganda. Lleva un jersey negro y rojo y pantalones cortos negros. Su sonrisa es lo suficientemente amistosa, aunque tiene un AK-47 muy desgastado a su lado.

Salah pasó la mayor parte de su juventud estudiando en Uganda, donde aprendió el excelente inglés que habla.

En 2003 regresó a Sudán del Sur. Desde entonces, ha trabajado como agricultor en la fértil región meridional de Ecuatoria.

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Este no es el futuro que tenía en mente. Salah quería regresar a Uganda y estudiar para obtener una Licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad de Makerere. Pero, como explica, es poco probable que el gobierno lo becase para ayudarle a conseguir su sueño.

Salah cree que el gobierno del sur de Sudán sólo otorga becas a los Dinka, el grupo étnico mayoritario en el país. Es, además, la comunidad a la que pertenece el Presidente Salva Kiir, al igual que la mayoría de los altos cargos de su administración.

Igual que muchos no-Dinka en Sudán del Sur, Salah piensa que el gobierno se centra exclusivamente a mantener a los Dinka en el poder. Kiir está respaldado por el influyente Consejo de Ancianos de Jieng (también Dinka) y apoyado por el jefe de Estado Mayor, Paul Malong Awan.

El Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán

Salah es Kakwa, un grupo étnico relativamente pequeño que se extiende por el suroeste del Sudán del Sur, el noroeste de Uganda y el noreste de la República Democrática del Congo (RDC).

El año pasado, se unió a SPLA-IO (Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán), un movimiento rebelde asociado con el segundo grupo étnico más grande del país, los Nuer. Sin embargo, la insurgencia también está atrayendo la lealtad de milicias comunitarias de la región de Ecuatoria y de más allá. Cualquiera es válido para desafiar el aferramiento al poder nacional y a los recursos de los Dinka.

Salah es capitán en el SPLA-IO. Cuando se le pregunta cómo cree que traerá la lucha la resolución política que quiere, se ríe y dice algo sobre cómo esta es la única manera de lograr el cambio en esta parte del mundo.

El compañero de armas de Salah, Samuel Denyag, era un policía en la capital, Juba, donde, dice, presenció el chauvinismo étnico de primera mano. Denyag afirma que sus comandantes Dinka modificaron los libros, añadiendo decenas de nombres fantasmas a la nómina, y luego repartieron los ingresos entre los policías Dinka.
La guerra civil de Sudán del Sur estalló en diciembre de 2013. Durante una contienda por el poder entre Kiir y su rival, el ex vicepresidente Riek Machar, Denyag se marchó de vuelta a casa, en Ecuatoria occidental.

Se unió a Arrow Boys, una amplia milicia formada originalmente para defender a la comunidad contra los ataques del notorio Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) ugandés.

El LRA ha desaparecido. Ahora hay nuevas amenazas. El enfado local ha sido alimentado durante mucho tiempo por la invasión de ganaderos Dinka, fuertemente armados, en sus tierras de cultivo y por la desaparición de jóvenes en las torpes operaciones de contrainsurgencia del gobierno.

La rebelión se extiende

A medida que comenzaron a surgir este tipo de grupos armados en el oeste de Ecuatoria en 2015, algunas facciones de Arrow Boy se unieron a SPLA-IO. Denyag era uno de ellos.

Algunos de estos grupos armados emergentes serían poco después absorbidos por el ejército nacional en virtud de un acuerdo negociado en 2015 para poner fin a la guerra civil. Aunque este acuerdo no duró. Pese a que Machar finalmente regresó a Juba para unirse a un gobierno de unidad nacional en abril de ese año, tres meses después tuvo que huir, dirigiéndose hacia el sur atravesando Ecuatoria y la frontera congoleña.

La lucha continuó su camino. En Ecuatoria meridional se solía pensar en Yei como uno de los lugares más seguros en Sudán del sur. No obstante, Human Rights Watch informó en octubre de «numerosos casos» de abuso por parte del ejército contra civiles mientras se llevaban a cabo búsquedas de partidarios del SPLA-IO.

IRIN (un servicio de noticias de las Naciones Unidas sobre asuntos humanitarios) no fue capaz de obtener ningún tipo de explicación por parte del gobierno.
Entre las fuerzas más brutales del gobierno encontramos la milicia Dinka, Mathiang Anyoor, creada por Malong. Su actuación fue fundamental en la purga de barrios Nuer en Juba en 2013.

La violencia ha estimulado a la oposición, cada vez más unida alrededor de un sentimiento de victimismo. También ha generado un ciclo de venganza. En octubre, hombres armados atacaron un autobús en la carretera Yei-Juba, separaron a los pasajeros Dinka, que eran 21, de los otros pasajeros y les dispararon.

«Esta historia de atrocidades masivas sugiere que la violencia étnica es normalmente una herramienta política utilizada para fines a menudo baladís. Sudán del Sur no es diferente «, afirmó el investigador Alan Boswell a IRIN. «Se trata de una guerra política por un nuevo estado que nunca se terminó de formar, pero por el que ahora se está luchando mientras se derrumba».

La brutalidad que está teniendo lugar en Ecuatoria ha obligado a 246.000 sudaneses del sur a huir al noroeste de Uganda en tan sólo seis meses. Decenas de miles de ellos, si no más, han cruzado el destartalado puente del Capitán Salah.

«Estas atrocidades no son un abuso de poder per se, sino la desesperación de los débiles que carecen de verdadero poder estatal», opina Boswell. «Se trata de una limpieza étnica como medida desesperada, no como demostración de fuerza.»
Lona Saima caminó desde Yei durante siete días con su familia para alcanzar la seguridad. A principios de diciembre, acabó de ser trasladada desde la frontera sur sudanesa hasta el Centro de Tránsito de Kuluba, en Uganda.

«Si ellos [los Dinka] te atrapan, te matarán como a un pollo», le dijo a IRIN. «Ellos quieren matar a cualquiera porque no confían en ti … creen que puedes estar escondiendo a los rebeldes».

Saima tiene tuberculosis y lleva dos meses sin poder acceder a la medicina que necesita, ya que el hospital, y sus líneas de suministro, cerraron debido a la guerra. Le duele el cuerpo.

Al menos el 85% de las personas en los atestados campos son mujeres y niños. Los hombres se han quedado para luchar y proteger sus bienes.

Otto John Adema nada a contracorriente. Un predicador seropositivo con 12 hijos, llegó de Torit, en el sureste de Sudán del Sur, en agosto. Se sienta, apoyándose en la pared de la casa de ladrillos de adobe que construyó en el campamento de refugiados Bidi Bidi, mientras sujeta a su bebé.

Vio cómo disparaban a tres civiles, pero no sabe si fueron el SPLA o los rebeldes quienes les mataron. Está seguro, sin embargo, de que fueron cinco SPLA-IO los que violaron a una mujer en la calle con un palo.

Los asesinatos étnicos han sido una característica de la guerra civil de Sudán del Sur desde que esta comenzó. Kem Ryan, que fue jefe de operaciones de la sección de ayuda y protección de la misión de mantenimiento de la paz de la ONU, tiene muchas pruebas.

«Tengo cientos de fotos de los tres años de guerra en Sudán del Sur de personas asesinadas, la mayoría civiles, muchos atados y ejecutados», explicó a IRIN. La violencia obligó a 200.000 personas a abandonar sus hogares en 2015.

Genocidio

La ONU no usó los términos «limpieza étnica» o «genocidio» entonces, pero lo hace ahora.

El 11 de noviembre, Adam Dieng, el Asesor Especial de la ONU para la Prevención del Genocidio, dijo que Sudán del Sur se exponía a una «guerra étnica absoluta» y un genocidio. La última vez que estuvo en el país fue en 2014.

La Comisión de Derechos Humanos de la ONU afirmó en una declaración el 30 de noviembre que «ya existía un proceso de limpieza étnica en curso en varias zonas del Sudán del Sur, reflejado en la hambruna, las violaciones en grupo y la quema de aldeas».

Nadie sabe cuántas personas han muerto en la guerra civil de Sudán del Sur. Se estima que hasta 300.000, aunque los medios prefieren utilizar la frase «decenas de miles».

Richard Batili también guarda el puente sobre el río Kaya. No ve ningún fin posible a este conflicto. «Lo que va a suceder es inaceptable», explicó a IRIN. «Esta lucha continuará con nuestros hijos».

Artículo de Amanda Sperber para Rogue Chiefs

[Traducción de Clara Esteban García]

[Fundación Sur]

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