Desde hace algunos meses, casi todos los sábados me apresto a empezar la misma rutina: levantarme a eso de las cinco y media de la mañana, vestirme, tomar un café deprisa y corriendo, agarrar una escoba y un rastrillo… y salir zumbando a limpiar donde toque ese día. Mi mujer me toma el pelo , y con razón: tanto esforzarte con ser funcionario de Naciones Unidas para acabar barriendo las calles. ¿Por qué no?
Este último sábado tocaba limpiar la comisaría de policía del tercer distrito de Bangui. Se trata de una iniciativa ciudadana del comité local de la paz de ese sector, uno de los más conflictivos de la capital centroafricana, y punto de encuentro de la a menudo difícil convivencia entre musulmanes y cristianos. Hoy es la única zona de Bangui donde todavía quedan grupos armados activos, aunque la mayor parte de ellos parece que entran en razón y últimamente apenas hay incidentes de seguridad. La semana pasada fui a ver una escuela en el barrio de Yakité, donde en noviembre apenas había vecinos y sus calles ofrecían un aspecto desolador de viviendas destruidas devoradas por la maleza. Hemos conseguido que el grupo armado que sembraba el terror en la zona, formado por jóvenes musulmanes que lideraba un tal Abdoul Danda, se apunten a un programa de trabajo comunitario en el que trabajan juntos con sus vecinos cristianos para rehabilitar la escuela.
Esto ha dado confianza a los padres, que empiezan a enviar a sus hijos a las aulas. El director me dijo que los alumnos llegan ya a 600, una cifra que aún está muy lejos de los 3.000 que tenían antes de la crisis, pero que augura un futuro mejor. Hablé con el líder de las milicias y me dijo que estaba contento de que su grupo podía contribuir a la paz y la libre circulación. El hecho de que los jóvenes que antes empuñaban las armas colaboren ahora con trabajos comunitarios es un medio para que la gente que vuelve a sus viviendas les acepte mejor.
En medio de la inseguridad que reinaba a mediados del año pasado, seis policías de la comisaría del tercer distrito fueron secuestrados a finales de junio por uno de los grupos armados. Les retuvieron durante una semana y durante ese tiempo la tensión aumentó en la capital, hasta el punto de que las milicias intentaron asaltar el puesto de policía. Los soldados ruandeses de la MINUSCA no tuvieron más remedio que impedírselo y ese día hubo nueve muertos. Tras arduas negociaciones por parte de los líderes locales, los seis policías fueron puestos en libertad pero desde ese momento la comisaría quedó abandonada. Sin presencia de la autoridad del Estado, el distrito tercero se convirtió en una tierra de nadie donde las milicias campaban por sus fueros imponiendo impuestos ilegales a los comerciantes, fumando droga en lugares públicos e imponiendo su ley a la población. Durante los últimos meses, los soldados egipcios y mauritanos de la MINUSCA, junto con un grupo de unos doce soldados del ejército centroafricano han conseguido estabilizar esos barrios, que ahora son más seguros. También los líderes locales, sobre todo los imanes y los influyentes grupos de mujeres han hecho su parte, haciendo entrar en razón a los jóvenes de las milicias.
La limpieza comunitaria de la comisaría fue todo un éxito. Vinieron cerca de un centenar de personas, cristianos y musulmanes, y durante varias horas arrancaron los hierbajos del recinto, barrieron, quitaron basura de en medio y fregaron a conciencia hasta que los dos edificios quedaron en buen estado. Ahora falta que el Ministerio del Interior haga su parte y tome la decisión de enviar a un contingente de policía que trabaje en los barrios del distrito tercero para intentar dar más signos de normalización.
Para los que piensen que las comparaciones son odiosas, espero que me perdonen si intento imaginarme esta misma escena en mi barrio de Madrid y, claro, no veo yo a un centenar de vecinos de Ciudad Lineal acudiendo a las seis de la mañana a la comisaría de policía del distrito a limpiar sus locales, sin demandar ningún pago por el servicio, para animar a los policías a que realicen su servicio sabiendo que tienen a los ciudadanos de su parte. Una vez más, la vida cotidiana en un lugar perdido de África me depara una agradable sorpresa y me da una lección de lo mucho que podemos aprender de estas personas que se empeñan en trabajar por la paz.
Original en : En Clave de África