Ni la ceguera, ni estar en silla de ruedas, ni siquiera pasar los 60 es incompatible con levantar de sus butacas a una sala llena para hacer bailar al público como si no hubiera un mañana. Ocurrió en el Festival de las Capacidades que se celebra en Arona, al sur de Tenerife. Hasta allí se desplazaron los congoleños Mbongwana Star y el maliense Salif Keita, unos y otro con algún tipo de discapacidad física, pero ambos con una capacidad descomunal para contagiar su ritmo a aquel que los tenga delante. Su música derrocha un talento que traspasa barreras y fronteras.
“El incremento de artistas africanos en el panorama cultural mundial es bueno para África y es bueno para el mundo. Es bueno que todo tipo de música suene en todo el mundo, es bueno para todos. A mí me gusta que esto esté ocurriendo”, dice Salif Keita. El artista maliense se muestra reservado, escueto en palabras que compensa con una sonrisa en la boca cada vez que responde. Así se manifestó también durante su concierto, en el que ni una sola vez se dirigió a los asistentes, aunque algunos afortunados sin embargo fueron invitados por el icono del afro-pop a subir al escenario, como es habitual en muchas de sus actuaciones. Él estaba allí para ofrecer su música y la ausencia de saludo o introducción en sus canciones no supuso límite alguno para que cantante y público conectaran de tal manera que juntos formaran un todo embriagados del extenso repertorio musical de Keita.
Sus canciones hablan de amor y de actualidad. La voz cristalina que le caracteriza canta tanto sobre las migraciones (Ku-Yan, Tu vas me manquer) como sobre la necesidad de tolerancia hacia ‘el otro’ (La différence), o sobre el valor de la memoria y los ancestros (M’bemba). Quizás por este canto a acontecimientos que construyen la realidad de hoy, en repetidas ocasiones se le haya denominado griot. O también puede ser debido a su propia historia. Salif Keita, descendiente directo de Sundiata Keita el fundador del imperio de Mali, hizo caso omiso a su familia cuando ésta le recordó que su descendencia noble se limita a una relación con la música en la que, lejos de crearla, se recibe a través yelis y griots.
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La falta de apoyo familiar en sus inicios musicales no fue un impedimento para que el ahora conocido como la voz de oro africana se trasladara a Bamako, donde llegaría a formar parte en sus inicios de la Rail Band, una banda que modernizaba, al son de la salsa y el jazz, el papel tradicional de los griots como constructores de la historia a través de la palabra, la música y la participación del público. Pero pese al reiterado apelativo con el que se le vincula, a la pregunta de si se considera griot Salif Keita contesta rotundo: “No soy griot, soy músico”.
Un músico que ha hecho de sus debilidades sus luchas. Su reducida visión, a causa del albinismo, frenó sus estudios de Magisterio pero no paralizó su pasión por la música. Ser una persona con albinismo ya le había marcado en origen debido a la concepción de la cultura mandinga que concibe a aquellos que lo padecen como un obstáculo ante la incapacidad de llevar a cabo tareas comunes, como las labores del campo o la pesca, al no tener pigmentación que le proteja del sol. Ya convertido en un artista de éxito mundial, Salif Keita quiso hacer de su superación de las consecuencias sociales y físicas que trae consigo el albinismo, una muestra de que es posible ser un negro de piel blanca y ser integrado y reconocido en la sociedad actual.
[[La Salif Keita Global Foundation]] fue creada en el año 2005 para defender los derechos de las personas con albinismo, integrarlos socialmente y recaudar fondos para sus cuidados médicos y su atención educativa. Con sede en Estados Unidos, la fundación actúa como lobby frente al Congreso norteamericano y otras entidades como la ONU o la Unión Africana. “La falta de acceso a cremas de protección solar es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan las personas con albinismo”, asegura Keita. De ahí que también hagan trabajo de campo en Mali, donde atiende a aquellos que ya padecen cáncer de piel o previenen a quienes no lo tienen con atención sanitaria y reparto de gafas de sol, sombreros y cremas solares. Una labor reconocida por la que también se le ha otorgado el Arona Accebility Award 2016 a la inclusión social, en el marco del Festival de las Capacidades.
Mbongwana Star también son ejemplo de lucha por la integración. Sus dos miembros fundadores, Coco Ngambali y Théo Nsituvuidi (excomponentes de Staff Benda Bilili), utilizan sillas de ruedas a causa de una polio infantil y su vocación musical les llevó en sus comienzos a construir instrumentos con la basura que se encontraban alrededor. Nada de esto fue un obstáculo. Ambos han logrado hacer de sus proyectos musicales referencias en la electrónica mundial y sus movimientos de baile contagian a todo aquel que los vea. Presenciar un concierto de Mbongwana Star es un himno al si quiero, puedo.
Es lo que ellos llaman la reconversión del Sistema D en el Sistema K. “El sistema D viene de la palabra francesa ‘débrouiller’ (en español, ‘arreglárselas’) y es sobrevivir a la pobreza como puedas. El Sistema K reconvierte esta situación que se vive en Kinshasa y hace de la necesidad ingenio. El nombre viene de la calle Kato, donde hay un gran colectivo de artistas que viven entre basura y se sirven de ella para crear arte. Es hacer lo que puedas con los desechos de Kinshasa, que puedes encontrar en cualquier parte. Por ejemplo, si no tienes ordenadores para hacer música electrónica buscas otra cosa en donde sea que te sirva para conseguirlo”, explica Nsituvuidi .
Para muestra el videoclip de su canción Malukayi, perteneciente a su primer álbum From Kinshasa (2015), en el que se contempla a lo lejos a un astronauta que pasea por las calles de la capital de la República Democrática del Congo y a medida que la cámara se acerca se puede ver que su traje astronómico está compuesto por elementos recogidos de la basura.
De hecho, tal y como cuenta el manager del grupo, Michel Winter, “la idea era llamar a este trabajo From Kinshasa to the moon porque nos identificamos con un tipo de movimiento que hay en el Congo, en Kinshasa y también en todo África que es una especie de afrofuturismo. Queríamos hablar del arte del plástico, algo a lo que se dedican muchos artistas. Nosotros hacemos un vínculo con estos elementos a través de la música, pero la compañía discográfica no estaba de acuerdo en que hiciéramos referencia a la luna, y no dijeron que le llamáramos solo From Kinshasa”, asegura Winter.
Lo que no era negociable era el nombre de la banda. Para ellos era fundamental denominarse Mbongwana Star, que en lingala significa estrella de cambio, porque para sus miembros este grupo marca un antes y un después. “Nuestro nombre incluye la palabra cambio porque cambiamos de banda y cambiamos el estilo de música”, dice Nsituvuidi . Tras su separación de Staff Benda Bilili, Nsituvuidi y Coco, que pasan ya los 50 y 60 respectivamente, quisieron formar este nuevo proyecto musical con gente joven. A la guitarra Jean-Claude Kamina Mulodi, de alias R9, en la batería Makana Kalambi, un joven de la calle conocido como Randy; y en los coros y la percusión Sage, hijo de Coco.
En este primer trabajo de Mbongwana también fue clave la colaboración del productor franco-irlandés Liam Farrell (también conocido como Doctor L). “Liam transformó la música para que el ritmo de la rumba pueda sonar también como rock”, explica Nsituvuidi. Una transformación de la que el productor ha hecho alarde argumentando que si decidió trabajar con ellos fue para sumarse. La idea de Mbongwana Star al crearse era hacer música tradicional congoleña con sonidos actuales, la “rumba rock eléctrica” de la que habla Nsituvuidi. De ahí, que tal y como ha declarado Farrell, él pusiera su grano de arena como uno más del grupo.
“El disco, fue una colaboración entre dos mundos diferentes. Fue un sueño que al final la mezcla de ambos creara algo nuevo. Por supuesto que Liam Farrell es responsable del resultado de este trabajo, pero no se puede ver en términos de hablar de cultura occidental por un lado y cultura africana por otro. Estamos en un mundo globalizado y si nosotros queremos desarrollo no podemos pensar en si es africano o no. Todo el mundo ha aportado su propio bagaje en esto, cada miembro del grupo tiene su estilo, aunque sean del mismo sitio. Liam vino con sus propias ideas, pero esto no significa nada. Todos están felices de haber trabajado juntos”, aclara Winter.
Para este precursor en dar a conocer los sonidos eléctricos del Congo como manager de Konono nº1 y Staff Benda Bilili, la modernidad no es algo nuevo en la música africana. Todo lo contrario. “Hoy en día hay muchos músicos africanos que no sólo tocan música tradicional. En Kinshasa no sólo interpretan rumba congoleña, hay metal, punk, electro. Y nosotros queremos mostrar que también existe este tipo de música en Kinshasa, no sólo en ciudades europeas, porque el estilo de música que nosotros hacemos y otros estilos de este tipo existen en África desde hace décadas. El high life en Nigeria o Ghana, el jazz en Etiopía, … En los setenta la música africana era incluso más moderna que la música europea”, afirma el representante belga.
El sonido de Mbongwana Star, al igual que el de Salif Keita, demuestra que lo contemporáneo ya no puede ser sólo aquello que marca el momento que vive la sociedad occidental porque su ritmo no puede ir más en consonancia con lo que ahora es tendencia y, sin embargo, no puede ser más africano. La música Keita y la Mbongwana es innovadora y desprende africanidad en cada nota, a pesar de que sus estilos no puedan sonar más distintos. Sus actuaciones, seguidas la una de la otra, en el Festival de las Capacidades no sólo los sitúan como ejemplos de superación, también constituyeron una representación de la diversidad que es África.
Original en : Blogs de el País – África no es un país