El 6 de diciembre comenzó en La Haya el juicio contra Dominic Ongwen, uno de los principales comandantes del Ejército de Resistencia del Senor (LRA) y hasta ahora el único en ser juzgado por la Corte Penal Internacional (CPI). El hecho de haber sido el mismo secuestrado y obligado a ser niño soldado ha levantado numerosas polémicas que uno puede leer durante estos días en numerosos medios de comunicación.
Recuerdo muy bien el día que encontré a Dominique Ongwen durante uno de los encuentros de mediación en los que participe junto con otros líderes religiosos. Fue en julio de 2002 en un remoto lugar de un bosque cercano a Pajule, en el norte de Uganda. Me impresionó su mirada fría y la indiferencia de sus gestos durante las dos horas largas que duró la reunión. Miraba al cielo mientras pasaba las cuentas de un gran rosario que tenía entre sus manos. Dos días después de aquello, Ongwen atacó el poblado de Pajong, que estaba en la parroquia de Kitgum donde yo trabajé durante nueve años. Al día siguiente pude hablar con algunos de los supervivientes y su testimonio iba más allá de todos los horrores imaginables: Ongwen y sus milicianos mataron con absoluta frialdad a golpes o a machetazos a algo más de 60 personas, entre ellos numerosos niños. Recuerdo una madre traumatizada que contaba como Ongwen quiso obligarla a que matara a su bebe de pocos meses a golpes en un mortero, atrocidad que se negó a realizar y que le costó una paliza que la dejo inconsciente.
A Ongwen se je juzga en la CPI por acciones similares en otros campos de desplazados del Norte de Uganda, que en total se concretan en 70 cargos de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Durante aquellos años en la región Acholi escuché cientos de historias espeluznantes de labios de mujeres salvajemente mutiladas a las que dejaron sin labios, orejas ni narices, y de niños que relataban como al ser secuestrados se les obligaba –a modo de iniciación- a matar a golpes a sus compañeros que intentaban escapar, y a mojar sus vestidos en la sangre de estas víctimas para que el olor les penetrara durante días.
El LRA, liderado por su jefe Joseph Kony, comenzó su rebelión hacia 1988, dos años después de que empezara una guerra contra el gobierno de Yoweri Museveni. Aunque ha realizado enormes atrocidades contra la población –entre ellas el secuestro de más de 50.000 niños- la Corte Penal Internacional solo puede juzgar crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y acciones de genocidio cometidos a partir de julio de 2002. A finales de diciembre de 2003, el propio presidente Museveni pidió la intervención de la CPI contra el LRA. Tras comenzar con investigaciones preliminares, en octubre de 2005 su fiscal jefe de aquellos años, el argentino Luis Moreno Ocampo, publico ordenes de busca y captura contra Joseph Kony y cuatro de sus comandantes principales: Vincent Ottii, Raska Lukwiya, Okot Odiambo y Dominic Ongwen. Los tres primeros han muerto desde entonces (Ottii fue ejecutado por el propio Kony).
Un acierto de la CPI fue dejar muy claro desde el principio que sólo buscaba la persecución judicial de los principales responsables del LRA, y no al resto de su tropa. De hecho, se calcula que cerca de 30.000 hombres, niños y niñas que estaban con el LRA (casi todos ellos a la fuerza) se han beneficiado de una amnistía gubernamental que animo muchos a escapar y entregar las armas. Las órdenes de busca y captura de la CPI fueron un obstáculo durante las negociaciones de paz que tuvieron lugar en distintos momentos entre 2002 y 2008, pero personalmente yo siempre tuve claro que, con intervención de la CPI o sin ella, Kony nunca estaría interesado en un acuerdo de paz. Sin embargo, muchos otros de sus comandantes si que dieron el paso de dejar las armas, y eso ayudó mucho a que desde mediados de 2006 el LRA esfumara del Norte de Uganda, aunque su relocalización en el Noreste del Congo y el Sureste de la República Centroafricana ha creado otros problemas.
Kony sigue huído, y todo parece indicar que desde 2012 pasa la mayor parte de su tiempo en el territorio sudanés de Kafia Kingi, bien protegido por sus amigos del ejercito de Jartum. Dominic Ongwen se entregó, en enero del año pasado, en el Noreste de la República Centroafricana, y su rendición fue bastante rocambolesca: se entregó a las milicias rebeldes de la Seleka, bajo una falsa identidad. La Seleka lo entregó a los asesores militares norteamericanos que están en Centroáfrica asistiendo a los militares ugandeses, y cuando Ongwen se vio en manos de los norteamericanos reveló su verdadero nombre. Los americanos se lo entregaron a los ugandeses, los cuales se lo pasaron a las autoridades centroafricanas, quienes pasaron a Ongwen a los oficiales de la CPI que vinieron de La Haya para llevárselo. Se dio la circunstancia de que el presidente de Uganda, que en 2003 solicitó la intervención de la CPI en el tema del LRA, durante los dos últimos años se ha convertido en un furibundo detractor de este tribunal de La Haya, a quien ahora llama “un hatajo de inútiles” y se ha unido al coro de quienes dicen que es un tribunal racista que sólo juzga a los africanos.
Durante estos días, se debate mucho en los medios de comunicación sobre el hecho de que Ongwen fue secuestrado cuando era niño. Hay quien dice que fue a la edad de 10 años, y otros dicen que tenía ya 14 años. No faltan los que afirman que debido a esta circunstancia, habría que declararle inocente puesto que supuestamente no fue responsable de sus actos. Yo, personalmente, me inclino por pensar que aunque un niño haya sido secuestrado por un grupo rebelde, al llegar a una cierta edad ya tiene un sentido del juicio y puede saber perfectamente que matar, violar o incendiar casas es moralmente reprobable. En el caso de Ongwen, él estuvo al mando de unidades grandes y podía haberse rendido sin ningún problema como hicieron muchos otros comandantes del LRA en su día. Por lo demás, los miles de víctimas a los que el LRA arruinó sus vidas en el norte de Uganda esperan estos días que se haga justicia. El reconocimiento de su dolor es un elemento muy importante para sanar las heridas que la inusitada violencia del LRA dejo durante dos largas décadas.
Original en : En Clave de África