El serrín de la colonización. De El Cabo de Buena Esperanza hacia el norte; aventureros, desterrados y diamantes., será el título de una serie de artículos en los que Rafael Muñoz Abad nos contará acerca de El Cabo y Nambia .
Tras una década de enseñanza universitaria en el retrovisor se me cimenta la idea que un sumatorio de anécdotas decantan el delta que desemboca en el conocimiento general de un algo y, análogamente en convencimiento, me voy a la cama seducido bajo la premisa que el grado de puritanismo y prejuicio de una sociedad es directamente proporcional a los escándalos que sus alcobas esconden; pero yo no escribo para moralinas pues para eso ya hay muchos Coellos o cómo diablos se escriba.
Recién aterrizado de mi segunda casa física primer estadio en lo emocional, lo cierto es que tengo tanto por contar que no sé cómo destilarlo. Sudáfrica sigue conservando una estupenda y cruel salud racial y el negro sigue siendo negro en su peor acepción.
María Mouton no nació en Africa pero les puedo asegurar que eso bien poco importa. Su vida, la de una mujer anónima rescatada de un polvoriento archivo provincial de la colonia de El Cabo de Buena Espèranza, escenifica como las debilidades carnales pueden poner en jaque a una sociedad precaria en lo emocional ergo frágil y miedosa. Y en este país bien lo sabemos.
La vida de María es la de una chiquilla que nacida en Flandes se vio desterrada a lo que aún no era Sudáfrica pero si el fin del mundo. Su padre, analfabeto y fornicador convulsivo, le dio tantas hermanastras como gallinas criaba en su granja. También intentaba leer el Antiguo Testamento; supongo que por compensar…
Aunque los tiempos han cambiado desde la llegada de los primeros europeos allá por un 1652, lo cierto es que la vasija social de buena parte de Africa del Sur y su apéndice namibio sigue hilvanada entorno a la concepción de pueblo elegido por dios, el afrikaans que no es otra cosa sino la bastardización del holandés, la familia, incluidos los bastardos, y la religión. Afrikáners; cocidos al sol de la soledad y el temor a lo desconocido. Nada nuevo en el género humano; ¿y acaso no fueron esas las vergüenzas de los extremeños en Yndias?
María se casó pronto, a los pocos años de que su padre hubiera llegado al Cabo de Buena Esperanza y se convirtiera en lo que después serían los boers: granjeros fronterizos sin afeitar y de muy mal carácter. La guayaba madura no se aleja del árbol y María enviudó de la misma manera que su padre lo hizo; con prontitud. Enamorada en secreto de uno de los esclavos bushmen [negros] de su marido, se entregó a este cual concubina. Un salto de fe inabarcable para una sociedad cuyo angosto pasillo mental poco o nada permitía allende del matrimonio de dios y sus pulcras enaguas. Un escándalo de proporciones bíblicas nunca mejor dicho.
Acusada de adulterio, fornicación y asesinato de su [buen] esposo, se convertiría en la primera europea ejecutada en Ciudad del Cabo en una especie de garrote vil en 1713. Por ser blanca y cristiana, el tribunal fue benévolo y no maquilló su curva nariz de flandes en betún y la decapito en un poste cual advertencia a futuras correrías. Prefacio de su ejecución, aseveró a la curia sentirse enamorada y sierva de un negro; algo demasiado espinoso incluso en la cosmopolita Sudáfrica de hoy. Episodios anónimos que sustentan la historia y que nos recuerdan que de alguna manera todas las sociedades tienen un hilo común igual de sucio. Y de lo que le hicieron al moreno, mejor les ahorro la narración…
CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL
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