Móviles para el desarrollo

4/11/2016 | Opinión

También en lo económico África Subsahariana vive de contrastes y extremos. Durante una decena de años Ghana, que exportaba oro y cacao, fue un modelo de democracia y desarrollo económico. Luego en 2014 cayeron los precios de las materias primas y el crecimiento se ha ido volatilizando; su déficit presupuestario es ahora del 9%, y en los primeros meses de este año miles de funcionarios se han manifestado contra el incremento del coste de la vida. En la vecina Costa de Marfil, todo parecía en ruinas tras la guerra que siguió a la derrota electoral de Laurent Gbagbo por el actual presidente Alassane Ouattara. Cinco años más tarde el país crece al ritmo de un 9% anual, y el reconstruido hotel Ivoire, a $300 dólares la habitación, cuelga el cartel de completo. Pero en Abijan, la capital, siguen codeándose los nuevos establecimientos de Burger King, Carrefour y Heineken, con las ruinas de los edificios de cemento de los años 60 y 70, y los taxis de color naranja que contaminan la ciudad siguen siendo los mismo Corolla Toyota de entonces.

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¿Y el futuro? Según el Banco Mundial, con la caída de los precios de las materias primas las relaciones de intercambio se deterioraron en 36 de los 38 países subsaharianos, y el crecimiento económico se redujo a un 3,7%. Insuficiente para crear los puestos de trabajo necesarios en países que crecen tanto demográficamente. Pero por otro lado la mayor parte de esos países viven en paz; los regímenes que los gobiernan son mucho menos corruptos que en el pasado; la proporción de habitantes que viven con $1.90 al día ha pasado del 56% en 1990 al 35% en 2015; y quitando algún país sahariano, el 70% de los jóvenes ha pasado por la escuela. Es evidente que no se puede generalizar sobre un continente con 54 países y más de dos mil lenguas. Pero la capacidad de iniciativa y el espíritu emprendedor son evidentes cuando uno visita la periferia de las grandes ciudades. Uno de los indicadores de ese espíritu, y que hace mirar con optimismo hacia el futuro, es el uso, a veces muy original, que los subsaharianos están haciendo de la telefonía móvil, en rápida expansión.

La GSM Association, fundada en 1995, representa los intereses de unos 800 operadores de telefonía móvil. Es la continuación del GSM (Groupe Spécial Mobile), creado en los años 80 por iniciativa de Alemania y Francia con vistas a organizar la tecnología móvil europea. Su informe “The Mobile Economy, Subsaharan África 2015” indica que en ese año África Subsahariana contaba ya con 367 millones de abonados (la población total según UNICEF sería de 714 millones), de los cuales un 20% poseían smartphones. Por regiones, el porcentaje de abonados por cada cien habitantes es hoy de 40 en la EAC – Comunidad de África del Este (42 en Kenia y 17 en Burundi); 42 en la UAEAC – Unión Aduanera y Económica de África Central (70 en Camerún); 40 en la CEDEAO/ECOWAS – Comunidad Económica de Estados de África Occidental (17 Níger, 68 Malí, 95 Costa de Marfil); 50 en la ASDC – Comunidad de Desarrollo de África Austral (19 Madagascar, 70 Botsuana, 145 África del Sur). Ese mismo año en España el porcentaje era de 106 y en Méjico de 85.

Evidentemente esas cifras hay que manejarlas con prudencia, puesto que no conocemos el dato más importante, el número real de usuarios. Porque hay quienes en África del Sur o en Costa de Marfil, un poco como en Europa, están abonados a varios números. Pero por otra parte también comienzan a aparecer, como en el caso de Kenia, las “cabinas telefónicas” con móviles gestionados por privados.

Mayor interés tiene el uso que los subsaharianos hacen del móvil. Según un estudio del Pew Research de abril 2015, en los 12 meses precedentes el 80% de los usuarios utilizaron el móvil para enviar mensajes, y el 53% para hacer fotos. Y lo más interesante es que un 17% de los usuarios se sirvieron del móvil para mejorar la eficacia de las prestaciones sanitarias, y que un 30% lo utilizaron para efectuar transacciones económicas.

En un artículo publicado en The Economist el 7 de marzo de 2016, Onno Schellekens, director ejecutivo de la PaharmAccess Group, ONG holandesa que promueve la asistencia médica global, hacía dos observaciones. La primera era que, contra todos los pronósticos, apenas hubo violencias en las elecciones de marzo del 2015 en Nigeria. Y que a ello contribuyeron la propaganda online durante la campaña, el voto electrónico en numerosas circunscripciones, y el uso de móviles que permitió que muchos ciudadanos actuaran como observadores y que los resultados se publicaran rápidamente.

La segunda observación concernía a la sanidad, y en particular a las campañas de vacunación y de lucha contra la malaria. La telefonía móvil va a favorecer cada vez más la comunicación y la transferencia de datos entre los enfermos, los trabajadores de la sanidad, y las autoridades locales que proporcionan los fondos necesarios. PharmAccess junto con el operador keniata Safaricom/Vodaphone y la Fundación también keniata M-PESA han desarrollado un programa, “m-Health”, utilizado ya por unas cien mil mujeres en Kenia, y ha iniciado también un programa piloto en Lagos, capital económica de Nigeria.

Kenia es también pionera en el uso del móvil en el terreno económico. Con una población de 45 millones de habitantes y un GDP por persona de $1250, el número de líneas de teléfono fijas es sólo de 0,5 por cada cien habitantes, pero de 72 el de líneas móviles. Un comentarista británico observaba cómo la gente es capaz de privarse hasta de la comida para poseer un móvil o poder enviar mensajes con un móvil de alquiler. En un país con escasa presencia de los bancos en las zonas rurales y en el que tradicionalmente las transacciones económicas se hacían al contado, el móvil ha significado un auténtico avance. El operador keniano Safaricom ha desarrollado M-Pesa, un sistema de transferencia de dinero a través del móvil, que hoy utilizan dos tercios de la población. Y se calcula que ya en 2012 cerca del equivalente de ocho mil millones de dólares transitaron por la telefonía móvil.

Aunque PharmAccess es una ONG, Safaricom y M-Pesa son compañías privadas en busca de dividendos. Todos queremos para África Subsahariana un desarrollo económico sostenible y humano. ¿Cuál debiera ser en ese proyecto el papel y las modalidades acordadas de las compañías privadas, a sabiendas de las crecientes desigualdades que la práctica de una economía capitalista ha producido en África durante el último decenio? Ganaría el Nobel quien conociera la respuesta. Lo que no impide que acuda a mi memoria el recuerdo del tunecino Moncef Bouchrara, ingeniero de profesión y sociólogo apasionado por afición. A finales de los 90 tuvo que hacer un trabajo para la Embajada de Canadá en Túnez sobre cómo favorecer y ayudar al desarrollo sostenible en Túnez. Las propuestas de Moncef sorprendieron a los canadienses que esperaban que el trabajo hablase, por ejemplo, del papel de la mujer y de su necesaria educación, o de la organización de cooperativas rurales. La prioridad de Moncef era muy sencilla: “Buscad las empresas pequeñitas de todo tipo que ya de por sí solas funcionan bien, y ayudadles. Los otros tunecinos seguirán su ejemplo”. Y pienso en las industrias de recuperación “Jua Kali” de Nairobi, en las comerciantes “Mamabenz” de África Occidental, en las asociaciones que practican la “Tontine” (asociación colectiva de ahorro), en el 17% de usuarios que se han servido del móvil para tener un mejor acceso a la sanidad, y en el 30% que lo utilizaron para recibir o enviar dinero. Han surgido espontáneamente. Y me digo que habría que ayudarles.

José Ramón Echeverría

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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