A propósito de Niza

19/07/2016 | Opinión

Han transcurrido cuatro días desde que Mohamed Lahouiej Bouhlel asesinara a 84 personas, hasta ahora, y dejara a más de doscientas heridas atropellándolas con un camión frigorífico de alquiler en el Paseo de los Ingleses de Niza, la turística ciudad de la Costa Azul francesa. Y aunque el Estado Islámico se ha atribuido la matanza “llevada a cabo por uno de sus soldados”, las motivaciones personales de Lahouaiej siguen sin aclararse. Se desconocen todavía sus posibles conexiones con los jihadistas activos en Siria e Irak, y, sobre todo no se consigue explicar la “transformación rápida”, según la expresión del ministro francés del interior, Bernard Cazeneuve, de musulmán no practicante, bebedor y ladronzuelo (así lo describen quienes lo conocían en Niza y en Msaken, la pequeña ciudad tunecina de la que era originario), en islamista jihadista convencido.

Nice2.jpgTres cosas me han llamada la atención a propósito de lo ocurrido. En primer lugar, Mohamed Salmene Lahouaiej Bouhlel, de nacionalidad tunecina, residía legalmente en Niza. Pero en la confusión de las primeras horas se llegó a pensar que tenía la nacionalidad francesa. Algunos noticiarios franceses hablaban de un francés de origen tunecino. Ante lo cual, Mohamed Ali Chihi, embajador de Túnez en Francia, reaccionaba así el 15 de julio en la tunecina Radio Mosaïque: “Si es francés, hay que decir que es francés, no importa su origen. Vamos a exigir que no se diga más que ese terrorista es de origen tunecino y que se diga que es un francés quien ha cometido este acto”. Y en otra emisora, Express FM, la presentadora, tras tratar de generalización tendenciosa la expresión del presidente francés “amenaza de terrorismo islámico”, insistía: “Ese hombre ha sido formado y educado en Francia. ¿Por qué se insiste sobre sus orígenes?”. “¿Y por qué no se habla de la doble nacionalidad de algunas estrellas del equipo de Francia, y sí cuando se trata de delitos?” preguntaría dos horas más tarde un locutor de la mencionada Mosaïque. Lahouaiej sí que era tunecino. Y si en su Msaken natal surgen construcciones nuevas como hongos es porque la mayoría de sus habitantes tiene familiares y amigos en Francia. “Ya llegan los franceses”, se oye cuando en los meses de verano vuelven de vacaciones al pueblo. Y poco importa si son “franceses” de origen tunecino” o “tunecinos residentes en Francia. Viven en equilibrio inestable entre dos mundos. Admirados cuando triunfan,y es impresionante, por ejemplo, el número de profesores e investigadores tunecinos en Francia, y atacados sin piedad cuando fracasan. En Francia y en Túnez. “Ya ha venido el francés”, solía decirme Habiba, que cuidaba de la casa en mis tiempos de Soussa, refiriéndose a su yerno. Y lo decía en parte contenta por los regalos y enseres que la familia de su hija había traído de Francia, y en parte críticamente socarrona ante los aires de superioridad del “francés”.

Mohamed Salmene Lahouaiej Bouhlel era tunecino. Pero también lo eran cuatro de las víctimas que él asesinó: Bilel Labbaoui, de Kasserine; Mohamed Ben Abdelkader Toukabri, de Medjez El Bab; Olfa Khalfallah, que residía en Lión; y su hijo de cuatro años Kelal. En la tunecina Radio Express FM se quejaban de lo poco que se hablaba en Francia de los musulmanes asesinados en Irak y en Siria. Queja inútil porque tal es la naturaleza humana, no sólo la de los franceses, también la de los tunecinos. Pero es exacto que en esta guerra de terror que estamos viviendo, la absoluta mayoría de las víctimas son musulmanas que viven en o son originarias de países socialmente fracturados. La oposición sunni/shia es más evidente en Irak y en Siria. La que se da entre “religiosos” y “laicos” (ambos entre comillas porque esos términos no significan lo mismo que en Europa) es más propia de países como Turquía y Túnez. Sin esas fracturas es difícil comprender el islamismo radical, el Estado Islámico, el fallido golpe de estado en Turquía o el hecho de que sea precisamente Túnez, el más liberal de los países árabes, el que, proporcionalmente, más jóvenes jihadistas produzca. Pero el que Túnez, el país árabe sociológicamente más parecido a un país europeo, esté tan profundamente dividido, apunta a que la radicalización de las divisiones internas no es el triste privilegio de los países árabes y musulmanes. Estos viven en un contexto propio, todavía mentalmente medieval, los roces, tensiones y divisiones visibles en otros países y que son fruto de la cohabitación de etnias y culturas que ha traído consigo la globalización.
Finalmente, según la policía francesa, en los últimos diez días Lahouaiej había buscado intensamente en internet informaciones sobre el Jihadismo, el Islam y el modo operatorio de Daesh. En una entrevista del día 15, Gilles Kepel, uno de los mejores especialistas del Islamismo radical, comentaba cómo Daesh ya no necesita hacer esfuerzos explícitos de captación de voluntarios. Existen en Francia grupos sociales, y eso significa también redes sociales, empapados de ideología jihadista. No hace falta que Daesh se organice explícitamente allí donde su nebulosa está presente. Pero eso significa también que la lucha contra Daesh a nivel ideológico y de las redes sociales es todavía más importante que la necesaria guerra militar.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]

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